El hombre postmoderno desechó el rito porque el rito implica orden. Las sociedades humanas no tiempo para rituales porque los rituales no son rápidos y toman tiempo. El orden ha cedido frente a la eficiencia entendida como hacer lo que se espera para obtener el resultado deseado a la mayor brevedad, de ser posible con eficacia, ésto es, con los menores recursos posibles. Para ser eficientes y eficaces no puede haber pausa. La economía del presente ha de ser circular donde todo debe aprovecharse hasta el más mínimo átomo. Los seres humanos deben “autorreciclarse” si quieren mantenerse en pie. El rito no permite la reutilización del recurso, menos la instrumentalización del ser humano. El deseo por vivir más y mejor para mantener el ritmo de las circunstancias es una constante. No hay cabida para los lentos; la lentitud debería ser una virtud, mas no síntoma de anormalidad.
El hombre no tiene derecho a ser ritualista porque el ritual es sinónimo de anacronismo. La calma y la quietud acompasadas de lentitud no son deseables. Los ciclos vitales consisten en ganar una carrera de corto aliento en la que la obligación es derrotar al tiempo. La razón de la existencia pareciera ser producir para ser feliz. El rito pareciera reñir con la felicidad y con la productividad porque el rito no parte del desear sino del ser y la quietud en la que halla la calma. El rito desconoce la pompa y el boato porque el rito no es igual a la ceremonia. La ceremonia es vacuidad. Lo ceremonioso cae en la superficialidad frente al rito pletórico de profundo significado que desborda la naturaleza humana como lenguaje, a veces indescifrable, que conecta con el Creador.
El tiempo no es para rituales, enseñan los gurúes motivacionales de hoy; en su lugar, predican que el tiempo debe ser empleado para lograr la consecución de fines tangibles susceptibles de reconocimientos mediante bienestar físico y emocional. Reconocimientos loables que jamás suplirán el sentido de estar acorde con el orden. El rito entraña repetición y habitualidad, lo que exige tiempo suficiente para acción lenta y consciente sobre la necesidad de acatar las reglas que conducen al orden. Hoy no hay tiempo para reglas, ni para el orden y menos para la lentitud en los actos. Todo debe ser ágil, rápido e inmediato; ya no hay tiempo de espera para la riqueza y menos por el trecho largo.
El deseo marca el sentido de esta época, obtener lo deseado lentamente parece ser el peor negocio. El filósofo surcoreano de nacionalidad alemana Byung-Chul Han (1959) en su obra La desaparición de los rituales (2020) refiere que el capitalismo se basa en la economía del deseo por lo que es incompatible con la sociedad ritual, ya que el rito no se basa en el en el placer tan prioritario en la sociedad actual. No sólo el capitalismo, el socialismo y el comunismo también son incompatibles con la sociedad ritual transformada en sociedad de afanes sin cabida para el rito, en la que el reloj es su cancerbero.
La sociedad busca la felicidad en el consumo y en el descanso porque sólo allí hay placer; pareciera que la vida placentera es la vida de molicie. El rito se opone a la molicie y a lo rápido porque el rito no demanda consumo. El rito es parte del Ser y de su despertar, de allí su habitualidad y permanencia. El rito requiere tiempo, pausa y lentitud acompasadas, calma, reposo, claridad mental, constancia, permanencia y conciencia, atributos éstos que los hombres de estos tiempos perdieron y otros desconocen. Los adultos deben permitir que los niños recuperen los ritos mediante el juego para las generaciones por venir.
Por: León Sandoval