Llegó Petro, ¿y qué pasa ahora?

Luego del resultado de la jornada electoral del domingo, la ansiedad llena el plato de muchos que por un lado están esperanzados en un gran cambio y otros que tienen sus manos apretadas esperando que nada malo le suceda a sus ahorros, negocios, empresas y propiedades.  La llegada de Gustavo Petro a la presidencia de la república sin duda marca un hito en el país que nunca en su historia republicana había elegido a un dirigente de izquierda, imprimiendo una tonalidad diferente a lo que sería habitual que sucediera en los días siguientes a la elección presidencial colombiana.

¿Qué pasa ahora? Esa es la pregunta que ronda en el ambiente y la respuesta que hay para ofrecer parece tan obvia que raya en la ingenuidad, pero pasa por la tradicional recomendación de observar detenidamente y tomar atenta nota de todo lo que desde el domingo se está diciendo y vendrá en anuncios semana a semana. Un análisis preliminar se podría tomar del primer discurso del presidente electo, en donde mencionó que se trabajará en la unidad nacional, a la vez que envió los primeros dardos a la fiscalía y a la procuraduría. Un discurso plagado de palabras bonitas como paz, amor e inclusión.  Frases que además de lindas resultan necesarias en esta Colombia llena de cicatrices que no dejamos curar y que reabrimos de cuando en cuando.

Del primer discurso de Gustavo Petro no hay mucho que sea novedoso, fue él y fue sin duda su mejor él.  Ese que logra movilizar plazas, el candidato, alcalde, senador y dirigente político que por décadas ha logrado girar discusiones y proponer nuevos contextos.  Ese que puede traer a la mesa argumentos que son reales de un país en donde el realismo mágico superó de lejos las mejores páginas de García Márquez y con ello desordenar los argumentos de sus contradictores, a la vez que le imprime el tono a la agenda mediática del país.  Más claro no pudo ser durante este proceso electoral en el que sus declaraciones y su fuerza, hicieron que los demás candidatos se desvanecieran, solamente un personaje tan disruptivo y controversial como Rodolfo Hernández pudo darle juego.

Es claro que el país queda nuevamente dividido y los resultados electorales así lo reflejan, Petro ganador por tan solo 700.000 votos frente a un candidato totalmente alejado del andamiaje político tradicional que además se atrevió a “esconderse” en las últimas semanas y aun así obtuvo el 47,31% de la votación.

Ahora el reto está en no quedarnos en la división.  Esa Colombia no le sirve a nadie, ni siquiera al ganador. Petro se enfrenta al inmenso desafío de no defraudar a unos electores que estarán esperando resultados rápidos, acciones contundentes y movilizaciones que resuman todos los reclamos sociales que no son nuevos, y que a finales de 2019 dejaron ver con alarmante claridad, que así hayan sido motivados con la complicidad de algunos o el recelo de otros, son un barril con pólvora que puede volver a explotar.

También tendrá que ser muy hábil porque resulta difícil pensar que se lograrán tantos cambios prometidos en medio de una turbulencia económica y social que no es exclusiva de Colombia.  Las expectativas de quienes votaron por él son altísimas y ahora vendrá el momento de la verdad en donde entregar resultados será un constante desafío.  Generar riqueza de forma equitativa y fomentar el empleo tendrá que ir de la mano de inversiones sociales de alto impacto, una fórmula que muchos expertos nacionales han estudiado y muchos han prometido cumplir, pero la triste realidad sigue viéndose en las calles.

El nuevo mandatario también tendrá que responder a la mirada internacional que él mismo ha traído a la mesa: la Unión Europea.  Este componente no es menor, claramente Petro hizo el trabajo de tejer alianzas y demostrar que su candidatura hablaba el lenguaje internacional de una izquierda progresista y transformadora, alejada de radicalismos y luchas de clase.  De ahí que el jefe de la diplomacia de la Unión Europea, Josep Borrell, dijera que en el país Suramericano hubo un “claro voto a favor de un cambio político y de una sociedad más igualitaria e inclusiva”. Lo anterior también a sabiendas de que en Estados Unidos su admiración no es tan profunda y que existen crecientes diferencias ideológicas y políticas que harán de esa relación uno de los puntos a prestarles gran atención. Los movimientos en este sentido también dictarán una agenda en la que el país tendrá puestos sus ojos en los meses que vienen.

Los colombianos elegimos y ganadores o perdedores debemos hoy vernos nuevamente como conciudadanos.  La democracia se puso en juego y funcionó, hasta para los que aseguraban que no sería así y que ellos no vivían en un país democrático.  La institucionalidad se expresó de forma contundente y demostró que está ahí para hacer valer las leyes existentes.

Hoy tenemos un presidente electo que puede apalancarse en las mayores fortalezas que Colombia ha demostrado a lo largo de su historia y que están representadas en su capacidad de resiliencia, su espíritu de supervivencia y la gran habilidad de enfrentar con gallardía los momentos más oscuros que hemos vivido.  Si estos valores son administrados con generosidad y reconciliación, pasando del discurso a la acción, más de uno tendrá que cerrar su boca y aceptar que “vivir sabroso” es una opción que todos deseamos y que debería ser el inicio para transformar un país que sin duda tiene todo el potencial para construir una sociedad más igualitaria, mucho más competitiva y de mayor valor social.

¿Qué pasa ahora? Es ahora cuando más esfuerzo y trabajo tenemos que poner todos, porque sea cual sea el camino para recorrer los problemas del país están sobre diagnosticados y con sentarnos a llorar por haber perdido o llenándonos de regocijo por haber ganado, nada cambiaremos.

El país deberá ser fuerte para cerrar sus cicatrices y demostrar que su vida republicana ha madurado lo suficiente para no solamente traernos hasta aquí sino darnos luces de un futuro promisorio.  Población civil, institucionalidad, tejido empresarial y familias; esa es la sociedad que nos une y por la que debemos trabajar día a día.

 

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