Los partidos no convocarán a las lideresas

Hace pocos días tuve la oportunidad de escuchar a mujeres lideresas del mundo hablando sobre sus experiencias, retos, y compartiendo parte de su trayectoria para inspirar a otras, en situaciones probablemente mucho más difíciles. Entre ellas, escuché a la alcaldesa Claudia López decir: yo no sé a quién se le habrá ocurrido el concepto de techos de cristal, pero parecen más bien de titanio. Lo decía ella, el segundo cargo de elección popular más importante del país, una de quienes los lograron.

El cupo para las mujeres en la política sigue siendo poco, a pesar de las leyes de cuotas. Y es que efectivamente el techo de titanio se empieza a sentir cuando una mujer inicia una trayectoria de liderazgo. La mayoría de las asistentes, que eran mujeres valientes de zonas rurales, líderes indígenas y campesinas, algunas bajo amenaza de muerte en zonas tan complejas como la Amazonía Venezolana, el Putumayo o el Cauca coincidían en que la primera barrera son las normas no escritas. Todas nos identificamos.

La norma no escrita es la misma que dice que tenemos que trabajar seis horas más al día en labores de cuidado, la que establece los primeros juicios cuando las mujeres, en especial las mujeres que habitan la ruralidad alzan la voz por sí mismas – sin intermediarios. La primera barrera es la familia, la culpa, la ruptura con los estereotipos. A una gobernadora indígena la castigaron por llevar las uñas largas y a otra por verse muy “masculina”. Varias mujeres campesinas aseguraron que el machismo dentro de las propias organizaciones hace que nunca se llegue a lugares de toma de decisiones. Mujeres trans presentes en la sala se sintieron recogidas en esa afirmación. Así, la familia, la comunidad, el movimiento, el clóset, el partido, las sociedades, en vez de empujar, se convierten en una barrera que sumada parece un bloque de hormigón.

Para ellas, la mayoría, el liderazgo les ha traído sacrificios económicos, políticos y familiares. Ninguna de las presentes pudo contar una trayectoria fácil, pero sí fue clarísimo que entre más vulnerabilidades sumaran, más duro era el camino. Me llama la atención que casi ninguna contempla la posibilidad de tener una carrera política, a excepción de las que ya la tienen, que eran por supuesto minoría. Las ex (ministras, congresistas, candidatas) contaban cómo en sus primeras experiencias el calibre de los juicios y discriminaciones eran muy superiores a los de sus compañeros de partido.

A ellas, a las lideresas sociales, comunitarias, políticas regionales, campesinas, indígenas, no las llamarán para ser candidatas a las elecciones locales de 2023. Por el contrario, cuando llegue el momento, los directorios de los partidos, sin importar si es lista cerrada o abierta, empezarán a buscar como locos a las mujeres para llenar sus listas. ¿A cuáles? A las que les representen una ganancia fácil y clara en votos o patrocinio y que ojalá no tengan una agenda propia muy marcada. ¿Sabían, queridas lectoras, que las mujeres tenemos una posibilidad sustancialmente menor de obtener un crédito para financiar una campaña política?, ¿y que la financiación privada de campañas muy pocas veces se concentra en candidaturas de mujeres? Por eso algunas de las que llegan lo hacen bajo recomendación de alguien dentro del propio mecanismo. Aún en el congreso, la posibilidad de incidir en las agendas de partido resulta menor, pero la exposición pública de sus errores triplica la de los hombres.

La razón por la que mi columna de esta semana la dedico a este tema, es porque me conmovió la confluencia de historias y similitudes en contextos tan diversos como Kenia, Colombia, Perú, Chile y Venezuela. También porque en algún momento todas hacemos una pausa y nos preguntamos si estamos llevando correctamente los balances entre la vida pública y las responsabilidades del cuidado. En más de una ocasión yo misma me he autocensurado. Así que, aunque no es el tema más importante de la coyuntura, es más que relevante recordar que no hay democracia sin nosotras, en toda nuestra diversidad.

Njoki Gachanja, quién nos visitó desde Githuari (Kenia), nos tuvo al borde de las lágrimas cuando decía: Estoy cansada de tener que luchar tanto simplemente para existir. Esta columna es para ti, hermana. You are not alone.

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