Como ocurre con todos los medios de transporte, los BRT (Bus Rapid Transit) –en Colombia llamados Transmilenio– pueden ser adecuados para transporte masivo. Pero también pueden no serlo, si, por ejemplo, sus carriles exclusivos no caben por las vías o hay muy pocos pasajeros, como ocurre en este caso.
Porque causaba daños ambientales intolerables, Claudia López ganó la alcaldía oponiéndose al Transmilenio de Peñalosa por la Carrera Séptima. Y también por eso mismo el Concejo de Bogotá le condicionó lo que se haría: “En ningún caso, el corredor verde incluirá una troncal de transporte masivo como la que se planteó en el proyecto diseñado por el IDU durante 2017 y 2018”, una forma de prohibir la resurrección del Transmilenio de Peñalosa.
Pero al conocerse los diseños del Corredor Verde de Claudia, se descubrió que detrás de los arbolitos –a los que nadie se opone– estaba el Transmilenio de Peñalosa contra el que los bogotanos la eligieron, porque no cabía en la Séptima, salvo que, como él lo intentó, se redujera a casi nada el ancho de los andenes.
De sur a norte, el Transmilenio propuesto ocupará un carril exclusivo y reducirá de tres a dos los carriles de uso mixto (automóviles, motos y otros), desmejorando el flujo existente. Hacia el sur, desde la calle 92, se pretende un absurdo: un carril para Transmilenio y uno no continuo para vehículos de distintos usos, diseñado para que sea lento e incapaz de mover el tránsito que hoy circula en ese sentido.
Destruir el muy importante flujo vehicular norte-sur por la Séptima, exige dos falsas soluciones. Un enorme puente desde la 92 hacia la Circunvalar, con lo que esa vía se congestionará en exceso, otro puente en la 85 y no servirá bien para llegar a San Diego y al Centro. Y será más difícil cruzar la Séptima, a pie o en carro, en los dos sentidos. Otra parte del flujo se tirará por la Calle 100 a la Carrera 11, hermosa vía a la que le talarán sus árboles y le reducirán al mínimo sus andenes, con un agravante: tendrá un mal empalme con la Carrera 13, por giros a noventa grados en dos esquinas.
Y la ciclovía por la Séptima será de 2,20 metros, 80 centímetros más angosta que la existente (!).
Tantos daños a las vías, y a un costo de tres billones de pesos (!), para un Transmilenio con dos carriles exclusivos que no se necesitan, porque son técnicamente innecesarios, pues, según el director del IDU y la Secretaría de Movilidad, este Transmilenio puede transportar 18 mil personas-hora- sentido y habrá solo siete mil, menos de la mitad (ver enlace). Dado que los pasajeros por la Séptima disminuirán por los dos nuevos sistemas de transporte en esa zona: el metro por la Caracas y el Regiotram del Norte, por la vía del ferrocarril desde Zipaquirá, pasando por Usaquén hasta la Calle 26.
Cuando un adecuado sistema de buses por la Séptima sin carriles exclusivos, como los que hay en el mundo entero, atiende bien la demanda, no exige eliminar el flujo vehicular norte-sur, no impone construir unos puentes carísimos, no atiborra la Circunvalar, no hace muy difícil cruzar la Séptima, no daña la Once y permite ponerle a ese corredor vial todo el verde que se quiera, ahorrándole a Bogotá una suma enorme.
Tienen razón además la Personería y Manuel Sarmiento y los demás concejales que rechazan por ilegal abrir esta licitación sin los estudios completos. Ojo, funcionarios.
Bogotá, 31 de marzo de 2023.
*Jorge Enrique Robledo.
Arquitecto Universidad de los Andes. Exprofesor Universidad Nacional de Colombia.