Resucitar una Nueva Colombia, encontrar nuestro propio camino

No es fácil resucitar, no fue fácil para Jesús el Dios humanado (según la tradición judeocristiana) que, siendo humillado, torturado, crucificado y asesinado en la cruz, resucitó al tercer día como un hombre nuevo. Eso es lo que se conmemora hoy domingo, la resurrección de un hombre nuevo, que dio la vida para salvar a la humanidad de la pobreza, el hambre, la esclavitud, el dolor y la injusticia. No será fácil, nadie dijo que lo sería, resucitar a Colombia, y superar aquellos males por los que el hijo de María murió en la cruz y resucitó.

Algunos hablan de la resurrección de Colombia como si se tratara de un milagro, que otros y otras deben realizar, esos que tienen que hacer la tarea que no me corresponde; algotros alegan que la resurrección debe cambiar todo, pero que todo siga igual; desde distintas orillas se declara la necesidad de que todo muera, para que una Colombia de “solo buenos” resucite sobre la muerte; algunos intentan hacer que muera lo que se requiere, que sobreviva lo que se necesita y que resucite una Colombia del tamaño de los sueños del nazareno.

No será fácil intentar resucitar esta patria, primero, porque a pesar de los años, no ha terminado de nacer y segundo, porque tampoco ha terminado de morir. Resucitar una Patria sin vencidos ni vencedores y plasmar en un pacto las características de ese hijo o hija nueva, no será tarea fácil, más si tenemos en cuenta que cuando se decidió romper el cordón umbilical con la llamada Madre Patria, y se le puso el nombre de República, bautizada y bendecida, aún no se tenía claridad sobre cuál era la carga genética que ordenaría el crecimiento de un nuevo ser vivo llamado Colombia.

Algunos trataban de esconder partes del recién nacido, pues se trataba de una malformación creada con retazos copiados de otros bebes. Poco a poco esa nueva vida fue creciendo y también se le fueron aplicando disecciones que, en lugar de fortalecerle, la fueron limitando. Primero se decidió que fuera federal, pero esta parte de la recién nacida República no les gustaba a unos y rápidamente, esa idea y su implementación fue extirpada. No querían que se pareciera a la península que violó a los Andes, porque esta gustaba de esclavizar y tener sirvientes, pero había quienes no les interesaba perder los privilegios de poseer almas y cuerpos que cuidaban la recién nacida, así que esta parte tampoco se extirpó. A los creadores no les gustaban los reyes y los señores feudales, pero mantuvieron grandes extensiones de tierra y cobraron arriendo a los antiguos poseedores que eran tratados como subhumanos, esta parte se le dejó intacta.

Nunca decidimos con empeño crear los componentes necesarios de un nuevo ser y generar las condiciones que exigía su crecimiento. Quienes se adueñaron de ella, la nueva patria, prefirieron que siguiera gateando y cabalgar en su espalda, con silla, bozal, riendas, espuelas, y socios extranjeros que tomaron el timón.  Se prefirió extirpar las neuronas a la criatura, enrollarle la cabeza con una tela de tres colores y arrullarla con un himno, para que durmiera tranquila y no levantara sus piernas delanteras.

Luego de mucho llanto, de humillaciones y torturas, de nuevas banderas e himnos no oficiales, de reformas y contrarreformas, de disparos, masacres, magnicidios, de dolores en la espalda causados por el peso de ser cabalgada sin descanso, y de malformaciones, se hizo un pare y siga obligado. Nuevamente, se quiso mejorar y hacer modificaciones a la carga genética de la todavía infantil Colombia, y se firmó un nuevo pacto. Pero, aunque se puso un gran empeño, y se contaba con energías cósmicas o divinas que ordenaron el nacimiento de un nuevo ser, no se logró que esos nuevos genes se unieran. Algo salió mal en el nuevo intento.

No se fue capaz de morir en lo que no servía y resucitar en un nuevo ser apto para crecer armónicamente, sin jinetes parásitos, sin sirvientes y esclavizados, sin bozal, silla, riendas y espuelas, sin trepadores para quienes todo vale con tal de subir a la montura, sin disparos, masacres, magnicidios y demás. Ese nuevo acuerdo que en 2024 cumplirá 33 años, creado con las mejores intenciones del bien común, pero también con los más profundos interese individuales que olvidaron el amor al prójimo, y del cual emergería una nueva Colombia, fue poco a poco desarrollando un nuevo deformado ser de dos cabezas. En una cabeza se alojó una excepcional carga de derechos, sostenida bajo la responsabilidad popular, con elecciones, deberes y todo lo demás, y en la otra cabeza, sostenida bajo el suplicio de las mayorías, se alojó una violenta matriz económica con lanzallamas, lanzacohetes y escupe balas, sin participación, sin elecciones ni deberes, que se alimenta de matas que matan derechos y que poco a poco fue asumiendo el control, bajo el mando de nuevos y viejos jinetes.

Hoy nuevamente el Dios de la Vida, las energías cósmicas, la fuerza del volcán nevado del Ruiz, y otras deidades, nos imponen otro reto, resucitar una Nueva Colombia, encontrar nuestro propio camino, pactar un nuevo acuerdo de paz territorial y nacional capaz de reconocer la importancia de los derechos y los deberes, construir con generosidad un nuevo mapa genético social, económico y político que incluya como nunca antes el respeto y reconocimiento de otras formas de ver y vivir la vida. Pactar la resurrección para que las causas que también llevaron a la muerte violenta de Jesús desaparezcan, y darle paso a luz que ilumine la tumba que hemos llamado Conflicto Armado Interno.

A quienes creemos que otra Colombia es posible, nos corresponde dejar a un lado mezquindades y dolores, a quienes todavía no creen, nuestra mano abierta y nuestra capacidad de diálogo para encontrar acuerdos, y a quienes insisten en la violencia como partera de la historia, la invitación a experimentar y sentir la inmensa fuerza creadora que tiene un pueblo que añora, desde la noviolencia, ser en la diversidad, crecer en libertad y recuperar la palabra como condición de respeto en la convivencia.

 

Luis Emil Sanabria D.

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