Como se preveía, con la presentación del proyecto de Ley del Gobierno de la reforma a la salud, comenzó en serio el debate y, en escasas tres semanas, como si fuera un huracán, ha dejado un ministro fuera del gabinete, la unión de tres partidos políticos en torno a propuestas alternativas, un sector caldeado y el Presidente que, aunque jugado con su iniciativa, dispuesto a modularla, en contra de lo que venía pasando desde su Cartera de salud. —Un balance bastante florido—.
El producto de esta tormenta perfecta —que estaba anunciada desde hacía meses— es que el Presidente Petro parece haber llegado a un acuerdo con tres partidos políticos que son imprescindibles para lograr las mayorías necesarias en el Congreso. Sin embargo, el camino no está totalmente despejado. Queda el enorme reto de traducir el acuerdo político en un articulado con sustento técnico, bajo el principio de progresividad del derecho y nunca regresividad. Esta tarea sigue siendo difícil, considerando que persisten formas distintas de pensar entre los equipos técnicos de todos los lados y que “el diablo está en los detalles.”
Nuevamente, desde la esfera política, el Presidente Cesar Gaviria fue muy claro en decir que esperaba que se llegara a un consenso, pero manteniendo las líneas rojas que él ha establecido claramente y que, de no mantenerse tales líneas, se presentaría un proyecto distinto. En una posición similar está el propio Presidente de la República, quien aboga por sus líneas —¿multicolores? —. Como lo he dicho en otros espacios, existe una posibilidad real de armonizar todas esas líneas, sin embargo, hay que reconocer que es un equilibrio bastante frágil, el tema muy complejo, las posiciones originales muy distantes y que cualquier elemento de disenso puede romper el principio de acuerdo.
Las horas y días que vienen son críticas para redactar una ponencia que permita darle luz a todo lo anterior, pero sobre todo, estabilidad al sistema de salud, el cual afronta hoy una crisis por la misma incertidumbre del debate, lo que ha deteriorado la atención en salud de las personas. Por otro lado, otra amenaza que se cierne sobre esta reforma de la reforma es el estatus quo de crítica constante, atizado por varios expertos que no fueron llamados a este proyecto en particular; un hijo de la fracasomanía de Hirchman que Alejandro Gaviria suele recordar, también, de tanto en tanto.
Precisamente, sobre esto último se concentra el mayor riesgo para la reforma, sea cual sea, el cual surge del hecho de que que ya queda claro que no podrá ser la imposición de una sola visión sobre el sistema de salud, sino la armonización de varias en un ejercicio de economía política y como nos cuesta tanto llegar a consensos sociales en nuestro país, seguramente habrá muchos descontentos al final —de todas las orillas—, lo que puede terminar en una falta de implementación real y, al final, una nueva oportunidad perdida. Estamos, entonces, ante un nuevo experimento social nuestro, una prueba más para saber si podemos superar las diferencias, generar una visión conjunta de país o seguiremos prefiriendo la polarización, la crítica a toda costa y el auto-sabotaje de nuestro futuro y el de nuestros hijos.