¿Y ahora quién podrá defender el presupuesto de la salud?

La devaluación del peso frente al dólar hace mucho tiempo que dejó de ser un asunto de economistas sentados en grandes salas enmaderadas y ha pasado a ser una situación vivida y sentida en la cotidianidad de otros sectores. En el caso de salud, sus efectos son múltiples y, en general, negativos. Por supuesto, el mayor temor es que esto puede afectar la atención de todos los colombianos en el corto y mediano plazo.

Colombia importa y produce localmente productos farmacéuticos críticos para la salud de toda la población. En el primer caso, hay dos elementos que están haciendo que la situación esté pasando de castaño a oscuro, rápidamente.  Por un lado, los precios de venta están presentando tendencias de alza considerable, pues se asume el riesgo cambiario por parte del comprador o se incrementa su correspondiente valor en pesos colombianos. Por el otro, ha comenzado a presentarse un fenómeno inesperado; la incertidumbre sobre el comportamiento del dólar y la capacidad de pago de los compradores nacionales a mediano plazo, ha hecho que las negociaciones sean en dólares, con pagos por adelantado, lo que está reduciendo el tamaño de los pedidos y, como consecuencia, se cierne una amenaza más al riesgo de desabastecimiento de medicamentos que ya se presenta en algunas moléculas, en el país.

Para el caso de la producción nacional, el escenario es igualmente delicado. Existen un sinnúmero de insumos de manufactura que proceden del exterior, lo que ha encarecido los costos de producción, en algunos casos, en casi un 40%, prácticamente de la noche a la mañana. Esto, por supuesto, luego se verá reflejado en el precio de venta, sin importar si se trata de un agente del sistema de salud o de una persona particular que lo compre directamente en el canal comercial (gasto de bolsillo).

De acuerdo con los últimos análisis macroeconómicos sobre el sector, lo más probable es que el efecto de la devaluación del peso sea absorbido por el Índice de Precios del Consumidor (IPC), lo que presionará aún más su incremento para el último trimestre del año —recordemos que su variación anual podría estar superando el 12% este mes de octubre—. Esto es un asunto de gran impacto para el sistema de salud, debido a que el incremento de la Unidad de Pago por Capitación (UPC) es muy sensible a las fluctuaciones del IPC, entre otras variables.  En definitiva, se crea una especie de reacción en cadena: la devaluación del peso colombiano hace que desde el sector salud se empuje más el aumento del IPC y éste, a su vez, exige que el presupuesto para el sistema de salud deba ser más alto para cubrir los nuevos precios de los medicamentos y tecnologías en salud, tanto nacionales como importadas.

Para terminar de hacer el panorama más difícil, no se entiende cómo la ministra de salud ha hecho caso omiso a los cálculos de los técnicos de la Entidad que, comprendiendo todo esto, estimaban que el aumento del presupuesto para el sistema debía ser superior al 14% este año y termina anunciando que éste estaría por el orden del 12% y, además, solicitando poco más del 8% en el Congreso—no olvidemos que hay que tener en cuenta  la inclusión histórica de más del 97% y 90% de todos los procedimientos y medicamentos, respectivamente, al final del Gobierno anterior en el plan de beneficios a cargo de la UPC—.  Realmente es urgente que la ministra replantee su posición —o al menos la fundamente técnicamente y se la explique bien al país— y, sobre todo, que no le falle al Presidente Petro en su visión de hacer de Colombia una potencia de vida, pues que más definitivo para ese propósito que un sistema de salud financiado.

Germán Escobar Morales

Médico, Salubrista Público.

Ex Viceministro de Salud

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