Paul Brito, en la intimidad de la memoria

Restos orgánicos de un mundo anterior es el título de la reciente novela del escritor. En ella, el autor nos lleva, como de la mano, a un mundo extinguido, fosilizado, en que vivían aún sus padres, sus abuelos y también sus primeros amores.

La novela, corta, entra en los linderos de lo que se ha denominado relato familiar y en ella no es difícil sentirse identificado con las vivencias del narrador. Pe, alter ego del autor, empezará a sufrir el peso de las ausencias desde muy joven y a la vez la inminencia, el resplandor de las nuevas presencias, como la de su hija Emma.

“Paul Brito confronta vida y muerte de aquellos personajes clave de toda existencia (la madre, el padre, los abuelos), y con su escritura magnífica logra rescatarlos del olvido. El final es todo un acierto: sencillamente magistral” dijo el escritor Pablo Montoya sobre la novela. Podríamos ir más allá y agregar que, el tiempo que invoca Brito, también ha desaparecido: la bondad, la ternura, la nobleza, el folclorismo y la franqueza, seres políticamente incorrectos, habitan la novela. El Canario Brito, padre de Pe, utilizaba camisas de flores y piropeaba sin discriminación, tanto a hombres como a mujeres, como una forma de romper el hielo y de hacer sentir cómodo al otro, en una suerte de generosidad desmedida que hoy, muy probablemente, no sería bien vista.

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La ausencia de personajes como el Canario, el padre, se interrumpe en la vida de Pe en instantes donde lo intuye de nuevo, en el mundo de los vivos, dándole un consejo: “A veces cuando Pe entra a un lugar y lo están observando, escucha la voz de su padre recordándole que enderece el hombro derecho, pues, según él, lo deja caer más que el izquierdo y eso le resta elegancia a su figura. La voz es nítida, como la de un canario en una jaula. Aun así, lo último que hace Pe es nivelar los hombros, con la esperanza de oír de nuevo la voz de su padre repitiendo el consejo.”

Y la partida de la madre, el aprendizaje y la ruptura definitiva que deja su muerte, conmueven al lector sin apelar al patetismo, al lugar común de la cursilería: “Hasta que un día la muerte cayó sobre él como una enorme piedra, como un estruendoso rayo que partió la vida en dos. La madre murió en sus brazos y la muerte se convirtió para siempre y sin concesiones en una cosa viva, concreta y definitiva. En lugar de salpicarle como antes, lo empapó por completo. Debía resolver qué hacer con su mecedora, las batas y sandalias, con el colchón que acababa de regalarle. Le tocaba afrontar qué hacer con los cuadros de sus vírgenes y santos, con sus colecciones de revistas, con los álbumes y crucigramas, con los restos de su vida: con él mismo, que también era un residuo de ella, una cola que seguía moviéndose por inercia.”

Restos orgánicos de un mundo anterior es una novela de alto vuelo poético. Su elaboración obedece a la de un artefacto sofisticado, como la memoria, en la medida en que la narrativa de los recuerdos no transcurre de manera lineal, sino que encuentra su propia lógica, más parecida al caos: una calle, un olor, un resplandor pueden disparar en la memoria el fuego de lo vivido.

Recomendada.

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