La vida es un recorrido en el que se conoce el inicio, pero pocas veces el final. En el trayecto se tiene acceso a diferentes estaciones, medios de movilidad y compañeros de ruta, algunos se quedarán durante varios puertos, otros se bajarán incluso a mitad del camino, pero en general todo es aprendizaje. Aún en los tramos más adversos del recorrido cuando todo parece ir en contra, incluso en tiempos de tempestad, hay oportunidad para el aprendizaje y para retomar el camino creyendo que aún es posible avanzar. Siempre hay y habrá una oportunidad para enmendar el camino, incluso el mismo camino a la tumba puede ser enmendado, así parezca tarde, nunca será tarde para quien cree.
La siguiente es una de las preguntas permanentes en consultoría de vida ¿Es posible cambiar la ruta de la vida por una menos azarosa? La respuesta contundente es sí; será posible siempre y cuando tomes en cuenta en qué parte de la ruta estás, cómo va el recorrido y qué estás dispuesto a hacer para cambiar el puerto de destino. Estos tres aspectos anteriores pueden ser manifestados de diferentes maneras y circunstancias, no todos emprenden la misma ruta, ni por el mismo medio, pero en común, todos quieren vidas más tranquilas y en calma, libre de exceso de peso y adversidades.
Conocer en qué parte de la ruta se está, implica hacer un alto en el camino y reflexionar con los instrumentos que se tienen a la mano para saber exactamente, qué se ha andado y a dónde se quiere arribar, si se ha navegado contra la corriente o por un precipicio sin más posibilidades adelante. Resulta importante conocer con qué recursos se cuenta y con qué infinita fe se puede avanzar. Es como si se tratara de reorganizar el sistema de GPS o la aplicación de Waze, muchas veces se transita en círculos y se repiten los caminos una y otra vez, con la cabeza clavada en la ruta, sin elevar la mirada al cielo para ver más allá.
Para determinar cómo va el recorrido, es importante hacer un balance de pesos y contrapesos, de viajes cortos y largos, de mercancías transportadas y gestionadas, de logros y aciertos, y a partir de allí, enmendar lo que sea enmendable, mejorar lo que deba ser mejorado y eliminar lo que no aporte o sea una carga que haga lento y pesado el recorrido, incluso angustiante. Cuando se conoce en qué parte del recorrido se va, es importante determinar inteligentemente cómo gestionar las emociones y si esas emociones pueden ser modificadas, trabajadas y tratadas en pro de determinar como el recorrido ha sido afectado por la emocionalidad.
Qué tipo de acciones o movimientos se está dispuesto a hacer para cambiar el recorrido, desde cambiar un hábito, una práctica, una forma de ver el mundo, hasta cambiar de domicilio, de trabajo y de forma de vida. Un simple cambio de imagen muchas veces contribuye de manera significativa sobre la forma como te ves y miras el mundo. Cambiar el recorrido entraña una alta autoestima y una forma de abordar los problemas y las adversidades en el camino de la vida desde el amor propio y no desde la baja estima. Desde la alegría y no desde la aflicción. Desde la abundancia y no desde la carencia. Cuando la alta autoestima llega, el recorrido de la vida se hace menos tedioso, más sincero, empático y de mejor transición. No en vano, el conocerse a sí mismo de los antiguos griegos implicaba también una alta dosis de moral elevada.
No importa la adversidad, ni la dificultad por la que estés transitando, recuerda siempre que mientras haya vida, siempre hay y habrá una oportunidad, una oportunidad para arriar velas, una oportunidad para cambiar el rumbo, una oportunidad para pilotear la nave a un destino. Siempre pero siempre, valórate, ámate, quiérete, mímate porque eres tu mejor compañero, la mejor versión de ti es la que debes cultivar y con la que debes arribar al puerto final. Si lo crees, ¡Hecho está!