La economía no va bien y el país tampoco. Lo dicen las encuestas, los analistas, los estudios, la gente en la calle, y hasta las estadísticas oficiales del Dane. El país se detiene de a poquitos, y en el caso de algunos sectores, como la construcción, está dando saltos triples, pero hacia el barranco.
Esta semana fue una noticia mala tras otra. Solo el viernes, el Dane publicó su cifra de percepción de pobreza, incluida en la encuesta de calidad de vida. Resulta que, según esta entidad, en 2022 el 50,6% de los colombianos se sintieron pobres. Esto es más de la mitad de la gente. Y por si usted duda de la responsabilidad del gobierno Petro en esto, la encuesta fue recogida justamente cuando él ya era presidente, y se trata de una encuesta de autopercepción, en la que pesan cosas como las perspectivas de ingresos, la situación laboral, y otras variables de entorno, relacionadas con la materialización de aspiraciones de las familias. Para que se haga una idea, la observación anterior a la del 2022, reveló que esta proporción estaba en 37,9%, muy alta, pero lejos de la actual.
También, y a comienzos de esta semana, la firma Raddar, dedicada a medirle el pulso a la economía colombiana, y sobre todo al consumo de los hogares, reveló una caída de 3% durante marzo de este año. Parece poco, pero se trata de la reducción más fuerte desde abril de 2020, ¡cuando todo estaba completamente cerrado por la pandemia!. Esto es como si estuviéramos viviendo un segundo Covid, pero causado por un gabinete ministerial que no sabe para dónde va, pelea en público, transcribe canciones de Silvio Rodríguez en momentos de crisis de seguridad, y que regresa pletórico de dicha de viajes internacionales, porque entiende, mal, frases de cajón de políticos gringos.
El problema de fondo es que, como lo hemos venido advirtiendo en esta columna, se le ha dejado coger ventaja a temas críticos. En este caso el tema del sector externo es bien particular. El viernes pasado, Petro celebraba una mala noticia: que el déficit comercial se estaba cerrando. Parece una buena nueva, pero no lo es.
Al economista Petro hay que explicarle que un menor déficit comercial, es decir, la diferencia entre exportaciones e importaciones, no es necesariamente algo positivo. Si se da por exportar más, con las mismas importaciones, buenísimo. Pero si se da porque, exportando incluso menos, las importaciones caen también, pero a una mayor velocidad, está todo mal. Y es ese el caso: es verdad que el déficit se redujo, pero porque las importaciones cayeron 8% en lo que va del año, frente al 2022, y al tiempo, las exportaciones también cayeron, pero al 2%. La diferencia de velocidades reduce el déficit.
O sea, los colombianos estamos comprando menos del exterior, pero también mandando menos para afuera. Solo en manufacturas importadas, crucial para el comercio formal masivo, la caída fue del 17%. Todo esto significa menos consumo, y menos bienestar, venga de donde venga. Pero lo más irónico del asunto es que, en este gobierno de izquierda, proteccionista y lleno de discursos grandilocuentes de soberanía alimentaria, las únicas importaciones que crecen son precisamente las de productos alimenticios y animales vivos. Y las importaciones de estos rubros crecen a casi el 10% anual.
Todo esto en esencia se refleja en una cosa: a los comerciantes les está yendo mal. Venden poco, y la gente, el ciudadano de a pie, compra cada vez menos. El gobierno lo está haciendo mal y tiene que corregir. ¿Qué podemos hacer nosotros? Pues, al menos, no darle ni un solo voto al Pacto Histórico este año. No se lo merecen.