“¿Deberíamos dejar que las máquinas inunden nuestros canales de información con propaganda y falsedad? ¿Deberíamos automatizar todos los trabajos, incluidos los más gratificantes? ¿Deberíamos desarrollar mentes no humanas que eventualmente podrían superarnos en número, ser más inteligentes, volvernos obsoletos y reemplazarnos? ¿Deberíamos arriesgarnos a perder el control de nuestra civilización?” [1]
Esas cuatro preguntas enmarcan la carta que fue presentada el pasado 22 de marzo de 2023, por el Future of Life Institute, y cuyo mensaje principal tiene por objetivo pedir que se detengan los desarrollos en inteligencia artificial (IA) al menos por seis meses. La solicitud contaba con más de 18.000 firmantes, a la fecha de escribir la presente opinión, y destacan entre ellos nombres como: Elon Musk, Steve Wozniak y Yuval Noah Harari, entre otros personajes que ven las ventajas, pero también advierten los riesgos de no contar con regulaciones que permitan un adecuado control del futuro de la IA.
El detonador de dicha solicitud fue la rápida acogida que ha tenido la nueva versión de ChatGPT, desarrollado por OpenAI, un chat que se ha popularizado por la forma enriquecida de generar contendido a partir de las preguntas o comentarios que se le hagan. El sistema que, por sus siglas en inglés, Generative Pre-training Transformer, cuenta con algoritmos que pueden identificar patrones en la información y la data, sumando capacidades de aprendizaje a partir de ellos. El ChatGPT contra pregunta si hay dudas y resuelve cualquier enigma en cuestión de microsegundos, dando la sensación de estar interactuando con una rápida capacidad humana, capaz de disparar escritos que hacen sentido y cuentan con una redacción que, para muchos, puede ser envidiable.
El famoso Chat, según su fabricante cuenta con “12 capas y 175.000 millones de parámetros” pero lo que resulta aún más sorprendente es que ya se conoce de una siguiente versión que podría recoger una capacidad 600 veces más potente que la actual, es decir, una plataforma cuyos algoritmos estarían “alimentados” con más de 100 billones de parámetros. La visión es clara, la carrera por hacer más eficientes estos sistemas está en marcha y el llamado a “pausar” su desarrollo es una lógica e inteligente solicitud, pero parece poco realista, a tal punto que el propio Bill Gates, fundador de Microsoft, ha salido al paso para advertir que él no cree que pedir un compás de espera a un grupo específico de empresas o desarrolladores, solucione los retos existentes.
Entonces quedamos metidos en la que puede ser nuestra mayor complejidad como humanidad, por un lado, tenemos a las mentes más brillantes del mundo enviando un mensaje de mesura y análisis para frenar, pensar y consolidar unas reglas de juego que permitan continuar con un desarrollo vertiginoso e imposible de desconocer. Una opinión que busca dar algo de sensatez a lo que puede llegar a ser inmanejable y que pone el dedo en la llaga al hacer evidente que el riesgo real está en la imposibilidad de garantizar que la información que estos sistemas de IA produzcan se base en datos correctos, sin prejuicios, libres de sesgos políticos, religiosos o culturales, entre muchos otros. Algo que resulta casi imposible teniendo en cuenta lo que sucede día a día en las redes sociales, los blogs y los medios de comunicación, donde las opiniones están absolutamente amalgamadas con partes de la realidad. Y por el otro lado estamos dejando que cada semana exista una versión más robusta de un sistema que permite procesar miles de millones de datos e información que constantemente se alimenta de las ya sobresaturadas redes que circulan por el ciberespacio sin mucho control.
Las cuatro preguntitas de la famosa carta que está promoviendo el debate del momento, no parecen tan simples de resolver y sí tocan temas de la mayor sensibilidad. Solamente hay que recordar que algunos locos han fantaseado con un mundo en el que las máquinas dominan y son líderes de la evolución humana. Cientos de películas nos han entretenido al sumergirnos en un mundo en el que la raza humana termina supeditada a los algoritmos, por el afán de unos pocos que corren con el desarrollo desenfrenado de tener más y mejor IA. Una inteligencia “superior” que termina viéndonos como la peor plaga, al filo de la autodestrucción.
Esperemos que estos velocistas no sean los villanos que Matrix o Terminator dejaron entrever en un futuro no muy lejano, porque puede que no tengamos a nadie capaz de decir “I’ll be back”[2].
Managing Partner
Kreab Colombia
[1] https://futureoflife.org/open-letter/pause-giant-ai-experiments/?utm_source=newsletter&utm_medium=email&utm_campaign=newsletter_axiosam&stream=top
[2] Frase dicha por Arnold Shwarzenegger, en su personaje Terminator, un androide “Cyberdyne Systems T-800 modelo 101”, película de 1984.