Una persona con la que tuve la oportunidad de conversar recientemente acerca del desempeño del gobierno de Petro compartió conmigo esta analogía: Imagina a alguien que llega a su hogar y descubre a su pareja siéndole infiel en el sofá. Sin pronunciar una palabra, abandona la habitación y al día siguiente, sin vacilación, decide vender el sofá. Pues bueno, el presidente Petro está vendiendo toda la sala.
En el primer ajuste ministerial, resultaba notable la disparidad entre el programa acordado, las perspectivas de Alejandro Gaviria y las de Cecilia López. Esto era especialmente notorio con el primero, en relación al asunto esencial de la ponderación adecuada entre el papel del Estado y el del sector privado. También se tornaba patente que el presidente no toleraba divergencias y que la anhelada búsqueda de un acuerdo nacional comenzaba a perder vigor. Con el paso del tiempo, se volvía igualmente evidente que incluso sus colaboradores más leales no cumplían todas sus expectativas.
De manera similar, de manera gradual, iba destituyendo a los funcionarios que le resultaban incómodos, o en casos como el del Fondo Nacional del Ahorro, aquellos que estaban involucrados en las prácticas políticas y clientelistas tradicionales. Simultáneamente, al interior de las entidades gubernamentales, se encomendaba a sus seguidores más fieles la tarea de remover a todos los que habían representado al gobierno anterior. La intención era prácticamente desmantelar el aparato estatal para luego reconfigurarlo. Sin embargo, esta estrategia fue lo que verdaderamente condujo a la mayor fractura con el Congreso de la República, ya que muchos senadores y representantes vieron mermada su capacidad de intermediación y, en consecuencia, su influencia política. Ante tal situación, se cerraron filas. La inmovilidad se apoderó del Congreso, arrastrando consigo la esperanza de reformas legislativas.
Las consecuencias no se hicieron esperar. Cada vez que llega un nuevo ministro o director, pasan al menos cuatro meses de parálisis, ya que todos desean gobernar con su propio equipo. En nuestra cultura pública marcada por la desconfianza, se valora más la lealtad que la capacidad, y se premia más la adulación que la eficiencia. De igual manera, como se evidencia en las cifras de ejecución, cuanta menos experiencia tenga un funcionario en contratación estatal, más tiempo le tomará comenzar con sus programas y alcanzar sus objetivos. Si además de eso se le exige tener todo preparado en vigencias anuales (lo que no se gaste en un año se pierde), es prácticamente una receta para el desastre. Ya existen entidades en las que se han presentado denuncias serias por incumplimientos graves en el pago de funcionarios. A pesar de todo esto, Petro solicita a todos los directores de entidades que presenten renuncias protocolarias y luego amenaza con destituir a quienes no cumplan con la ejecución. Es decir, no solo puso en venta el sofá, sino toda la sala.
Así, el presidente está hoy en una encrucijada. Intenta por una parte llamar nuevamente al acuerdo nacional, pero con la distancia que hay entre él y los distintos jefes de partidos deberá optar por la negociación uno a uno, pero con parlamentarios que hoy creen tener la sartén por el mango. Entre mejor les vaya en las elecciones de octubre y entre más baje la popularidad presidencial, más alto es el precio que cobrarán. El problema es que lo que debe pagar el presidente es tal vez más tóxico para la democracia que lo que uno pudiera creer: significa en la práctica darle aire y burocracia a las élites políticas regionales y a los propios clanes. Es un acuerdo nacional con lo peor de la política que no puede salir bien.
Los zapatos de Petro son mucho más difíciles hoy que nunca porque depende enteramente de empezar a cosechar resultados que no parece que se le vayan a dar. Para avanzar en el congreso necesita ceder control, poder y burocracia a grupos políticos que no tienen interés alguno en los buenos resultados, ni en la superación de la desigualdad y tampoco en la paz total. Siempre en cuando puedan manejar oleadas de hojas de vida y dilapidar en ello el presupuesto de inversión del país, el resto no importa. Y en el bando de sus propias alianzas ni la fuerza ni la capacidad de hoy le es suficiente, mucho menos si el estilo de liderazgo es desmoralizar a su propio equipo.
La energía y la adrenalina de alguien que cree estar contra la pared son, por supuesto, elevadas. Incluso alcanza para trabajar las 24 horas del día, los 7 días de la semana, hasta cierto punto. Sin embargo, al final colapsa porque no basta con decir que algo debe hacerse para que esté realizado. Por el contrario, la evidencia en América Latina demuestra que los mejores resultados en las metas que Petro quiere lograr se consiguen con mayor nivel de consenso y políticas pragmáticas, bien planeadas y basadas en la evidencia. Pero al ritmo al que el presidente está avanzando, terminará cumpliendo su propia profecía y se quedará solo en un palacio frío.