Tenemos la gasolina más cara del mundo a pesar de los bajos precios del petróleo, los libros son artículos de lujo, las revistas del corazón que cuestan 2 euros en Europa valen en Colombia cerca de 40 mil pesos. La ropa de marca tiene costos muy superiores a la de las grandes capitales de la moda y los precios de los automóviles en nuestro país son exageradamente altos.
No piense el lector que las palabras con las que titulo la presente columna tienen relación con aquellas que suelen utilizar los sacerdotes católicos en sus homilías y otras celebraciones religiosas.
No. Pretendo demostrar en los siguientes renglones que, además de todas las grandes brechas sociales y desigualdad de clases en la Colombia de hoy y de los altos costos de la canasta familiar, como lo han advertido muchos gremios y medios de comunicación, tenemos el deshonor de ser uno de los países del mundo con precios que no se dan para muchas mercancías en los llamados países ricos.
La diferencia de precios de muchas mercancías, productos y elementos para el diario vivir es bastante alto en Colombia en relación con países considerados potencias mundiales. Basta con abordar un avión para comenzar uno a cuestionar que en nuestro país los precios de los tiquetes aéreos son escandalosamente costosos.
Con lo que a veces se paga un trayecto en avión Medellín-Bogotá y viceversa puede una persona darse un periplo de bajo costo por varios países de Europa, muy a pesar de que la otrora Avianca no tenía rivales ni competencia de otras aerolíneas en otros tiempos y que fijaba arbitrariamente las tarifas sin la intervención de las autoridades de la aeronáutica civil, fenómeno que ha variado un poco aunque continuamos teniendo precios muy elevados en las tarifas nacionales internacionales.
Respecto de los impuestos de salida del país poseemos tasas muy elevadas con relación a otros países. Los aeropuertos de Colombia son de tercera pero cobran impuestos como si fueran de primera. El servicio de los carros para transportar maletas, generalmente en los mejores aeropuertos del mundo son gratuitos y aquí nos damos el lujo de cobrar 4 dólares, lo que es demasiado si se coteja con los miserables sueldos y salarios del grueso de la población colombiana.
La vivienda en Bogotá y Medellín en los sectores exclusivos y tradicionales de las altas clases cuesta igual, si no más, que en las mejores capitales del mundo. Los precios de los locales de los sectores informales del comercio, principalmente los Sanandresitos, el Hueco y demás centros comerciales aledaños han registrado precios, el metro cuadrado, que no valen propiedades en París, Nueva York o Tokio.
Comer en restaurantes de los lugares exclusivos de Bogotá, Medellín, Cali o Barranquilla, con vino incluido, cuesta cuatro a seis veces más lo que le vale a un turista sentarse a manteles en buenos restaurantes de Europa.
La educación es muy costosa, a la vez que deficiente y si se comparan los precios de las matrículas de carreras como medicina con los paupérrimos salarios de nuestros abnegados galenos, la peor inversión es la de acceder al estudio de tan bella profesión.
En ciudades como Cartagena, las cosas tienden a empeorar. Existen en la heroica hoteles que cobran tarifas que no se compadecen con el poder adquisitivo tan bajo del grueso de la población colombiana. En la más promocionada ciudad turística de Colombia se vive, no del turismo, sino del turista, basta que un pobre turista llegue allí para que los costeños acaben con su presupuesto de viaje en pocos días.
Muy a pesar de este desalentador panorama pretenden las autoridades colombianas dedicadas al turismo que prefiramos pasar nuestras vacaciones aquí y no en el extranjero, y poco hacen otras para frenar el elevadísimo precio que adquieren muchos productos en nuestra Colombia del hoy.
Todas estas exageradas tarifas y desmesurados precios y la calamitosa situación económica de la mayoría de la población, han abonado el terreno para que las guerrillas y otros grupos delincuenciales tengan su discurso subversivo o antisubversivo o populista.
Solo se adquiere barato los productos agrícolas generados en los campos colombianos por nuestros vapuleados campesinos. Entonces termina uno por hacer una reflexión pertinente: qué hay barato en Colombia y muchos coinciden en responder que tan solo hay algo que debiendo ser inestimable e invaluable, no vale nada: la vida. Eso sí parece irrefutable.