El buen vivir y los 7 pecados capitales

En mis reflexiones acerca del arte del buen vivir, de la buena vida y de la existencia opaca, gris, triste y monótona de millones de personas en este mundo presuntamente civilizado del siglo XXI y en competencia con la calidad de vida tranquila, serena y feliz, aun exenta la gente de lujos, confort y comodidades de las anteriores generaciones, he podido, con la ayuda de excelentes ensayistas, concluir que niños y niñas, hombres y mujeres adultos pueden tener un buen pasar de la vida a condición de manejar con prudencia y desistan de aplicar a sus existencias los temibles y famosos 7 pecados capitales.

Las naciones judeocristianas han demostrado que no sirve ya para una buena convivencia entre connaturales y llevar vidas individuales felices el Código de Moisés, la famosa tabla del profeta que se condensa en los Diez Mandamientos. Presuntos católicos fervientes los practican cada día menos y los no creyentes y supuestos ateos pueden llevar una buena vida sin tener en cuenta esta decena de preceptos religiosos, las obras de misericordia o las virtudes cardinales.

Nadie ha podido pintar el alma, los más eximios poetas apenas si vislumbran aspectos esenciales de la belleza, la naturaleza, el espíritu y otras categorías psíquicas humanas. Los más excelsos pintores de todos los tiempos no han podido jamás reflejar en el lienzo lo que es la anodina e inefable alma del hombre. En un afán por tratar de conocer el enigma del alma del hombre, cuenta la leyenda que un rey, al parecer esloveno, llamó a su más reconocido sabio para que antes de morir le satisficiera su inquietud. La misma leyenda se encarga de hacernos saber que pidió el sabio reunir ante Su Majestad a los hombres de su reinado más avariciosos y envidiosos; una vez en presencia de la máxima autoridad, ambos son advertidos que pueden pedir lo que deseen a condición que quien pida último obtendrá el doble del primero. En su afán de codicia el ambicioso se rehúsa a pedir primero un número de acres de tierra, que es el premio ofrecido por el rey. Su pasión de la avaricia lo lleva a pensar en el doble de acres que tendrá si pide primero. El envidioso tampoco se decide a pedir en primer lugar porque lo atormenta que el otro pueda acceder un número duplicado de acres de tierra. Cuenta el relator de la leyenda que el envidioso le espetó al supremo gobernante: “Está bien Su Majestad, sacadme un ojo”. Esa es la condición humana y podría decirse sin temor a equívocos que el mundo lo han movido los 7 pecados capitales y especialmente la envidia, la avaricia, la soberbia y la ira, cuatro elementos pasionales que han hecho de la humanidad un conjunto de belicosos, presumidos, prepotentes, ambiciosos, envidiosos e iracundos hombres y mujeres, que se han ocupado más en el decurso de la historia a pelear, avasallar al vecino, envidiarlo, acumular riquezas para ostentarlas, combatir en 5000 guerras, inventar títulos nobiliarios para humillar y menospreciar a otros y otras bellaquerías, necedades y perversidades inimaginables, tan propias de los humanos y tan ajenas en los animales.

Las naciones no hacen más que reflejar la condición humana de personas que pueblan el planeta. La soberbia, arrogancia y prepotencia de los ingleses, su frialdad glacial para el trato diario en las familias aristócratas, su posición económica y supuestamente cultural, hace que el Reino Unido esté dividido entre Lores y comunes del pueblo, lo que se refleja en el sistema bicameral parlamentario británico. La soberbia y la gula también se ha dicho son propias el pueblo francés, en especial de los parisinos. De los españoles, uno de ellos, el escritor Fernando Sánchez Plaja, define y describe a la nación ibérica como envidiosa y soberbia. De los latinoamericanos se ha dicho que mucho del retraso económico, cultural y social de estas tierras tropicales se deben a la desmedida avaricia de sus élites y la patológica envidia de las otras capas sociales. En cualquier caso ni los poderosos magnates y terratenientes de las naciones nórdicas de Europa y Norteamérica ni las masas de otras naciones tienen un buen vivir.

Es apenas una excelsa minoría, una culta estirpe aristócrata no de títulos nobiliarios y posesiones materiales, sino de un vasto nivel cultural, la que puede llevar una vida de lujos sin tener mucho dinero y de gran satisfacción por cuanto posee el gusto para acceder a una buena existencia sin tener que gastar enormes cantidades de dinero. Esto explica por qué cultos hombres como Goethe gozaron sus vidas en el sur de Italia, compartiendo el buen arte y las bellezas históricas y culturales de la bota itálica. Bairon, Shelley, Mann, aristócratas cultos y refinados ingleses, agregaron a su educación británica lo que les enseño la mediterránea. Un inteligente pensador del Reino Unido, el doctor Johnson, reconoció hace casi tres siglos: “Todo lo que nos distingue de los salvajes viene del mediterráneo”.

Los gentleman ingleses constituyen apenas una minoría de la ramplona sociedad del Reino Unido, que no tienen nunca la calidad de vida de un nativo de la costa mediterránea, especialmente, de la región andaluza, si se tiene en cuenta que hace varios siglos Córdoba era el segundo califato del mundo después del de Bagdad. Si aprendemos a manejar los siete demonios llamados pecados capitales, podremos darnos una excelente vida feliz y serena, exenta de pasiones turbulentas y dañinas, de esto me propongo escribir en futuras columnas.