Hace unos meses hube de dedicar unas columnas a describir someramente la vida triste, estresada y falsa de muchos directivos y ejecutivos de compañías multinacionales. Siguiendo el hilo conductor de aquellos temas planteados por quien esto escribe y con la finalidad de polemizar a cerca del binomio personal y profesional al que está condenado a vivir la mujer o el hombre moderno: éxito material o vida personal, satisfactoria y plena.
El retrato o el boceto de lo que es la nueva clase triunfadora lo realizó con mucho ingenio y gran capacidad descriptiva el reportero y editor del diario norteamericano The Wall Street Journal, en su bien logrado ensayo titulado Bobos en el paraíso. El periodista David Brooks pintó magistralmente la nueva clase de ejecutivos, una especie de mezcla entre los yuppies de los ochenta y los hippies de los setenta. El vocablo bobo no es ni despectivo ni insultante, ya que con imaginación alude el señor Brooks a aquellos ejecutivos, hombres de empresa o empleados medios y altos de grandes compañías nacionales y multinacionales cuyo estilo de vida es una combinación entre bohemios y bourgeois (burgueses).
Los bobos a los que alude el mencionado periodista están consagrados en cuerpo y alma a obtener éxito y muchos bienes materiales, pero también pretenden llevar al mismo tiempo una vida bohemia, de cultura, de creatividad intelectual y profesional, una mixtura entre el hippie sesentero con gusto extremo por la música, la lectura y algunos alucinógenos y el ejecutivo de los noventa; el joven moderno, hombre o mujer entregado a obtener lujos profesionales, económicos y sociales es lo que representa el auténtico bobo, criatura de la modernidad que abunda en los centros empresariales de las grandes capitales del mundo y que suelen visitar los lugares para comer, cenar o divertirse más refinados y de moda.
Las zonas residenciales y los sectores más prósperos de las urbes más importantes del planeta están densamente poblados de estos seres que trabajan, comen, compran y se divierten en los lugares más elegantes, costosos y distinguidos.
Una nueva clase de profesionales de clase media, representantes de múltiples actividades u oficios en los que destacan principalmente ingenieros de sistemas, administradores de empresas, expertos en comercio internacional, médicos especializados, abogados de renombre y otros con títulos universitarios, diplomados y maestrías, vestidos con ropa de marca, suelen llevar gafas de fina marca y poseer automóviles de gama alta, ha irrumpido para pretender quedarse por mucho tiempo. Como los viejos hippies que a mediados del siglo pasado exhibían con orgullo vestimentas descomplicadas e irreverentes y pregonaban a los cuatro vientos sus espíritus libres al tiempo que despotricaban de los absurdos convencionalismos de padres y abuelos y a la mejor manera de los artistas e intelectuales se consagraban a profesiones liberales. También estos ejecutivos y ricos modernos urbanos se caracterizan por tener las ambiciones, obtener los éxitos y vivir al estilo de los directivos empresariales ochenteros, conocidos con el remoquete de yuppies (vocablo que se deriva de la expresión inglesa young urban people).
Realmente podría tenérsela esta clase como la culta, moderna, ambiciosa y próspera casta de nuevos y elegantes ejecutivos. Acertadamente Brooks los llama dioses del currículo. También los denomina meritócratas.
Las personas a las que aquí nos referimos poseen un temperamento alocado, idealista, creativo, irreverente y contestatario. No son los mismos vasallos o los corderos mansos del servicio de las grandes empresas. Con excelente tino los describe el precitado comunicador social como la clase culta que hace de la vida un posgrado permanente.
Los clubes masculinos en los que se juega golf, los clubes de campo para distracción familiar los fines de semana, las modernas zonas y parques con restaurantes al aire libre son sus refugios principales; las redes sociales y las relaciones con gentes de élite son sus más grandes aficiones y pasatimepos.
No importa que muchos de ellos carezcan de un buen linaje o una sobresaliente ascendencia, los buenos sueldos y las nuevas costumbres adquiridas en sus cotidianas labores empresariales y sociales hacen de ellos ejecutivos que aparentan descender de una buena familia u ostentar un buen pedigrí ancestral.
Así como en la España y América medievales la jerarquía eclesiástica era la forma de progresar de los jóvenes pueblerinos, inteligentes, carentes de linaje y recursos económicos, en nuestra modernísima Iberoamérica la vía para ascender a las clases cultas y aristocracia intelectual es la de la academia representada en títulos, posgrados, diplomados y maestrías que, casi siempre, auguran a quienes los ostentan dinero, éxito, fama y ascenso social. Es posible que el gran sociólogo y escritor argentino Juan José Sebrelli los llame en estos tiempos arribistas cultos de clase media alta.
Con genialidad describe David Brooks esta nueva clase: “La vieja sociedad ha dado paso a la sociedad del logro. Los jóvenes apuestos con padres ilustres han quedado desplazados por jóvenes inteligentes, ambiciosos, cultos, contrarios al establecimiento que llevan zapatos desgastados”. Nos enseña e ilustra el señor Brooks amenamente con más advertencias claras: los esnobistas, exhibicionistas, ostentosos y arrogantes no caben dentro de esta nueva clase culta.
A las cumbres se accede para gozar de las ventajas que dan el dinero y la alta posición social, no para humillar a nuestros semejantes o engordar un ego desmedido.
Se están acabando las expresiones de antaño que solían servir para discriminar las personas. Ya está desapareciendo aquello de quién eres?, hijo de quién?, y en su lugar otras como a qué te dedicas?, qué cargo tienes?, etc.
Algunos ejercen sus cargos con discreción y competitividad, otros se pierden en sus ambiciones desmedidas.
Me estoy acordando ahora de un altísimo ejecutivo de la banca española, Mario Conde, quien pasó de la gloria como ejecutivo de la banca a un presidiario más de una conocida cárcel de la meseta castellana. Al mismo tiempo evoco a personajes de la empresa, la política y la alta sociedad iberoamericana en la que cabe ubicar a la familia real española, en especial, la infanta Cristina y su deportista esposo, Iñaki Urdangarín.
Los linajudos empresarios colombianos de la familia Nule y otros, altos ejecutivos de multinacionales de bolsa como los de Interbolsa, hoy judicializados son algunos de los que se excedieron en sus cargos directivos atrapados por la vorágine del enriquecimiento rápido y desmedido.
Afortunadamente existen a la par representantes de esta culta élite de dirigentes empresariales que constituyen un modelo digno de emular: nombres como el del extinto humanista de esta clase alta y culta, Nicanor Restrepo Santamaría, y el recién dimitente de Bancolombia, Carlos Raúl Yepes, nos reconfortan con sus vidas modélicas, satisfactorias e integrales.
Sobre estos dos eximios personajes de la clase ejecutiva paisa habré de referirme en las próximas columnas.