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El elogio de las navidades paisas


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París es considerada la Ciudad Luz, en diciembre luce bella y radiante, especialmente en la portentosa, bellísima y amplísima avenida de los Campos Elíseos, pero siendo la ciudad más bella, encantadora y elegante del mundo, no luce tan radiante y alegre como las calles y casas de las ciudades, pueblos, aldeas, fincas y parajes rurales de esta preciosa tierra paisa. No creo que sea de mi parte una exageración o una hipérbole lo que predico y digo de las fiestas navideñas de mi pueblo.

Amo pasar estas fiestas decembrinas en Europa, no por esnobismo, sino que ella me brinda la paz, la tranquilidad y el ambiente para recuperar mis energías que con tanto fervor entrego en el ejercicio de mi profesión de abogado penalista en los estrados judiciales. Sin embargo, las tres primeras semanas de diciembre suelo dedicarlas con pasión a celebrar las navidades en la tierra que es cuna mía y de mis ancestros y no encuentro un rincón en el mundo un ambiente de belleza multicolor en barrios, calles, pueblos y aldeas como la de mi amada Antioquia.


Al sur del Valle de Aburrá se encuentra un pueblo único singular y lugar especial para vivir, famoso en otros timepos por haber sido sede del Cartel de Medellín. Envigado es el nombre de un pueblo con aires de ciudad, que disfruta de los privilegios de ésta y conserva las delicias de una apacible aldea.


Dentro del hermoso y especial espacio territorial de Envigado, privilegiado lugar que ha dado poetas, artistas, científicos, filósofos y profesionales, comparable con la Costa Azul y la Provenza francesas, pedazo del mediterráneo inspirador de grandes artistas, se encuentra el barrio obrero.


Cuenta la leyenda que circula por estas comarcas que antaño mandaban allí y sentaron las bases familiares humildes obreros de la entonces pujante empresa orgullo de la industria antioqueña, la Compañía Colombiana de Tejidos, Coltejer, liderada por don Alejandro Echavarría y secundada por su hijos, clan familiar con ribetes de mecenas semejante a la familia de los ricos florentinos auspiciadores del renacimiento italiano, amantes los miembros de la respetada familia Echavarría del respeto y la dignidad de sus operarios a quienes facilitaron préstamos y auxilios para construir el que pasó a llamarse el barrio Obrero.

Transcurridos los años cincuenta, sesenta y setenta cuando esta semiciudad tomó por costumbre engalanar las fachadas de sus casas con luces multicolores que daban y dan a sus calles una hermosura que solo es posible percibir e imposible describir y que a la par de las festividades navideñas de fin de año realizan comidas y bailes al aire libre. A ese barrio, especialmente bello y de espíritu navideño único en el mundo, he ido varias veces a gozar de un espectáculo apto para reanimar el espíritu y el alma de los trajines y los quehaceres cotidianos.

Recorriendo sus calles y admirando sus casas vestidas de múltiples colores de luces navideñas piensa uno que es posible encontrar a Dios en tanta belleza, armonía y hermosura de sus gentes y viviendas. Quien como yo ha recorrido medio mundo durante la mitad biológica de su vida, puede afirmar que no hay en el planeta un villorio o un barrio que luzca más bello y esplendoroso en los diciembres y eneros, que el barrio de los operarios viejos de la empresa otrora emblema de la raza antioqueña, Coltejer, por más que algunas calles céntricas de Londres, Madrid, París o Roma hagan colgar pendones, luces y guirnaldas navideñas.

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