Antes que la sociología hiciera su aparición como ciencia al servicio de la comprensión de la sociedad, se había ya definido a la familia como base del estado y especialmente del conglomerado humano. Federico Engels fue un estudioso de la familia y lo que nos legó es la enseñanza que el ser humano ha vivido siempre en familia y a distintas épocas corresponde un modelo familiar específico. La nuestra es indudablemente la familia consanguínea patriarcal con predominio del varón frente a la mujer; en el matrimonio la igualdad pregonada de sexos es un tema de las últimas décadas, igualdad más teórica que práctica, dado que quedan todavía muchos vestigios del machismo extremo de nuestros antepasados.
La vida social de una nación, del mundo en su totalidad, se refleja en el sistema familiar, si éste presenta crisis ello se verá reflejado en el grupo social. Las crisis actuales de Rusia, Estados Unidos, China y otros países de Europa y América Latina, obedecen en última instancia al deterioro del modelo de familia tradicional, cohesionada, unida en torno a un jefe, generalmente el padre y a veces con autoridad de la mujer o de ambos. Mal que bien la familia tradicional patriarcal y la burguesa y pequeño burguesa funcionó en el pasado en forma aceptable y por ello el caos social no era de la magnitud de lo que percibimos en este conflictivo planeta. Han dicho los estudiosos de la institución familiar que uno de los mejores modelos de convivencia entre núcleos parentales es el viejo paradigma chino, creado, según el escritor y filósofo de este país, Lin Yu Tang, por Confucio. Fue este pensador y moralista de la China y su discípulo Tseng Tsé, defensor incondicional del viejo esquema familiar chino. Basados los citados personajes de la extensa y populosa nación asiática en los principios de autoridad, respeto, jerarquía, etc., que sentaron los fundamentos de la familia china tres veces milenaria. También soy del parecer que los chinos de siglos atrás tenían un prototipo de familia ejemplar, lo que demuestra que una nación tan poblada se haya convertido en una superpotencia económica y tecnológica y que tenga relativamente menos problemas que países inmensamente menores que este coloso asiático.
Si aplicamos la sencilla fórmula que le concede a la familia, la escuela y la iglesia, el privilegio de educar a los niños y formar ciudadanos ejemplares, podemos afirmar que la antigua China dejó a la humanidad decenas de sabios, filósofos y pensadores que reflejan el carácter dulce, alegre, trabajador y respetuoso del pueblo chino. Cuando la familia es una institución sagrada y el respeto a los padres, hermanos y demás miembros es casi religioso, un pueblo y una nación viven en armonía y su nivel de vida es estable y de gran calidad.
China no tiene el problema de terrorismo o delincuencia organizada y callejera de numerosos países en los que Colombia ocupa un estigmatizante puesto de vanguardia. El quiebre de la familia tradicional paisa, con los valores inducidos por nuestros antepasados, ultrajados y quebrantados por muchos, prueba la crisis de finales del siglo pasado en Antioquia, producida fundamentalmente por el narcotráfico y otros fenómenos de criminalidad marginal. Los sicarios siniestros que sembraron el terror en la Colombia del siglo pasado en sus finales provenían casi siempre de familias en las que la ausencia del padre y la alcahuetería de la madre, fueron la nota predominante, quien lo dude puede leer o releer el libro de Alonso Salazar “No nacimos para semilla”.
Es básico y elemental dentro de una buena familia la enseñanza del respeto a los padres, del sagrado y mutuo respeto entre hermanos y padres, lo cual conlleva al respeto hacia los mayores y hacia nuestros semejantes. El sentido del honor familiar chino hace falta en nuestra cultura occidental. Ya lo he dicho en otra oportunidad: la familia de antes exaltaba y respetaba en extremo la figura de los padres, la de hoy exagera en el respeto de los padres a los hijos, al extremo de ser los progenitores unos súbditos al servicio del capricho de sus vástagos. He ahí la razón de la descomposición social que padecemos. Los flagelos sociales de corrupción, violencia y criminalidad son el producto de una sociedad enferma y patológica como consecuencia del desvanecimiento del viejo y tradicional modelo familiar.
Para reforzar la tesis aquí expuesta, dígase que un patrón familiar en el que se tiene mucho respeto por los padres y por los antepasados, es el de los gitanos, la raza calé es indudablemente una ejemplar respetuosa. Excepto algunas pequeñas estratagemas de los gitanos para vender sus productos y mercancías, en general estos descendientes de la india y la Europa oriental son ciudadanos respetuosos de nosotros llamados por ellos, payos.
Como conclusión, ha de decirse que cuando las relaciones humanas básicas y cardinales son bien orientadas por un buen modelo familiar, la sociedad funciona bien; en caso contrario lo que se percibe es crisis, caos y desesperanza de los habitantes de un determinado grupo social. Lo que nos pasa en esta época es consecuencia del deterioro de la familia y de los principios fundamentales que se enseñan en ella.