Varias semanas ha dedicado el autor de esta columna a perfilar algunas reflexiones sobre la calidad de vida o el vivir bien. Lo he escrito con la idea clara que el tema es muy relativo y tiene varias aristas, según sea hombre o mujer, rico o pobre, culto o iletrado. He repetido en varios de los artículos que para algunos el vivir bien va asociado al dinero; para otros a la cultura; los hay también que hacen descansar su felicidad y calidad de vida en la moral y la religión; no faltan los que se sienten bien y confortables con un buen empleo; tampoco son pocos para los que la familia en general y en especial los hijos dan a sus vidas alegría y felicidad; no faltan, menos en estas tierras, los que gozan y disfrutan placenteramente el poder, así sea en un cubículo estrecho y en un espacio lúgubre de la administración pública donde se sienten reyezuelos indestronables a los que hay necesidad de rendirles culto y si es posible, batirles incienso.
En nuestras costas atlántica y pacífica habitan centenares de miles de hombres y mujeres que con solo tener un pescado, yuca y otros tubérculos y agua con panela para él y los suyos, se sienten no solo cómodos sino dichosos. De hecho, el pescador que tiene un carácter apacible y temperamento tranquilo, tiene además entre sus valores el de la paciencia, por lo que está a gusto con la mínima provisión para manutención suya y la de su prole. Otros disfrutamos profundamente adquiriendo libros viejos y de aquellos considerados clásicos, ilustrativos, sabios y orientadores de nuestras vidas.
Los envidiosos gastan sus vidas poniendo zancadillas y desprestigiando a otros para ascender en posición económica y social, para ellos la sentencia del florentino, Nicolás Maquiavelo, es su faro a seguir: “El fin justicia los medios”. Más que la capacidad intelectual para esta ralea de oportunistas y desaforados avariciosos lo que cuenta y vale es la lambonería, el hincar sus rodillas a los poderosos y exaltar el ego del gobernante mayor. Otra mayoría inmensa se resigna a sobrevivir en cargos en los que saben han de gastar la mayor parte de sus vidas y el único triunfo es la espera de una pensión de jubilación que cada día se alarga más en el tiempo y puede que en el futuro apenas puedan pensionarse los decrépitos en antesala de su muerte.
Muchos ricos, una vez satisfechas sus necesidades básicas, se aburren con el dinero o sus posesiones o se dedican a la actividad política para inflar más su notoria y ridícula megalomanía. Acuden estos a las mentiras para hacerle creer a sus electores y presuntos seguidores de sus huecas ideas que lo suyo es un acto generoso de servicio a la patria y a sus conciudadanos. En su intimidad sueñan con superar y emular a Napoleón, Alejandro Magno, Simón Bolívar u otros famosos e importantes hombres públicos. Juegan estos caciques de pueblo o líderes de ciudad con las necesidades de las masas y la ignorancia extrema delas multitudes irracionales.
Los tiempos han cambiado y el concepto de felicidad para muchos ha variado en lo sustancial. Los jóvenes de hoy creen ser felices andar por el mundo con su teléfono celular usándolo sin darse cuenta de lo que a su alrededor sucede, pues ello les confiere, desde su estrechísima óptica, poder, sensualidad y elegancia. Estos suicidas cotidianos y renegados de la vida buena y solitaria no adivinan que muy pronto llegarán a la saciedad personal y al más tenebroso vacío existencial. Las mujeres jóvenes de estos tiempos entregan su alma al diablo por una buena apariencia física y se juegan todo en sus vidas por aparentar ser lo que no son. Frágiles e incautas criaturas esclavas del modelo de vida dictado por Hollywood y por los gurúes de la moda y las pasarelas. Creen ser felices solamente desde su imagen y apariencia física, pero sus ojos, rostros y gestos delatan una vida desorientada, huera y sin sentido. También crece el número de hombres que dedica más tiempo al gimnasio, al atletismo y otros deportes con el fin de abultar sus músculos y atrofiar su cerebro. Generaciones hubo, casi todas, que nunca conocieron la manera de vivir de lo que ha venido a llamarse metrosexualismo o exhibición masculina de la virilidad y musculatura artificiales.
Los suicidios, cada vez más frecuentes de conocidos hombres y mujeres de la farándula, el modelaje y la vida falsa de los amantes de clubes, discotecas y centros de diversión, indican los niveles de adicción a esta vida, aparentemente, fantástica de los famosos.
El tema parece no agotarse con las múltiples columnas aparecidas en este espacio, posiblemente y abusando de la buena paciencia del lector virtual, continuaré opinando sobe tan cotidiano fenómeno.
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