Durante muchísimos años la gran prensa ha sostenido un repetido y monótono discurso según el cual la peor lacra social la constituyen las dictaduras, por cuanto en ellas se suprimen todas las libertades individuales y especialmente sufre mengua la llamada libertad de prensa, sujeta casi siempre, a una mordaza entre este tipo de regímenes. Nada había o tal hay más despreciado por los periodistas que los gobiernos de facto y sus dictatoriales formas de ejercer el poder. Sin embargo, lo que hacían antes los detentadores omnímodos del poder dictatorial pasó a ser una práctica cada vez mucho más extendida de muchos comunicadores de estos tiempos.
La prensa, que antes se le llamaba el cuarto poder, pasó a ser casi el único medio de expresión y contención de las libertades y los derechos humanos. Los periodistas ponen y deponen presidentes, en muchas naciones intervienen en la elección de mandatarios, sugieren quién debe gobernar y cada día intervienen descaradamente en los mecanismos de elección popular. Donald Trump, en uno de sus pocos aciertos, los ha enjuiciado con severidad.
El nuevo periodismo también viene suplantando el poder judicial en varios países del mundo, convirtiéndose los comunicadores en jueces y magistrados de las causas penales. Existen dos justicias criminales: la mediática, ejercida por medio de los micrófonos, la imagen televisiva o los impresos medios periodísticos o virtuales; y la convencional, que casi siempre en las causas penales publicitadas, no hace otra cosa que refrendar y acatar con mansedumbre vacuna el veredicto de la arrogante.
En las guerras internas y externas el periodismo de esta época es un arma más de combate, la guerra del Golfo Pérsico lo probó.
En cuanto a la vida privada de las personas, muchos periodistas decidieron impunemente cuándo, cómo y de qué manera ventilarla, mancillarla, exponerla y violarla. Me estoy acordando lo realizado por una periodista de Colombia, hace unos meses, que quiso refrendar su fama de exitosa comunicadora, utilizando un video personal íntimo, que solo interesaba a sus protagonistas.
Cuatro plagas le atribuye el historiador y crítico español, Ignacio Ramonet, al periodismo moderno: censura, distorsión, personalización y dramatización. Es un ejercicio periodístico especulativo, dramático que genera confusión y caos en la sociedad. Una real dictadura disfrazada de comunicación. Nadie más que los poderosos periodistas tienen derecho a fabricar la llamada opinión pública, por tales razones no han faltado quienes los llamen carroñeros, hienas de la información, necrófilos noticiosos y otros epítetos nada dignos, muchos de ellos merecen estos y otros títulos.
Los libretos informativos de la CNN, de Fox, canales norteamericanos impulsores y creadores del sistema informativo impactante, especulativo, dramático y distorsionador de las noticias, fueron copiados por los telediarios de casi todos los países del mundo. A partir del cubrimiento de la guerra de Corea a mediados del siglo pasado, los telediarios han cubierto bajo este esquema informativo varios golpes de estado, matanzas, ejecuciones, especialmente lo ocurrido en Panamá, Rumanía e Irak varios años atrás. Como resultado de esta forma de operar la prensa moderna, especialmente la televisión, menoscaba y distorsiona la libertad de expresión, en última instancia, el ánimo de lucro desmedido de los dueños de los medios de comunicación, informativos en los que finalmente quien pierde es el consumidor y el televidente.
Tal como lo hace notar Ramonet, finalmente percibimos una información que crea escepticismo, desconfianza e incredulidad, que la misma se utiliza con mentiras y astucias con fines políticos, lo que pudo evidenciarse en la guerra de las Malvinas a principios de los años ochenta y la del Golfo Pérsico, a comienzos de los noventa.
En los últimos años, los periodistas al dar la noticia, la glosan, la adornan, la maquillan, la distorsionan y terminan ellos siendo los pontífices de la verdad, esto es, unos auténticos dictadores de la información, por tanto son los causantes en gran medida del caos mundial que vivimos