Siguiendo el hilo conductor de las más recientes columnas a cerca de la pobre vida interior y escasa vocación de las castas adineradas por la felicidad, me apresto a demostrar que los tiempos de la navidad y el año nuevo son épocas de cada año en las que se marca la diferencia en la celebración de estas especiales festividades entre las clases populares, la clase media y las élites económicas de una nación.
El ejemplo con el que trato de probar que se gozan más alegremente la nochebuena y el año nuevo los pobres que los ricos lo tenemos aquí en esta amada tierra antioqueña tan tradicionalmente fiestera, alegre y optimista en el último mes del año y en el primero de otro que se inicia.
También sirve de paradigma mi numerosa familia por allá en los años en que la decena de hijos de la familia Salazar Pineda era un conjunto de niños reunidos con tan especial motivo en torno al pesebre y las demás celebraciones de navidad y año nuevo.
El dinero no abundaba en nuestra familia, pero como compensación había sueños, alegrías, ilusiones y un espíritu navideño propio de las clases populares y campesinas de esta bella y alegre tierra de montañas. Papá y mamá celebraban con sus 10 hijos con especial amor, alegría y devoción la hechura del pesebre, la novena de aguinaldos y la llegada del niño Dios con cánticos, lectura de la novena y en coro cantábamos villancicos que, al igual que en muchísimos hogares, era una auténtica fiesta hogareña, religiosa y pagana.
Entre tanto, abuelos, hijos y nietos convertían las casas en un carnaval en el que la cocina en donde se preparaba la natilla y los buñuelos era el rincón de nuestras casas donde unos molían el maíz, otros preparaban el fogón y casi todos colaborábamos en alguna faena de la preparación de las comidas, viandas, bebidas y el mencionado postre de la natilla con entusiasmo y alegría desbordante.
Suena en estos tiempos una canción navideña que data de varias décadas, cuyo título refleja la dicha que viven los hogares de escasos recursos económicos en los que la riqueza lo constituye el elemento humano de sus ilusiones, sueños y espíritu navideño. El tema musical se titula Navidad de los pobres.
La canción recrea un hogar en el que el papá y la mamá con su prole se reúnen a celebrar la venida del niño Dios y su mayor, quizá única riqueza, está en los espíritus alegres y agradecidos que gozan con el nacimiento del Mesías y toda la alegría se deriva de los sueños y esperanzas que la navidad deparan al grupo familiar. No necesitan los protagonistas de esta hermosa historia navideña ni dinero, ni lujos, ni regalos de esta época.
El autor de la letra es posible que no se haya apoyado para crearla en Arturo Schopenhauer, quien con gran sabiduría escribió hace muchos años que un ser humano es rico cuando su mente, su espíritu y su interior están plagados de elementos interiores, de cualidades personales sin que importe si tiene o no mucho dinero.
Pareciera que la riqueza espiritual riñera con la abundancia económica y que el dinero que debiera ser el potenciador supremo de la libertad y el vehículo más expedito para darse un gusto especial quien lo posee, anulara la capacidad de disfrute de los bienes materiales y de la vida misma.
El afán mercantilista, el deseo de atesorar y obtener múltiples ganancias en una actividad empresarial o comercial atrofia la virtud del goce de la persona misma.
La llamada cultura humanística, que fuera plenamente desarrollada y practicada por los griegos y actualmente vivida con especial interés por algunos países mediterráneos industrializados tiende a desaparecer de nuestras vidas en la cotidianidad y si se refleja de manera especial en esta hermosa época del año en el mundo occidental.
Apenas cuando sobreviene el primer día de diciembre brotan en estas tierras paisas las primeras manifestaciones de alegría navideña. Las festividades que los romanos llamaron saturnales para celebrar jolgorios en honor al sol y la luna y el advenimiento del invierno que devinieran fiestas navideñas siglos después y que tatuaran al pueblo cristiano con un alma alegre decembrina en torno al pesebre creado en el siglo XIII por el más grande santo del catolicismo, San Francisco de Asís, comienzan en esta comarca antioqueña con la llamada alborada, cuando los cielos y la noche se tiñen de luces y colores para conmemorar la llegada de otra natividad. No obstante la histeria de los gobiernos locales contra el uso y la utilización de la pólvora, las gentes de estas tierras, especialmente las clases populares, inauguran el mes más alegre del año en compañía de parientes y amigos.
La llamada fiesta de las velitas, el 7 y 8 de diciembre, es otra muestra del ánimo alegre y el regocijo espiritual decembrino de las clases media y bajas de la población.
Quienes no conozcan los alumbrados de la ciudad de Medellín en los diciembres, famosos en el mundo por su majestuosidad, se ha perdido uno de los más conmovedores y bellos espectáculos para el alma humana. Ni qué decir de los alumbrados de los barrios populares y de los pueblos aledaños a la capital antioqueña. Bello, ciudad de obreros y campesinos sensibles y fiesteros se convierte en los diciembres en un gran espectáculo multicolor; Itagüí, engalana sus calles y viviendas con luces multicolores que la hacen encantadora; Envigado, agrega a su belleza natural y paisajística alumbrados que cuelgan de sus casas y lucen en las calles como un regalo para el espíritu con su espectacular belleza cromática; Sabaneta y Caldas compiten con sus bellos alumbrados. Manrique, Aranjuez y los barrios que cuelgan de las laderas oriental y occidental de Medellín, como Buenos Aires, Castilla, La América, ofrecen un bellísimo colorido que invita a la alegría decembrina. Resuenan en los radios variadísimas, bellas y alegres melodías decembrinas que son la alegría y el regocijo de las familias de clase media y bajas.
Entretanto, las castas altas con sus rascacielos erguidos en el aristocrático barrio El Poblado, sede habitacional de la aristocracia y la burguesía paisa, ofrece un triste y desolador paisaje que semeja un cementerio de vivos.
Más del 90% de los hogares de los encopetados ricos antioqueños reflejan en los balcones de los altos edificios surorientales de Medellín, la amargura de sus vidas.
Los habitantes de las decenas de miles de viviendas del estrato 6 que durante el año se reúnen entre copropietarios para pelear por unos cuantos pesos para pintar las fachadas de sus edificios o para gastos menores, parece que nunca estuvieran interesados en engalanar sus viviendas con las luces traídas del extranjero que son tan apetecidas por otras clases sociales.
¡Será tacañería! ¡Pensarán que, como dicen muchos paisas de dedo parado, esta es una costumbre mañé!
Me inclino por pensar que así como miles de ricos de estas tierras tienen gusto especial por el color gris de los automóviles particulares, ello obedece a que es el color que mejor le va a sus espíritus y almas. No piensa lo mismo el lector?