Es el mes de marzo de 2016, tomo como muestra este tercer del mes del año que apenas comienza, bisiesto por cierto, para llevarme una impresión de cómo anda el mundo, basado ello en mis observaciones del país y la ciudad donde resido, Medellín, Colombia, y varias naciones que en este mesario visito por trabajo o por mero placer.
En los primeros días de este mes, que da comienzo a la primavera en el hemisferio occidental, la prensa mundial presenta como noticia extraordinaria la visita del presidente Barack Obama a Cuba, primera en medio siglo desde que se instauró el régimen castrista en la isla y el dictador Fulgencio Batista fuera derrocado. Según los expertos analistas del plano político internacional, ni una ni otra nación, ni los mismos gobernantes de ellas quedaron satisfechos con el breve periplo del mandatario de la Casa Blanca, que sin tener todas las facultades legales plenas para reiniciar relaciones económicas, diplomáticas, culturales, etc., con Cuba, pues depende mucho ello del congreso de los Estados Unidos, se atrevió a dar un paso en el acercamiento entre dos naciones antes enemigas, pero que a corto plazo no significa implementación de acuerdos binacionales entre la Casa Blanca y el régimen de los hermanos Castro.
Al iniciar el mes de marzo debo viajar a Panamá a atender un caso de cuatro colombianos acusados de haber sido capturados con media tonelada de cocaína. Esta es una noticia cotidiana en América Central, Suramérica y Europa, la razón es clara y no precisa ser sociólogo, ni experto o erudito en temas económicos: la Colombia del siglo XXI no ofrece a sus jóvenes empleos suficientes y dignos en donde desarrollar todo su potencial. De otra parte las universidades se han convertido en América en un prominente negocio en el que los grados y posgrados cuestan decenas de millones de nuestras monedas y al graduarse o recibirse como profesionales, los recién egresados cuando tienen la buena suerte de conseguir un trabajo, el salario o la remuneración es ridícula, deficiente o precaria. El promedio diario de salario es de 10 a 12 dólares, lo que nos coloca a la altura de los países pobres de Asia.
Ello explica también por qué miles de mujeres colombianas se ven obligadas a viajar al istmo, país que no es propiamente a través de sus gobernantes especialmente amable con quienes lo visitan si provienen de una nación vecina. Percibo las medidas exageradas de inmigración más rigurosas que en los mismos Estados Unidos. En el aeropuerto de Tocumen veo llorar dos mujeres, una colombiana y otra venezolana, ambas son retenidas con la finalidad de ser devueltas a sus respectivos países de orígen. Dos jóvenes, también venezolanos, no pueden demostrar que llevan consigo 500 dólares cada uno, cifra que a juzgar por el cambio de la moneda norteamericana con el bolívar venezolano se hace inalcanzable por el ciudadano medio de la nación hermana. La preocupación es notable en los viajeros, pues saben de antemano que serán repatriados y con ello quedan frustrados en sus propósitos de entrar a Panamá y el billete o tiquete de avión lo habrán perdido, además de las incomodidades derivadas de la temporal retención aeroportuaria.
Converso con el taxista que me traslada al hotel del centro de la ciudad, me platica acerca de la difícil situación económica de los panameños y se lamenta de que el ex presidente Ricardo Martinelli no sea quien lleve los destinos del país. En el hotel donde me quedo soy atendido durante mi estancia por una joven y bella española, realizo un diálogo con la dama ibérica y le pregunto por qué a su temprana edad de 22 años ha decidido dejar un país tan bello, amable y alegre para venir a otro costoso y difícil. La respuesta es contundente: los españoles jóvenes no tenemos posibilidad de trabajo en nuestro país. Otro ciudadano panameño, que desempeña el oficio de vigilante de una multinacional de envíos de dinero, me advierte que en los tiempos de Martinelli, al menos se veía el dinero. A la hora de platicar con una empleada de un restaurante, me confía un pequeño secreto: apenas gana 20 dólares por la jornada diaria.
Entretanto, los precios en Panamá superan incluso los de los países europeos más ricos y visitados. Puedo afirmar que vivir en la Panamá del siglo XXI, resulta más costoso que en Madrid, Barcelona o París.
Bueno, ya lo he dicho, en Colombia las cosas no andan mejor, mucho se debe, piensa el columnista, a que el presidente gastó mucho dinero en la reelección y despilfarró el presupuesto nacional en favor de su campaña de reelección, mientras los pozos de petróleo se agotaban y los precios de los mismos bajaban.
Y el ministro de hacienda o economía anda preparando su campaña presidencial y expresando ideas hueras y vacías mientras los colombianos medios hacen milagros con sus exiguos salarios.