Junio, como diciembre, es un mes en el que millones de personas en el mundo, especialmente en Europa y América Latina, le dan descanso a su espíritu y se recuperan de las fuerzas utilizadas en las duras faenas del diario existir.
Nos quejamos a menudo de que la vida es corta y de que el tiempo pasa muy de prisa. No es cierto lo que muchísimos individuos pregonan acerca de la brevedad de la vida. Acontece si, que sumergidos en múltiples tareas, trabajos y otras actividades falsamente distractoras, nos olvidamos de realizar la pausa, de efectuar cambios de ritmo e imponerle una desaceleración a nuestra cotidianidad. Ya lo dijo varios siglos antes en su famosa obra La brevedad de la vida, el pensador español que fuera mentor intelectual del perverso y depravado emperador Nerón, el filósofo insigne Lucio Aneo Séneca: gastamos mucha parte de nuestras vidas embebidas en trabajos duros, en actividades secundarias o simplemente en distracciones y placeres efímeros y dañinos para el espíritu.
Tanto en la música como en el fútbol, son indispensables las pausas, los silencios y la ralentización, o sea, imposición de la lentitud. Quizá solo nos acordamos de que el ocio, el juego, el esparcimiento y el descanso hacen parte esencial de nuestras vidas cuando padecemos una enfermedad o un ser querido muere, pues pareciera que el hombre solamente aprende a través del sufrimiento, el fracaso o la enfermedad.
¡Cuántos hay que en tiempos de retiro laboral o habiendo acumulado una buena fortuna que les garantiza una vida exenta de agobios y afugias, siguen entregados a la insensata tarea de acumular más dinero o persisten en trabajar con el argumento baladí y poco convincente que no saben hacer otra cosa o que se aburren en sus hogares!
Triste y deprimente resulta para quienes pudiendo darse unas vacaciones con sus hijos, amigos o parientes, continúan en la carrera desenfrenada de acrecentar sus cuentas bancarias. Dignos, por el contrario, de ser alabados, aquellos individuos que hacen del descanso periódico un propósito irrenunciable de entregarse al dulce placer de no hacer nada y el ocio que es el mejor negocio para nuestras vidas.
Los niños de escuela o los colegiales saben de la importancia grande que tienen para sus vidas las vacaciones. Pocos disfrutan la temporada vacacional como lo hacen los infantes, que abandonan temporalmente sus estudios y la escuela, que se constituye en la mayoría de las veces en una auténtica prisión. Ni qué decir de los mozalbetes y los jóvenes que esperan con ansia y alegría la llegada de las vacaciones y el abandono por una semana de las obligaciones académicas.
También decenas de millares de trabajadores en Europa aprovechan los meses de junio, julio y agosto para hacer posible la dicha de entregarse con devoción al disfrute de las vacaciones, así sea que muchos de ellos ejecuten la rutinaria y a veces exasperante actividad de desplazarse por carreteras pletóricas de atascos o trancones o las playas colmadas de veraneantes. Bienaventurados los que hacen de sus vidas una especial empresa a la que dedican con esmero bastante tiempo para la reflexión, el descanso o la distracción.
Este manicomio universal en que se ha convertido nuestro planeta en los tiempos actuales y la desarrollada tecnología mal utilizada, que ha menguado nuestra paz interior y el equilibrio emocional de millones de seres humanos, requiere y necesita con urgencia que se vuelva el estilo de vida lento, tranquilo y más humanizado de nuestros antepasados. La lectura de libros interesantes constituye otra forma de viajar y descansar sin que tengamos que salir de nuestras casas. Pero me temo que en esta época se lee poco, pues las redes sociales y la televisión están convirtiendo cada día más a hombres y mujeres en robots y simples espectadores pasivos de sus vidas.
Hace unas décadas se nos alertaba del proceso de alineación de que éramos víctimas las personas que seguíamos como mansos corderos a los medios de comunicación. Hoy lo que percibimos es una robotización cada día más acentuada del ser humano: cuando no está completamente inmerso con sus móviles y celulares en averiguar vidas ajenas y exponer sus miserias al escrutinio público, lo encontramos apoltronado e idiotizado viendo películas de dudosa calidad o siguiendo los partidos de las ligas de fútbol del mundo que se han vuelto repetitivos, predecibles y rutinarios.
Busquemos las montañas o los mares para expandir nuestro espíritu y apaciguar nuestras inquietudes cotidianas en estos días de vacancia veraniega.