Varias, múltiples generaciones, venimos quejándonos en nuestra América hispánica desde hace muchos siglos de los males que nos aquejan, de lo deplorable que han hecho la tarea los gobiernos y también venimos siendo engañados con politicastros promeseros que en sus campañas nos prometen sacar adelante nuestras desbarajustadas e injustas naciones.
De cuando en cuando advienen al poder gobernantes populistas, tan abundantes en el trópico desde hace muchos años. Unos prometen salvar la patria con slogans absolutamente ridículos y embusteros, “catástrofe o renovación”, dijo un gobernante de Colombia hace más de un siglo y las cosas van de mal en peor. Mandatarios y políticos los ha habido así en Venezuela, Perú y múltiples republiquetas bananeras y caribeñas.
En Colombia han abundado estos aprendices de magos y potenciales redentores de los males del país. En el primer tercio del siglo pasado uno creyó que cambiando unos artículos de la Constitución podría llevar a la nación de un feudalismo atrasado a una burguesía próspera y que en ella los obreros tendrían un modo de vida como sus homólogos europeos. Un hijo del mismo pretendido restaurador del orden económico y social profesó ideas de izquierda y revolucionarias, pero terminó seducido por el partido del que renegó antes.
Terminando el siglo se dijo que los males de Colombia estaban en el narcotráfico y su mayor exponente del mercado de las drogas ilícitas, Pablo Escobar, y que solamente cambiando la Constitución veríamos enrutar a Colombia por el sendero de la paz y el orden económico social. No fue más que vana ilusión, pocos años después el país siguió por el despeñadero de la violencia, la corrupción y el caos social.
Ahora, en estos tiempos, otro gobernante heredero del que fungió como Mesías de los males de Colombia pretende hacernos creer que habrá de llevar al Nirvana o a una vida próspera, tranquila, exenta de las vulgares y escandalosas diferencias de clase.
Cuando la situación no era tan alarmante ni el país avizoraba siquiera todas las plagas y males que se le vinieron al mismo tiempo en menos de un siglo, fue consultado el excelente pedagogo, escritor y hombre de letras, el antioqueño Baldomero Sanín Cano, acerca de los rasgos dominantes de la sociedad colombiana y sus orígenes y consecuencias posibles de los mismos. El autodidacta de Ríonegro empezó su disertación afirmando que: “El rasgo culminante de nuestra época en Colombia es la preponderancia, el remado incuestionable y sistemático de la incompetencia”. Agregó el insigne el maestro Sanín Cano, que como consecuencia de tal incompetencia o impreparación de los gobernantes desaparecerá, por tanto, el sentimiento de responsabilidad. Lo que dijo el ilustre pensador era aplicable a lo acontecido nueve décadas atrás. Hoy, el panorama es, exponencialmente, más devastador.
Con agudeza nos alertó del fenómeno tan particular que existe en nuestro continente de premiar el fracaso con la perpetuación en el poder de los incompetentes y mediocres. Sentenció el ilustre Ríonegrero: “De este modo la República ha venido a rodar de fracaso en fracaso a un nivel administrativo y que no hay ejemplo en los anales de la colonia. Toda innovación es un fracaso”.
Qué pensara el mismo analista si viviera el circo político, económico, social y administrativo en que se ha convertido la Colombia, presuntamente progresista, democrática y pluralista del siglo XXI?
También acertó Sanín Cano al proponer que para poder construir una sociedad más equitativa y un Estado más eficiente se hace necesario escoger los funcionarios por concurso, por méritos, mediante pruebas idóneas y eficientes y no a través del método repulsivo de tener como estos a los herederos de quienes antes ostentaron el poder, es decir, el llamado delfinazgo que nos han impuesto en América española, en donde las mismas familias han gobernado por muchísimos años, como si se tratara de dinastías y reinados al estilo europeo. Los López, los Pastrana, los Santos, son ejemplos en Colombia; los Alfonsín y KIrchner en Argentina y los Bánzer en Bolivia, para citar apenas unos cuantos paradigmas de nepotismo presidencial. Y como lo advirtiera el mismo Sanín Cano: “Al lado de la incompetencia, florecerá la impunidad”.
Sabias palabras que explican por qué nuestras cortes, antes sabias, probas y dignas, hoy son nidos de rebatiñas por el poder, incompetencia desmesurada, politiquería baja y sinónimo de impunidad para algunos que han hecho del templo de la justicia una cantera e enriquecimiento, ostentación de poder y arrogancia. Y ni qué decir de la Fiscalía General de la Nación, convertida en el más vulgar fortín burocrático y en aliado ilegal del alto gobierno, como lo confesara impúdicamente el fiscal general saliente, quien dejara sumida la institución en el más deplorable escenario de incompetencia y abrevadero burocrático del que se han nutrido muchos indignos mandamases de la justicia colombiana.
Y en eso está convertida América Latina y sus estados en estados gobernados por las mismas incompetentes y mediocres familias, enquistadas ellas en las tres ramas del poder público y sus pueblos ignorantes y mal nutridos, embobados con las redes sociales que los han robotizado, envilecido e idiotizado; con la Diosa tecnología mediática y cibernética no se dan cuenta de la clase de gobernantes y administradores que festinan con el dinero del pueblo.
Este apocalíptico estado de cosas degradante tiene sus raíces en el pensamiento de uno de los herederos del señor Rockefeller, John D, quien se atrevió a decir alguna vez: “No quiero una nación de pensadores, quiero una nación de trabajadores”. Sin comentario la espantosa sentencia del millonario norteamericano.