En el mediodía argentino se apagó la vida de Diego Armando Maradona. Sesenta años con muchos renaceres, un ícono que trascendió por su rebeldía, tanto dentro, como fuera de la cancha. La eternidad le quedará chica a la representación icónica del fútbol puro, ídolo de ídolos y dueño de una magia única, pasarán mil años y se seguirá hablando del Diego.
Puede haber jugadores más ganadores, más completos, evidentemente más disciplinados, pero ninguno más influyente y determinante que Maradona. Su paso por la selección argentina y el SSC Napoli lo encumbraron como la deidad del fútbol, hay un antes y un después cuando se enfundó esas camisetas número 10 vestidas de celeste y blanco. Verdugo de los ingleses, vencedor frente a los imbatibles alemanes y el rey de los humildes frente a la aristocracia futbolística italiana.
Su frágil humanidad le permitió tocar el cielo con las manos, pero también pisar el más oscuro y profundo de los infiernos, pero quizás esa humanidad, lo hizo más cercano a la gente, esa gente que hoy lo llora, bien lo diría una de sus frases más icónicas “Yo me equivoqué y pagué”. El Diego se hizo a pulso, con lo malo y lo bueno, con lo divino y lo terrenal, con sus caídas y sus míticas reseteadas, genio y figura hasta la sepultura.
Como último acto premonitorio, dio una gira de despedida siendo entrenador de Gimnasia de La Plata, donde recibió el cariño de toda la gente, cada cancha, sin importar los colores, sin importar rivalidades, se rindieron al “genio del fútbol mundial”, los argentinos saben que su fútbol es lo que es gracias a Maradona, la devoción que le profesan es única e inexplicable, porque lo que consiguió en el terreno de juego es igual de imborrable e incomparable.
Hoy se murió un pedazo de la magia del fútbol, se fue la mejor zurda, se murió el guerrero que no dio una pelota por perdida, el que jamás la manchó, el que gambeteó incluso sus peores problemas. Gracias Maradona, hiciste inmensamente felices a los que amamos el fútbol, la gloria eterna siempre será tuya.