Con el fallecimiento del futbolista argentino Diego Armando Maradona, los columnistas del mundo entero encontramos una fuente de temas propicios para cazar a los lectores, todos ellos, como yo, dispuestos a comentar un poco más de este superpersonaje.
La despedida por su fallecimiento superó por muchas veces la razón humana y nos puso frente a un súper ídolo, súper personaje, súper figura y difícil de superar lo que el mundo le quiso hacer como despedida.
Voy a distraer la atención diciendo lo que en un caso como este, representan los medios de comunicación.
La primera razón para que los medios de comunicación lo hicieran superhombre, fue haber sido un gran futbolista proveniente de un estrato humilde y lleno de pobreza, al que le faltaron muchas comodidades y se le resalta haber logrado rodeado de todas las necesidades, alcanzar lo que un rico o multimillonario alcanza simplemente girando un cheque. Este lo hizo desde la superación de su entorno, disfrutando de un juego con una pelota y llenando de emoción a quien lo observaba. Los multimillonarios no logran eso. Y cuando los medios de comunicación publicaron ese poder hacer cosas a través de un balón y de sus cualidades para manejarlo, encontraron esa diferencia con el resto del mundo.
Esa imagen de superado y de artista con el balón, la hizo más poderosa ante los medios de comunicación argentinos, en instantes en que en ese país se sufría por culpa de una dictadura militar, una situación económica bastante desesperada para todos, una democracia sin poder respirar, una guerra con Inglaterra en Las Malvinas muy derrotados y una necesidad de alguien que los representara para subir la autoestima de un pueblo acostumbrado a sentirse grande, pero no humillado y sin ilusiones.
Y en la flor y nata de su fútbol, hace crecer el espíritu argentino cuando se pone la camiseta de su selección argentina. Le llega esa oportunidad de enfrentar equipos ingleses y saca de su espíritu la necesidad de mostrarse otra vez arriba, viniendo de abajo, superado, igualado frente a selecciones poderosas de países ricos para darles gritos de batalla, con un madrazo cada vez que podía y mostrarles que de camiseta no le gana nadie, pero que él si les gana de camiseta. Tremenda lección para todos los deportistas del mundo, especialmente para los futbolistas colombianos.
Los medios de comunicación argentinos, ya no del fútbol sinó de todas las clases, sociales, de noticias, de farándula, religiosos, revistas, televisión, radio, encontraron el aliciente para levantar la cabeza y volver orgullosos a los argentinos.
“No nos derrotan hasta que nos derroten” y “no nos ganan ni muertos”, frases llenas de una emoción contaminante. Había que ver la cara de Maradona cuando cantaba el himno de su patria con la camiseta puesta, cara transformada, rostro como para enfrentar unos enemigos, palabras impublicables para los niños pero que para los grandes representan garra y sentimientos, con un corazón pleno por la guerra que viene.
Maradona ya sabía que así con la camiseta puesta, con el orgullo levantado a más no poder, con el ego inflado por ser el mejor jugador del mundo y además con el respaldo de su pueblo que lo tenía como ídolo, podía disponer de los medios de comunicación. Y comunicó.
Habló contra los dirigentes del fútbol, contra los dirigentes de la clase política, contra los políticos causantes de la pobreza de los pobres, habló contra todo el que podía; era el superhombre que le había devuelto el orgullo a los argentinos, porque ellos son orgullosos.
A todos los que se han preguntado por qué esa despedida a Maradona, se les debe responder ¡ que por eso !.
Brasil y Argentina fueron campeones mundiales cuando en dichos países habían dictaduras militares, lo que aumentó la creencia de que en gobiernos totalitarios se jugaba mejor fútbol. Pero eso no podía ser una verdad irreversible porque el fútbol es alegría, imaginación y picardía, la que puso Maradona en un mundial cuando solamente con la mano derrotó a los ingleses que habían utilizado y necesitado corbetas, aviones y soldados para vencerlos en Las Malvinas.
“Si perdemos con los ingleses será la vida, pero más no perderemos”.
Maradona dijo que los dirigentes mundiales del fútbol eran unos mafiosos y corruptos y acertó; hoy hay en rejas muchos de ellos, otros se tuvieron que retirar y a otros los esperan juicios penales por allá y por acá también; culpó a los dirigentes de la clase política porque aparte de los cocteles y recepciones a mandatarios visitantes, no se les ve alegres y contentos compartiendo con la gente; dijo que los políticos eran los causantes de la pobreza en su pueblo y en muchos lugares más y sigue siendo verdad, porque hasta ahora las soluciones para ellos no aparecen y cuando lo invitaban los gobernantes a una cena, no le daba pena salir a decirle a ese que lo invitó todo lo que debía hacer en favor de los más necesitados.
Tuvo una vida personal difícil pero no íntima ni privada. Se peleó con su familia públicamente; bebía públicamente; consumía cocaína públicamente; fue sancionado en un mundial de fútbol por esos excesos de dopaje; era particularmente grosero y pendenciero. Pero los argentinos lo amaban así y por eso fue así.
El último gran entierro que vivieron los argentinos fue cuando falleció Raul Alfonsín, expresidente de su nación, que le dio tránsito civil a la democracia, después de esa época oscura y horrorosa de los militares argentinos, que desaparecieron mucha gente en nombre de la seguridad de la nación. Malditos.
Se mereció Alfonsín y se lo dieron, a quien se le conoce y reconoce como el padre de la democracia moderna, un homenaje tan grande que el pueblo argentino no había vista jamás. Alfonsín había iniciado su gobierno con la consigna «con la democracia se come, se cura y se educa».
Y después de Alfonsín, el entierro de Maradona, que más bien debería ser la despedida a la gloria eterna a Maradona, porque los argentinos nunca lo enterrarán.
Y a esa despedida acudieron todas las clases sociales de Argentina, hasta los políticos y ricos, porque Argentina volvió a ser grande con Maradona, “un villero con mucha guita pero con conciencia de clase. Un Dios errante, sucio y pecador. El más humano de los dioses” dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano sobre Maradona, en el libro “Cerrado por fútbol”.
En ese libro, Galeano resumió lo que desde su perspectiva era Maradona:
“Ningún futbolista consagrado había denunciado sin pelos en la lengua a los amos del negocio del fútbol. Fue el deportista más famoso y más popular de todos los tiempos quien rompió lanzas en defensa de los jugadores que no eran famosos ni populares. Este ídolo generoso y solidario había sido capaz de cometer, en apenas cinco minutos, los dos goles más contradictorios de toda la historia del fútbol. Sus devotos lo veneraban por los dos: no sólo era digno de admiración el gol del artista, bordado por las diabluras de sus piernas, sino también, y quizá más, el gol del ladrón, que su mano robó. Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable. Pero los dioses no se jubilan, por humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero.
Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio.
Más devastadora que la cocaína es la exitoína.
Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga”.
Tuvimos la fortuna de vivir esta época en que vimos lo que fue Maradona vivo y en su funeral y despedida. Si nos hubieran contado, nos hubiese parecido increíble.
Los medios de comunicación lo hicieron Dios y él se lo creyó. Y después nunca lo pudieron bajar de allí. Ni en su entierro y despedida. Seguirá siendo único. Seguirá siendo Todo en Uno. Seguirá siendo intocable.