Episodio VII de la serie de los ismos que amenazan el mundo
El analfabetismo funcional es otro de los males que asolan la sociedad. El analfabeto actual puede tener una maestría e incluso disfrutar de cierto éxito profesional. El tradicional analfabeto que no sabía leer ni escribir nada tiene que ver con este peligroso nuevo actor social, que además se siente el más culto e inteligente de los humanos. Analfabetismo funcional se define como la incapacidad de una persona de emplear eficientemente sus habilidades de lectura, entendimiento o cálculo básico en tareas cotidianas. Escribir un email, comprender un artículo, un libro, o simplemente su capacidad reflexiva sobre algún aspecto de la vida.
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Paradojas contemporáneas, nunca hubo tanto nivel de analfabetismo funcional como ahora. Los ‘postmillenial’ son, en su gran mayoría, analfabetos funcionales. La generación predecesora tampoco es que sea mucho mejor informados que se diga a pesar de que son los de mayor acceso a la información de la historia. Desde niños han tenido todo el conocimiento en la Red a un sólo click. Sin embargo, lejos de aprovechar esa coyuntura, no tienen mucha idea de qué pensar sobre la mayoría de la información que les bombardea el celular.
Cámaras de eco, informaciones sesgadas
Les resulta difícil diferenciar una información cierta de otra falsa, o contenido publicitario interesado de una noticia. Los oscuros algoritmos de Google, la inteligencia artificial aún por inventarse, o las redes sociales, sesgan la información que recibimos en cámaras de eco, información demasiado a la carta y que acaba por condicionar nuestro pensamiento. Además, en la era de la inmediatez, no se emplea mucho tiempo ni esfuerzo en contrastar lo que nos llega al celular. Y esto es una máquina inagotable de crear analfabetos.
Un reciente estudio de la Universidad de Stanford (California) entre 8.000 jóvenes determinó que la inmensa mayoría de ellos demostraba un nivel muy bajo de capacidad de diferenciación entre noticias reales o falsas. La razón es que a más información disponible sin contrastar, sin filtrar, o directamente manipulada; más probabilidades de que dicha información tenga efectos perversos en las personas. Este estudio, u otro de la Universidad Complutense de Madrid, que evidenciaba que solo el 5% de los universitarios es capaz de detectar con solvencia las Fake News. El futuro pinta bastante oscuro.
Habilidades digitales mal aprovechadas
Cierto, los nativos digitales dominan la tecnología, son hábiles en el manejo de las Apps e Internet… pero la habilidad de la herramienta no se alinea con el procesamiento de los datos. Un joven de hoy en día, recibe 15 o 20 más veces impactos informativos al día que uno de la década de los 80´s. El efecto es perverso. Es imposible que el cerebro contraste o asimile tanta información, especialmente porque también son perezosos para la profundización o la investigación debido al fenómeno actual del ‘facilismo’ o la ‘inmediatez’.
Para comprender cómo llegamos a este punto del proceso, cercano a la infocalipsis, hay que entender el abandono de la lectura como hábito, el hundimiento de la prensa tradicional, o la caída de la información en noticieros de TV o radio, en favor de la información sesgada de las redes sociales. Antes uno buscaba el espacio para informarse, hacía el esfuerzo de informarse… ahora la información (y la desinformación) le busca a uno de manera apabullante. Nos aborda en cualquier momento.
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Y es un fenómeno global. Mientras el analfabetismo absoluto ha estado tradicionalmente asociado a la pobreza y a bajos índices de escolarización, el analfabetismo funcional afecta a países desarrollados en los que la escolarización es del 100% y los sistemas educativos están consolidados. Para que se hagan una idea, el epicentro cultural más avanzado del planeta, la Unión Europea, tiene, según datos de Eurostat, 75 millones de analfabetos funcionales adultos, dos de cada cinco personas. ¡Dos de cada cinco!!, imaginen este caldo de cultivo en manos de políticos inescrupulosos…
Déficit de comprensión
La solución pasa por desestigmatizar el analfabetismo funcional y no responsabilizar completamente a las personas. Es un problema social y colectivo y, por tanto, político. Los sistemas educativos deberían adoptar en sus planes las nuevas herramientas de comunicación, y hacer mayor hincapié en la preparación mental de los estudiantes. Pero, por otro lado, no basta con enseñar a leer, escribir o calcular, sino que hay poner la semilla del espíritu crítico. Enseñar a que las personas se cuestionen todo lo que sucede a su alrededor; fomentar el debate y la reflexión. No se trata de construir ciudadanos que puedan leer un libro, sino ciudadanos que puedan comprender ese libro y compartir el conocimiento.
El problema nuevamente son nuestros políticos. Nos prefieren ignorantes y aborregados. No es no saber leer, eso ya está superado en un porcentaje altísimo en el mundo, es no saber comprender o reflexionar. El comportamiento gregario al que nos someten y del que solo se puede escapar desde una posición intelectual crítica y sobre todo liberal. Y eso, a día de hoy, no lo enseñan en ningún plan de estudios.
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