“Esta situación es una mierda, no puedo más”. Cuando uno oye esto de un amigo obviamente tiende a preocuparse por él. Cuando esa es una opinión extendida (y cada vez más) entre un grupo de personas alrededor de un problema común, es que realmente estamos ante una alarma social insatisfecha.
La famosa frase ya la he escuchado varias veces de personas en el último mes en referencia al colegio virtual de sus hijos. Falta de concentración, bajo nivel académico, problemas de sociabilización de los más pequeños… son las quejas más comunes de los padres en los meses de esta apestosa nueva realidad educativa. La punta de un iceberg con riesgo de desquebrajar una generación.
Y antepongo y reconozco que la mayoría de colegios y universidades hacen sus mejores esfuerzos por mantener la propuesta de calidad en sus programas. Y el 99% de los profesores son unos héroes. Multiplicando esfuerzos y horas para no fallar en el puntual proceso educativo de nuestros hijos. Pero claramente es insuficiente. El Covid-19 arrasó con casi todo en nuestra sociedad, y el sistema educativo no iba a ser menos víctima de la pandemia.
El modelo educativo es un paradigma consolidado en todas las sociedades del mundo. Los niños van a un colegio donde se forman en conocimientos teóricos, prácticos, técnicos y en valores. En todas las culturas del planeta. Y así lleva funcionando con pocos cambios desde hace muchos siglos. Y esto ha venido a revolcarse en 15 días. Esos días de marzo en los que todo cambió. El paso de la presencialidad a la virtualidad. Nadie estaba preparado, era imposible, y las principales víctimas de este ajuste improvisado están siendo los estudiantes. Nadie está contento, ni centros educativos, ni profesores, ni padres ni por supuesto alumnos, a los que, en cierto modo, se les está robado lo más bonito de su juventud encerrados en su casa y delante de una pantalla.
La parte social, de interacción y de relacionamiento entre los niños y jóvenes es fundamental para su desarrollo emocional futuro. Plantear un colegio virtual es un despropósito.
Se abren varias incógnitas de difícil respuesta a día de hoy; la primera ¿Cuánto puede afectar esta situación a una generación entera si se prolonga demasiado en el tiempo? ¿Corremos el riesgo de que esta misma generación sufra una involución cultural? Y paradójicamente ¿Cuánto de grande y de perversa será la brecha educativa entre los colegios privados y colegios los públicos de los barrios más desfavorecidos? Hay que recordar que un % mayoritario de jóvenes en el país no tiene computador propio, y muchos ni siquiera tienen conectividad a Internet en sus casas. ¿Cómo se puede garantizar una educación de calidad en cuarentena si no se tiene Internet? Básicamente no se puede.
Necesidad de un nuevo camino en la educación
Lo más sorprendente es que éste no sea a día de hoy un debate público de primer orden, que no se le preste la atención necesaria para evitar una catástrofe dentro de unos años. Increíble que nadie vea esta amenaza de cara al futuro de una generación si el Covid decide quedarse entre nosotros por varios años, como que no sabemos.
La solución por supuesto no puede ser decretar aprobados generales para todos como se está haciendo en la actualidad. Eso es matar moscas a cañonazos. No podemos devaluar los colegios, matar el conocimiento, el esfuerzo y la meritocracia entre nuestros jóvenes. Si da igual estudiar o no porque el resultado es el mismo, estamos acabando con la institución para crear una sociedad de analfabetos y borregos perezosos.
Este ‘parche’ en el que vivimos desde marzo no podemos asumirlo como nuevo paradigma educativo. Es necesario buscar consensos y protocolos para juntar los dos mundos: el virtual y la escuela tradicional. Sin perder la esencia de ésta (que por algo lleva siglos así) pero acercando las herramientas digitales y su potencial a los estudiantes. Debe abrirse un debate transparente, claro y de fondo entre todos los agentes de la educación para encontrar un modelo ajustado a esta realidad incierta, pero que garantice una calidad en la educación. A día de hoy, estamos lejos.
Mi amigo que dice que la situación de sus hijos en el colegio era una mierda, lo lleva a estudiar al colegio más costoso de Colombia. No me quiero imaginar como será la cosa de dramática en una escuela pública en el bogotano barrio de Ciudad Bolívar, o en la comuna 14 de Cali, por ejemplo.