Ideologismo o la pérdida de la razón; o lo que es lo mismo: anteponer una idea o doctrina sobre cualquier circunstancia: a los datos empíricos, a la ciencia, a la aplicación de la ley o al simple sentido común. Es el triunfo del facilismo, del que profundizaré la próxima semana. Lo queremos todo masticado, el titular fácil, que no nos quite mucho tiempo y sea sencillo de entender. Le huimos al espíritu crítico, a la investigación que demanda un mérito (palabra maldita) y, sobre todo, al cuestionamiento de nuestros valores. Al enfrentamiento de nuestras propias contradicciones morales. Así nos va de mal.
Por ejemplo, si nuestro caudillo político favorito nos dice A, aplaudimos A. Da lo mismo que no entendamos que es A o incluso peor, que ese A nos perjudica y ni siquiera nos damos cuenta. Por contra, si el caudillo que NO nos gusta dice B, pues con total seguridad diremos que B es lo peor que nos puede pasar en la vida. No esperaremos a saber que es B, por supuesto no escucharemos el final de su planteamiento ni sus motivos. Y menos estudiaremos las ventajas que podría tener B sobre nuestras vidas. B es malo porque sí. Porque lo dice el caudillo contrario.
Uno de los síntomas más claros de la decadencia cultural y moral de nuestra época es la debilidad intelectual. Vivimos instalados en el pensamiento débil. Cuanto más débil es el pensamiento, más necesidad tenemos de las emociones fuertes. La sustitución del pensamiento neuronal por el de las gónadas o el hígado. El pan nuestro de cada día. Solo así se explica que los pueblos se sigan equivocando sistemáticamente en la elección de sus caudillos. Los socialistas porque sólo saben quitarnos libertades, acumular poder y enriquecerse a modo personal y sus colaboradores; y los malos capitalistas porque más de lo mismo: corrupción a manos llenas y los ciudadanos solo tienen derecho a pagar y a no molestar mucho.
Pensamiento complejo Vs irracionalidad
Como humanos, nuestra principal diferencia con el resto de seres vivos (animales y plantas) es la capacidad de desarrollar pensamientos complejos. Por encima de los instintos de supervivencia o primarios; y eso lo vamos perdiendo década tras década por la aceptación de un sentido gregario en lo social y cada vez más acentuado en el pensamiento. Difícil salirse del carril del pensamiento único. Hoy en día el verdadero revolucionario es el que va en contra de los que marcan el camino sin miedo al escarnio público.
Estar dispuestos a la búsqueda y encuentro con la verdad es estar dispuestos al esfuerzo de ese pensamiento complejo. Por eso, la primera falta de respeto a la realidad, la primera inmoralidad, se comete cuando se niega su complejidad simplificándola, a veces hasta la caricatura, y, en consecuencia, se renuncia a su comprensión.
Puede leer los otros ismos que amenazan al mundo en este enlace
El ideologismo es una patología social. Una tendencia a generar una idea para ocultar la realidad, bien porque la realidad no nos gusta, bien porque se siente un dios capaz de crear realidad nueva. El ideólogo sustituye la realidad por su idea; lo que es por lo que él quiere que sea. Y termina ejerciendo violencia sobre lo real para acomodarlo a la idea. Y si usted protesta observando que no se corresponde con la realidad, el ideólogo le contestará con soberbia que “peor para la realidad” o en un ejercicio de cinismo: “peor es la realidad de los otros”.
Llevado al campo de la justicia, es el perfecto abono para el desmantelamiento del estado de derecho. Así el ideologista solo confía en la justicia cuando la sentencia le es favorable a su interés a hacia el de su caudillo. Si los jueces dicen que el caudillo de los afectos es culpable “los jueces están comprados” por el partido contrario. Da igual que nadie se lea la sentencia de 5.000 folios para entender el trabajo de años de esos jueces. Recuerden solo nos vale el titular y obviamente es más fácil repetir el mensaje único interesado afín a nuestra ideología que leerse esos 5.000 aburridísimos folios de sentencia.
Instrumento de poder
Por todo esto, para el ideólogo, la ideología se convierte en un mero instrumento de poder para cambiar la realidad a su gusto. Por ello elevan la categoría de la idea (importa más la fuerza del eslogan que la precisión de la proposición; importa más el énfasis que el rigor), convirtiendo el acto intelectual en un combate, en una ofensiva, en una conquista, en un vencimiento, en su convencimiento.
Para prevenir esta patología, esta lacra, recomiendo un único camino: higiene intelectual diaria. Entrenarse en ver, juzgar y actuar; observación, reflexión y acción. Frente a los reaccionarios ideológicos, dosis diarias de auténtico pensamiento científico. Más razón y menos gónadas.
Acaba de leer el episodio IX de la serie ‘ismos que amenazan el mundo’.
Próximo episodio: el facilismo