Solo basta imaginar lo que se debe establecer para manejar la enorme complejidad de un proyecto de construcción, de un edificio por ejemplo, en donde se funden millones de detalles de su apariencia, los requerimientos y gustos de quienes lo usarán, la estructura que lo soporta en forma segura, la cimentación en la que se sostiene, todas las conexiones a los servicios públicos, las funcionalidades de sus espacios, la movilidad en todas sus áreas, el clima, la luz, su equipamiento y la minimización del consumo de energía, la forma en que se mantienen todas sus partes y componentes, y hasta la forma en que debe desmantelarse y demolerse al final de su vida útil, provenientes de cientos de personas que juegan roles muy diversos como los diseñadores arquitectónicos y de las varias ingenierías que allí convergen, los constructores, tanto los planeadores, coordinadores de suministros, administradores, jefes, obreros, los proveedores de muchísimos y disímiles materiales y equipos, los montadores de esos equipos y partes especiales, los revisores, los supervisores, los interventores, los curadores y demás representantes del control del Estado, y hasta llegar a los usuarios y los administradores del edificio final, los vecinos y toda la gente que puede estar desde involucrada hasta tocada por el proyecto, para comprender la inmensa cantidad de trabajo de sincronización que se requiere para que todo eso resulte bien, con la funcionalidad y calidad requeridas, en el tiempo en que debe estar, y el costo al cual debe salir para poder competir en el mercado. Tremendo trabajo.
La industria de la construcción en el mundo, y en nuestro país, sabe cómo hacerlo. Pero como en todas las actividades humanas hay quienes hacen las cosas mejor y más eficientemente que otros, y van adelante, y se van quedando con lo mejor del mercado, o van construyendo una vida mejor para su gente, con mayor bienestar. Se puede ser constructor y finalmente tener el resultado del edificio pero puede no ser comparable con otro similar que logró tener una calidad indiscutible, no tener errores ni reprocesos, costar menos aún con mejores materiales, y haber terminado en menos tiempo. La eficiencia es el resultado de la suma de los pequeños detalles bien hechos. En millones de detalles, la diferencia entre hacer las cosas muy bien a simplemente bien, cuenta, y hace que esa diferencia sea enorme.
Desde hace más de una década emergió una nueva metodología llamada BIM (Bulding Information Modeling) que como todo proceso evolutivo moderno surgió por la convergencia de varias tecnologías y metodologías que van desde la mayor capacidad de cómputo, los algoritmos para solucionar problemas de optimización, la representación gráfica de la realidad, la simulación, las bases de datos relacionales, la planeación de los proyectos, la logística de los suministros. Y emergen cuando lo que antes se veía como un problema enorme ya no se ve tan inmanejable dados los demás adelantos convergentes. Es parte del gen del progreso que llevamos los humanos, siempre buscando una mejor forma de lograr más y mejor. Podría llamarse la metodología de la integración y la colaboración. De lo que se trata es que todas las partes involucradas con todas sus complejidades parciales puedan estar integradas en el mismo modelo del proyecto, que se representa gráficamente (tridimensional apoyados en software especializado comercial) pero que al mismo tiempo tiene las dimensiones de costo y tiempo para cada elemento representado en el modelo, “hablando” entre sí para ahorrarse problemas de dimensión, de comprensión y de coordinación como mínimo (colaborando). Y rebajando la necesidad de hacer esa integración de conocimientos y requerimientos a través de un coordinador humano, centralizador, que puede ser lento y cometer errores.
Los beneficios que se obtienen son rotundos: entre 15% a 20% de menor costo que salen de minimización de los errores, evitar los reprocesos, ahorrar materiales por menores desperdicios y porque la productividad se dispara en virtud de la colaboración directa entre los actores, todo lo cual se refleja en mayor rapidez de ejecución, se facilita el manejo de los millones de datos, se eleva la calidad, y se elimina la mayor parte de las fuentes de conflicto. El país líder en su aplicación es el Reino Unido en donde ha sido una práctica en entidades del sector público desde 2009, habiendo proclamado su Estrategia Gubernamental para la Construcción en 2011, la cual exige que las empresas que construyen para el Estado estén certificadas en BIM Nivel 2 desde 2016. El Nivel 0 se refiere a planos en dos dimensiones, poca colaboración entre los actores, y poca integración de información electrónica. En el Nivel 1 ya se espera un manejo centralizado pero asistido por computador (CAD) en tres dimensiones, mayor colaboración a través del centralizador (normalmente el contratista principal), y mayor integración de sistemas separados. En Nivel 2, la integración y colaboración es mayor aunque no necesariamente en un solo sistema compartido. En Nivel 3, la integración y colaboración es total, a través de un único modelo compartido, al cual acceden todos los actores. Para 2024 esperan tener este nivel en el que hasta los obreros deberán poder actuar desde sus teléfonos móviles. Increíble.
No todo es color de rosa, no obstante; a finales del año pasado, en una encuesta a profesionales del sector casi la mitad expresaron que la implementación en los proyectos gubernamentales no había tenido mucho éxito, y el 40% dijo no saber cómo cumplir las reglas, pero solo el 1% desconoce BIM.
En Colombia ya tenemos nuestra Estrategia Nacional BIM emitida por Planeación Nacional en noviembre del año pasado. La ruta establece que para el 2022 entre el 10% y el 25% de los proyectos públicos se manejen con BIM. Y así gradualmente hasta completar el 100% antes del 2026. No establece niveles de integración y colaboración, ni de si los modelos pueden ser o no compartidos, lo cual sería necesario al estudiar el recorrido ya bastante mas largo que ha trasegado el líder Reino Unido. El Ministerio de Vivienda, con su resolución 0441 de septiembre anterior picó en punta y estableció reglas para que los privados que quieran puedan interactuar con los entes de control públicos, curadurías y oficinas de planeación o quien haga sus veces, dentro del plan piloto para la expedición de licencias de construcción en la modalidad de obra nueva a través de medios electrónicos, que va hasta diciembre de 2021 y que incluye completamente el uso de aplicaciones que sigan la metodología BIM.
Planeación Nacional apunta a que la meta de ahorros sea del 10% en un sector que pesa el 5.17% en el PIB. Haciendo caso a las otras referencias que registran ahorros hasta del 20%, esto podría llegar a representar un ahorro alrededor del 1% del PIB, una cifra impresionante.
Por lógica elemental, el sector privado ya debería estar de lleno en el uso de la metodología y su tecnología de respaldo. Todo el sector privado de la industria de la construcción. Y en el sector público nos cabe la pregunta ¿para qué esperar hasta el 2026?. Deberíamos acelerar. A quienes se muestran prudentes en cuanto a que podemos no estar suficientemente preparados, hay que hacerles la reflexión siguiente: si no somos capaces siquiera en ser buenos en adoptar tecnología no vamos a encontrar espacio en el mundo super tecnificado, super veloz y super competido que se nos viene encima. Tenemos una juventud vibrante que es capaz de abrazar la tecnología requerida y unos mayores con experiencia que deben adaptarse al nuevo mundo que tienen que vivir. Con esa experiencia desarrollada antes que el resto del mundo, deberíamos apuntar a ser los proveedores de los tecno-trabajadores del mundo, desde aquí. Ese puede ser nuestro nicho para generar gran cantidad de trabajos de calidad para nuestros colombianos. Y los sectores público y privado no pueden ser menores a ese desafío superior.
*@refonsecaz – Ingeniero, Consultor en Competitividad