La pausa obligada de la pandemia hizo olvidar un poco las urgencias principales en que venía trabajando la humanidad. Ya no solo podemos hablar de las amenazas del cambio climático, sino su interrelación compleja con la pérdida de la biodiversidad, y sus consecuencias tremendas para la vida sobre la tierra como la conocemos. Quienes avanzan sobre estos temas, que deberían ser de primer orden para cualquier persona sobre la faz de la tierra por obvias razones, están preocupados por determinar si ya pasamos, o a qué tanto estamos de pasar, los momentos de inflexión después de los cuales no haya reversa. Ya no solo urge parar la emisión de gases de efecto invernadero, sino revertir su efecto lo cual pasa por revertir su emisión, es decir, su captura nuevamente en la tierra. Paradójico que, para un mundo como nunca antes informado, haya todavía otras personas llevando luchas, desde ya fallidas, para alegar que todo es un mito y así justificar uno de los pilares del capitalismo, sobre todo en su última etapa neo-liberal, que consistía en que la tierra tenía recursos ilimitados y gratis. Pero el capitalismo está pasando en esta época su propio momento de inflexión. Por fortuna.
Los factores principales de la pérdida de biodiversidad están concentrados en cuatro actividades humanas más un fenómeno que podría ser inducido también: los cambios en el uso de la tierra y el mar, la sobreexplotación, el cambio climático (que representa hasta ahora entre 11% y 16% pero que podrías desbordarse en los próximos años si siguen las tendencias actuales), la contaminación y la invasión de especies foráneas. ¡El 79% de las especies están amenazadas!, lo que representa una cifra que no cabe en la cabeza. Los informes adelantados por el Foro Económico Mundial registran que las actividades para la alimentación, uso de la tierra y del mar amenazan al 72% de las especies, mientras que la infraestructura y el entorno construido el 29%, y la energía y las industrias extractivas el 18%.
Para complementar este resumen hay que recordar que existe una gran inequidad del uso abusivo de la naturaleza por los países más desarrollado frente a los menos, sin compensación aún. Es una deuda que está pendiente. Los países más activos económicamente son los que más contaminan: China con 28% de toda la contaminación humana, Estados Unidos con 15%, la Unión Europea con 10%, India 7%, Rusia 5%, por citar los primeros en la lista. Mientras que los más fuertes impactos del cambio climático medidos como número de víctimas mortales son sufridos por países mayoritariamente pobres como Myanmar, Dominica, Honduras, Puerto Rico (aunque es un estado asociado de los USA), Nicaragua, Haití y Micronesia (datos de statista, 2019).
Pero contrario a lo que los activistas extremos de derecha aún piensan (o que aún son alimentados para vociferar lo contrario), el poder económico mundial está experimentando un gran giro conceptual, que representa la única esperanza para la humanidad. Para ser prácticos, si el capitalismo dominante, dominado por el poder económico, no se ocupara de esta amenaza, no tendríamos mayor futuro.
En agosto del año 2019, después de prácticamente 50 años con la misma doctrina, el exclusivo club de las corporaciones mas poderosas de USA (Business Roundtable) redefinió el objetivo último de las corporaciones, de utilidades para sus inversionistas a beneficios para todos sus públicos: empleados, proveedores, inversionistas y para la sociedad. En enero de 2020, el Foro Económico Mundial en su sesión anual en Davos, que reúne lo más poderoso del poder económico y del poder político mundiales, enfiló baterías para atender las urgencias del cambio climático como un deber institucional liderado por las corporaciones y los países. Aunque en diciembre de 2019 había fallado el intento de la COP25 sobre los Objetivos del Desarrollo Sostenible para la humanidad, en el sentido que países como China, USA y Rusia se negaron a estar y suscribir los compromisos, con estos anuncios el poder económico tarde o temprano logrará que el poder político en USA se encause y haga lo propio para presionar a los otros dos países. Pero más cerca de las acciones aún, está por ejemplo la redefinición que hizo el fondo de inversiones más grande del mundo, BlackRock, en enero de este año también, “al anunciar que la sostenibilidad será su nuevo estándar para definir inversiones alrededor del mundo, ante la creciente tendencia mundial en la que los inversionistas no sólo valoran criterios financieros, sino también ambientales y sociales” (El Economista, enero 14, 2020). No hay duda, el poder económico está trazando la nueva ruta.
En esta nueva ruta, los negocios verdes serán los protagonistas, pero se requerirá un largo camino por recorrer en la comprensión política y global para lograrlo. El reporte del Fondo Económico Mundial al respecto identificó 15 transiciones que hay que hacer en los tres sistemas socioeconómicos (alimentación, uso de la tierra y del mar; infraestructura y el entorno construido; y la energía y las industrias extractivas), para 19 sectores principales de la economía, que podrían generar $10,1 billones de dólares anuales en oportunidades de negocio y la generación de 395 millones de nuevos puestos de trabajo para 2030, con unos requerimientos de inversión de capital de alrededor de $2.7 trillones anuales (en USD). Esto empieza a mostrar que la ruta ya tiene enormes incentivos. La protección del ambiente, su uso racional, las compensaciones de su uso, la reversión de los daños causados, todos negocios verdes, se volverán los nuevos buenos negocios del futuro cercano. Tarde, pero sin duda, una gran noticia para todos los humanos.
Los nuevos mercados que se fortalecerán tenderán a ver con el menor uso de los recursos naturales para todos los productos que se ofrezcan en los mercados, como ya ha venido sucediendo especialmente en Europa, los mercados que transen compensaciones del uso de recursos que no se puedan mitigar en la fuente, y mercados que den valor a toda iniciativa que revierta la pérdida de diversidad y el cambio climático. Los mercados son la forma en que el capitalismo dinamiza las acciones. Si tiene precio tiene valor. Esa es la regla fundamental dentro del sistema económico dominante, aunque esto pueda significar una molestia conceptual para los más críticos.
Las cadenas de implicaciones de impuestos y tarifas llegarán a los precios finales, que condicionarán la demanda de los bienes y servicios. Tarifas altas para los productos que más impactan negativamente en toda su cadena de producción y distribución, que pagarán las personas que los quieran consumir dejando en el precio todos los costos asociados al uso de recursos escasos de la naturaleza, representados como costos o como impuestos en toda su cadena. Para su implementación se requiere la globalización de estos mecanismos de tarifación del uso de los recursos escasos para que cada país tenga que recaudar e invertir, de manera local o global en medidas de mitigación o compensación, que remedien su uso. El mercado buscará su equilibrio hasta llegar a la ausencia de demanda por precios muy elevados de productos contaminantes.
Con el mecanismo de globalización, seguramente será necesario un esquema de control internacional a las prácticas locales a través de los mercados, en principio, y acuerdos de la política entre Estados, de fondo, y se llegará a la equidad en la cual el pago por la recuperación por habitante sea proporcional a su uso y/o usufructo. No solo el que lo usa sino también el que usufructúa la cadena de producción y distribución. No solo el que compra y usa un novísimo celular en Estados Unidos, sino el que obtuvo algún beneficio por la explotación del Coltan en Venezuela, por ejemplo.
Las empresas, en el frente privado tendrán que intensificar sus acciones de mitigación y compensación a través de mecanismos de mercado como el que ya existe para el carbón, pero sobre todo por acciones directas verificables y pago de impuestos con destinación específica para que el país actúe o pague por no actuar, a un sistema global de compensación, que deberá ser verificado y certificado, lo que condicionará los mercados de forma más aguda que las certificaciones actuales, donde aún prima la voluntad entre compradores y vendedores.
Para allá vamos. La codicia tiene un límite, y ese límite está llegando, en el cual la estupidez inducida por ella no supera el instinto de supervivencia. Los representantes del poder económico están mostrando su comprensión acerca de los peligros para la humanidad, y ellos son en la práctica los que toman las decisiones por todos. No importa si se está de acuerdo con esta realidad o no, es la realidad al fin y al cabo.
En nuestro pequeño drama local, esto tiene una gran significancia. Lo malo es que sus efectos salvadores llegarán tarde, como todo en nuestro país. Pero lo bueno es que se abren enormes oportunidades de toda clase en esos nuevos negocios, para lo cual debemos estar atentos y reforzar nuestras capacidades científicas y de negocios, y mejorar radicalmente nuestra infraestructura legal y nuestra idiosincrasia para hacer del país una buena plataforma para los negocios (que pasa por combatir y reducir la corrupción con urgencia).
Lo bueno también es que lo verde no será considerado más enemigo del capitalismo y por el contrario éste lo exigirá para poder participar de sus asuntos buenos. Eso es, ni mas ni menos, que los verdes, todos aquellos que pretenden cuidar los recursos naturales y que pagan a diario aún con su vida, todos aquellos que propenden por comunidades más justas, y transacciones mas justas, ya no serán revolucionarios, ya no serán izquierdosos, mamertos y toda serie de descalificativos con los que pretenden discriminarlos los de extremas derechas. Estos últimos sí, tendrán necesariamente que reeducarse en una nueva concepción más amable del mundo regida por relaciones lógicas y menos imposiciones a la fuerza bruta, para no quedar fuera de lugar. Ardua labor y casi imposible. Ya reemplazarán sus monstruos por otros, para des fortuna de todos sus conciudadanos.
Pero el resultado neto será positivo.
@refonsecaz – Ingeniero, consultor en competitividad.