Ante la cantidad de precandidatos a la Presidencia de la República de Colombia, se debe hacer una infografía con las fotos y los partidos de los aspirantes neoliberales. Hay cuatro exministros: Cárdenas, Echeverry, Gaviria y Zuluaga, más los dos tríos de exalcaldes y de exgobernadores, y otros que son unos pobres diablos, como un exconsejero presidencial enemigo de la paz. No están en esta lista la Coalición de la Esperanza ni el Pacto Histórico ni los Verdes de todos los verdes y de todos los colores. Estarán en otra columna.

Luego de treinta años de neoliberalismo, Colombia ha derivado en una economía inviable con anomalías estructurales que bloquean las posibilidades de una profunda reestructuración: desindustrialización, informalidad, desempleo, importador neto de tecnología, exportador de bienes básicos, baja productividad, poca innovación, escaso emprendimiento, bajo nivel de educación con analfabetismo funcional, tasa de cambio desfavorable y profundas asimetrías en los TLC, en un contexto de desinstitucionalización por corrupción, ilegalidad, inequidad y mentalidad de corto plazo. Sin embargo, todo empieza con la desindustrialización.

La industria participaba con el 24% del PIB antes de 1991. Ahora con menos del 12%. Colombia era considerada una de las economías en desarrollo en proceso de industrialización. En América Latina otras tres tenían igual estatus: Argentina, Brasil y México. Pero llegó la apertura y empresas que producían insumos, electrónica y algunos bienes de capital, cerraron, y las que eran del Estado se privatizaron. Hoy Colombia depende de las importaciones bajo una doble falacia neoliberal: menores precios para beneficiar a la población con productos más baratos, y el mercado dice en qué se debe invertir. En Colombia el Estado no opina, menos emprende e interviene, a diferencia de los países desarrollados y de los emergentes de Asia. Lo que si sucede es que el Ministerio de Hacienda, la presidencia de la república y los congresistas, deciden a puerta cerrada como se reparte el presupuesto de la nación.

La estrategia con las industrias estatales es manejarlas mal para privatizarlas a través de gerentes inescrupulosos que se prestan para debilitar al Estado. Y unos tecnócratas, con el cerebro lavado, desembarcaron hace tres décadas como fuerza de asalto para tomarse el partido liberal y el partido conservador, luego Cambio Radical, la U y por supuesto el Centro Antidemocrático. Ganaron elecciones e impusieron nueva constitución que le diera pista a un radical neoliberalismo que derivó en más violencia, ilegalidad y corrupción.

La privatización o el cierre de plantas industriales de los complejos petroquímico, metalmecánico, siderúrgico, textil, energía, bebidas, electrónico, automotriz, farmacéutico, y otros más, se hicieron en silencio. Dicen que los problemas de EPM esconden propósitos de privatización. A Ecopetrol, Carrasquilla siempre le ha tenido ganas.

La desindustrialización también tuvo efectos en la retirada en el PIB de la agricultura, del 12% en 1991 a menos del 6% en 2019. Se acabaron ciertos cultivos y no fueron sustituidos por otros de igual impacto o importancia.

Cuando se destruye tejido productivo, sobre todo industrial, el avance de los servicios en el PIB se hace con actividades en su mayoría de baja complejidad tecnológica, que no requieren de recurso humano de alto nivel, salvo en los puestos de mando, pero tampoco estos tienen que tener doctorado, porque simplemente lo que deben hacer no requiere de ese nivel de conocimiento, por una razón: no son actividades intensivas en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i).

Cuando se destruye tejido productivo y no se lo sustituye por otras actividades más modernas, innovadoras y de mayor complejidad tecnológica, la economía cede en productividad, competitividad, emprendimiento, innovación, empleo y no construye equidad.

La productividad es negativa desde hace treinta años. Colombia produce menos cantidades por unidad de tiempo frente a otras economías. Un ejemplo. En X actividad Colombia producía 1.000 unidades/hora en 1991 y 1.500 unidades en 2021. Se mejoró. Pero, resulta que en 1991 otras economías también producían en la misma actividad 1.000 unidades/ hora, y ahora producen 10.000 unidades en los mismos sesenta minutos. Entonces, se pierden mercados nacionales e internacionales y no se generan derrames positivos en otras actividades, vía el aprendizaje, complementariedades entre actividades, y el cambio tecnológico desde capacidades nacionales y no solo por la importación de tecnología.

Por la baja productividad, la competitividad de Colombia está escriturada entre el puesto 55 y el puesto 65 a nivel mundial.

Estos comportamientos reflejan un gigantesco problema estructural en materia de comercio internacional: exportaciones poco sofisticadas y diversificadas, y de bajo valor agregado.

La participación del comercio internacional en el PIB se ha movido en los últimos treinta años al alrededor del 33%, cuando debería estar por encima del 40%. Pero, lo realmente grave es que las exportaciones solo participan con el 11.5% en el PIB cuando en el 1991 lo hacía con el 25%. Hoy Colombia ocupa el puesto 145 entre 191 países en la relación exportaciones a PIB. La diferencia astronómica a favor de las importaciones genera un déficit comercial que produce un colosal descuadre en las cuentas internacionales, reduce la confianza y los campos de inversión, aumenta el déficit fiscal, eleva la deuda y se vive con una tasa de cambio de efectos negativos.

Menos ingresos por impuestos dado un sistema tributario funcional a una aparato productivo con más de 100 subsidios escondidos que no retornan a la economía pero que si van a otras inversiones en el exterior o a los paraísos fiscales. Entonces, el objetivo de las políticas no es la productividad, porque el 80% de la canasta exportadora la conforman pocos productos básicos, algunas manufacturas livianas, y la minería de enclave. Baja productividad y rezagada canasta exportadora tiene como resultado lo siguiente:

En 2019, el déficit comercial de bienes intermedios fue de US$ 7.700 millones, en bienes de consumo de US$ 9.000 millones, y en bienes de capital de US$ 14.000 millones. Así las cosas, el déficit en industrias de mayor complejidad tecnológica es de US$ 30.700 millones anuales aproximadamente. Esto significa que en doce o trece años Colombia acumularía un déficit comercial, tecnológico y en investigación, equivalente al PIB total del 2019. Colombia trabaja para otros.

En emprendimiento, según el Índice Global de Ecosistemas de Start Ups 2021: Colombia ocupa el puesto 47 entre 100 países, el quinto en América Latina detrás de Argentina, Brasil, Chile y México. Bogotá tiene la quinta posición en América Latina y 77 a nivel mundial. Medellín el lugar 13 en la región y 183 en el planeta, y Cali es 17 entre los vecinos y 298 en el globo.

El panorama empeora con la educación: Colombia no tiene ninguna universidad entre las 250, 300 o 400 mejores del mundo. A más exigente es el ranking, más abajo se ubica el país. En las pruebas PISA le va mal, y a nivel interno las brechas entre estratos económicos, según las pruebas Saber y Saber Pro, se amplía. Esto sucede porque la economía es poco productiva, es primaria sin industrialización ni servicios avanzados derivados de sus capacidades endógenas de producción y conocimiento. En consecuencia, las brechas sociales aumentan derivando en un alto analfabetismo funcional que genera más inequidad y por tanto una pésima distribución de la riqueza.

Con un sistema productivo rezagado la relación entre investigación y empresas, es escasa, por eso el 96% de los investigadores están amarrados a las universidades, porque las empresas no hacen I+D+i. Esto será cada vez peor, pues en la medida en que más organizaciones se venden al capital internacional, menor necesidades de investigación habrá, porque en la política de desarrollo productivo no hay ninguna exigencia a esos capitales para hacer investigación en Colombia, ni para exportar ni fertilizar las cadenas nacionales y globales de valor. La I+D+i como factor determinante del cambio estructural, queda neutralizada.

Es decir, la política neoliberal regala el mercado, a cambio recibe poco porque las utilidades se pueden repatriar en su totalidad. En consecuencia, la tributación es baja porque hay una cultura de la evasión y porque la economía no da más. El gran jalonador de la destrucción productiva, son los TLC, porque le asignan a Colombia el mercado de ciertos productos básicos, pero le cierran el paso a la producción de industrias y servicios de alta tecnología, incluso le bloquean el camino para desarrollar tecnología para los productos primarios.

El atraso estructural es 100% funcional al narcotráfico y a toda actividad ilegal, porque las necesidades de recursos humanos con principios y conocimientos fuertes, no se necesitan. Asimismo, es funcional a la informalidad, por eso es absurdo forzar la formalización si las condiciones estructurales de la economía no están dadas para trabajar con las micro y pequeñas empresas informales hasta tanto no haya cambio estructural.

Con los neoliberal que gobiernan, con los neoliberales que quieren presidencia, no habrá mañana. El modelo de los últimos 30 años acabó con la posibilidad de construir una economía para la sociedad siguiente.

“El nuevo rumbo”, la próxima columna.

@acostajaime