Colombia al igual que otros países presenta un aumento en la deuda, antes de la pandemia ya se sabía que se iba a presentar otra reforma tributaria para cubrir el hueco fiscal que nos ha acompañado durante muchos años, desde la constitución del 91 ese faltante ha ido aumentando debido a las nuevas obligaciones del gobierno.

Por ello, este como otros gobiernos tienen la penosa e inevitable necesidad de implementar una reforma tributaria en medio de una pandemia, dicha distinción ningún país quisiera tenerla.

Esta semana después de 7 meses la comisión de expertos presentó sus recomendaciones, entre las cuales se menciona ampliar la base gravable, impuestos a pensiones altas, eliminar el 4 por mil y acabar con beneficios tributaros para las empresas.

A pesar de lo impopulares que varias de estas recomendaciones son, hay una que me parece interesante.

Existe una teoría fiscal que se ha convertido en el centro de los planes de desarrollo económico y siempre tiene un respaldo político y empresarial, la idea de que los alivios o beneficios tributarios a las empresas generan empleo, al reducir la carga tributaria se tiene más presupuesto que es invertido en nuevos puestos de trabajo.

Dicha teoría se ha escuchado y defendido últimamente con bastante frecuencia, pero esta teoría conocida como “la economía de goteo” no es efectiva, eso dicen varios estudios. El nombre se refiere a que los beneficios provenientes de las exenciones tributarias “fluyen” desde la empresa hasta sus nuevos empleados.

El problema es que se asume que se asume que las empresas invertirán el dinero no pagado en impuestos en la expansión o mejora de su negocio, por ende, en generación de empleo, pero la realidad es que en la mayoría de casos ese dinero no es reinvertido en la empresa -solo se suma a las ganancias- o se invierte pero en áreas que no generan empleo.

En 2019 un informe en conjunto con la CEPAL y Oxfam (la primera es la Comisión Económica para América Latina y el Caribe; la segunda, una entidad que combate la desigualdad) dijo que “los incentivos tributarios -reducción de impuestos- constituyen sólo uno de los factores que pueden afectar la inversión, la creación de empleo y el crecimiento económico. Esto es porque existen otros elementos externos al sistema tributario que han resultado más relevantes, como la calidad de las instituciones, la infraestructura, el tamaño del mercado y la estabilidad económica, política y social, entre otros… además, con los impuestos que se dejan de percibir por incentivos fiscales a las empresas en algunos países de América Latina y el Caribe se podría aumentar, por ejemplo, hasta un 50% el gasto público en salud”.

Otro estudio publicado en el pasado diciembre revisó la economía de 18 países de la OCDE y determinó que en los últimos 50 años los beneficios fiscales para los ricos tuvieron poco impacto positivo en la economía, solo fomentaron la desigualdad, el incremento de la riqueza para el 1% de las personas más adineradas del mundo, 5 años después de haberse dado estas excepciones, no se generó crecimiento en el PIB o reducción del desempleo.

Cuesta decirlo, pero la comisión de expertos ha propuesto algunas recomendaciones más que válidas, la idea de pagar impuestos no es agradable, pero es algo necesario. Aunque se desconoce cómo será la nueva reforma y si estas recomendaciones son o no valoradas, lo cierto es que es aproxima toda una novela empresarial y política que nos puede traer sorpresas, sumado el hecho que los vientos de campañas presidencias nos han acompañado de forma temprana esta vez.

Más allá de la expectativa por la nueva reforma me queda otra duda, si algún día tendremos la fórmula, voluntad y estructura que nos permita salir como país de una vida en déficit y endeudamiento eterno. Parece que padeciéramos de la “maldición del endeudamiento”.