Ha sido normal que se ajuste el salario mínimo tras un forcejeo entre los empresarios y el gobierno con las centrales de trabajadores, y siempre tratando de que sea del orden de la inflación mas lo ganado por productividad en el año. Es decir, una actualización del poder adquisitivo más un pequeño premio. Esta vez no fue así, ni por la ausencia de forcejeo ni por la relación del aumento con la inflación.
Con el 10.07% de aumento del salario mínimo y con una inflación proyectada algo mayor de 5% para el año, se logra un aumento real sobre el salario mínimo del orden del 5%, lo cual es de gran recibo dada la situación postpandemia. La propuesta del presidente fue acogida de inmediato por los empresarios diciendo que “es tiempo de solidaridad” (Mac Master, ANDI), sorprendente puesto que ésta es una virtud escasa en nuestro medio, para no llamarnos a engaños. Pero es bienvenida por la mayoría. Es también posible ser más perspicaces a sabiendas de que el presidente está en campaña presidencial indirecta dados los resultados adversos de las encuestas y entender que esta pueda ser una pieza más de esa estrategia para poder resaltar algunas cosas positivas de su gobierno.
Como en el tema del crecimiento en el que hay alborozo porque el PIB per cápita podría estar subiendo como nunca, lo cual es cierto en términos nominales. Sin embargo, aún con un 9.5% de aumento, el crecimiento 2021/2019 sería de solo 1.5% dado que la caída en 2020 (pandemia) fue del -7.3% y no solo no significa que nos estemos recuperando a los niveles prepandemia (veníamos con más de 5%) sino que aún estamos lejos. Depende de que matiz se le quiera dar a las noticias. “Los hechos no dejan de existir aunque se los ignore” (Aldous Huxley) y hay que ser realistas para poder ser positivos y a partir de una evaluación correcta empezar a buscar cómo mejorar las cosas; el peligro de negar o camuflar las realidades es que nos volvemos optimistas ingenuos, y aunque para los economistas esta variable ayude al clima de inversión y de desempeño, puede ser frustrante en el mediano plazo. Sin hablar del PIB per cápita en dólares, donde el retroceso es muy duro: 6,923 en 2018 a 5,450 proyectado en 2021 si el crecimiento fuera del 9.5% (cálculos propios con base en los reportes del Banco de la República).
Puede ser un regalo que resulte fugaz. Incluso antes de elecciones. Venimos sufriendo una galopante carestía en alimentos con casos cotidianos en donde hay productos con alzas en las últimas semanas de mucho más de 10% (El Tiempo, 2021), que especialmente golpea los estratos económicos bajos y que deja la impresión de que la inflación sea mucho mayor que la medición del DANE, pero que podría obedecer a una cuestión de percepción (Hofstetter, El Espectador, 2021) ya que varios ítems de la canasta no se han afectado como combustibles y transporte. En el caso de los combustibles, el gobierno está usando el mecanismo de compensación para mantener el precio sin los efectos de la subida del petróleo en los mercados internacionales, pero terminará por impactar el precio interno, y con ello, subirán indefectiblemente estos dos rubros que pesan en el cálculo.
Como se sabe, ha habido una crisis generalizada en el mundo de materias primas y productos para la venta derivada de la llamada crisis de los contenedores originada desde los cierres de puertos en los inicios de la pandemia, que con un efecto de transiente, ha venido afectando prácticamente a todas las cadenas de suministro mundiales. Se esperaría que sus consecuencias en los precios de los productos fueran temporales, ojalá, pero como mínimo no se sabe la duración de esa temporalidad. En ese frente externo, la devaluación del peso frente al dólar nos golpea muy fuerte, dada nuestra dependencia de importación de materias primas y de productos de consumo básico. Además de la pérdida de competitividad en las exportaciones que finalmente pasará factura a las exportaciones, poniendo zancadilla a la generación de empleo que contribuya a la reactivación o al menos no agrave la situación.
Pero además la deuda ha subido fuertemente principalmente como resultado de la estrategia de atención de la pandemia, lo cual presiona las medidas económicas y quita maniobra para combatir la inflación. Entre ellas, no se hará esperar la subida de intereses que desestimulará los planes de reactivación finalmente. En palabras del economista Hofstetter “el dato de inflación de enero dejará perplejos a muchos y forzará al Banco a apagar la música de la fiesta de la recuperación” (El Espectador, 2021). La fugacidad del regalo podría ser incluso de un mes.
Antes de seguir hay que recordar que la influencia del salario mínimo es limitado dada la enorme informalidad que tenemos. Con los niveles de pobreza alcanzados, posteriores a la pandemia, lo más probable es que no podamos recuperar gente de sus filas.
Este año no tuvimos que volver a la discusión económica sobre qué tanto afectaba el aumento del salario a la competitividad de las empresas y su efecto sobre el desempleo, dado el regalo de los tiempos de la solidaridad; pero regresará (una buena discusión por Guevara, El Espectador, 2021), y además de los hallazgos del premio nobel Card sobre el tema (que él mismo advierte que hay que localizar para el caso colombiano) (Reyes, El Espectador, 2021), también tendremos que regresar con la pregunta sistémica de por qué en la discusión nadie cita el aumento en las utilidades de las empresas cuando es el factor que directamente se afecta con la supuesta pérdida de competitividad. El economista Palma (Palma, U. de Cambridge, 2015) tiene la respuesta: desde 1970 para acá, los salarios de los estadounidenses se estancaron mientras los ingresos de los empresarios se dispararon: el resultado, la concentración acelerada de la riqueza. Hay que revisar a fondo estos “tiempos de la solidaridad” y hacerlos reales.
@refonsecaz – Ingeniero, Consultor en Competitividad