Los efectos de la pandemia de enfermedad por coronavirus (COVID-19) se han extendido a todos los ámbitos de la vida humana, alterando la manera en que nos relacionamos, paralizando las economías y generando cambios profundos en las sociedades. La pandemia ha evidenciado y exacerbado las grandes brechas estructurales de la región y los costos de la desigualdad se han vuelto insostenibles. Por ello, es necesario reconstruir con igualdad y sostenibilidad, apuntando a la creación de un verdadero Estado de bienestar… (CEPAL, marzo 2021)

Durante los últimos años, nuestra América Latina ha mostrado las inequidades, los vacíos estructurales, las deficiencias, las ausencias y los antagonismos, de una manera que no imaginábamos a comienzos de este siglo. Todo esto, robustecido por los impactos del COVID 19, que no creó nuevos problemas, sino que agudizó los que ya venían.

Desde el Rio Bravo, en México, nos llegan noticias que AMLO gobierna a punta de clientela y corrupción, las cuales no le alcanzaron para tener una mayoría absoluta en el Congreso, pero si logró varios puestos en los estados. Para mantener esa burocracia, ha depredado fuentes tan importantes, como las reservas del país. A su salida, Peña Nieto dejó 300 mil millones de pesos en el Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios, en el cual a 2020 sólo quedaban míseros 30 mil millones y con el riesgo de seguir reduciéndose rápidamente. Pero la gota que rebaso la copa ha sido el pésimo manejo de la pandemia, pues se unió al club de Bolsonaro y Trump al negarla durante un buen tiempo. A esto se suman sus numerosas y locuaces intervenciones con la prensa o en sus discursos, como en su juramento como presidente cuando afirmó “me canso ganso”, o cuando les dijo a los delincuentes que dejaran la ilegalidad porque hacen sufrir mucho a sus mamás.

Un poco más abajo, El Salvador se debate entre su amor a las pupusas y su amor a Bukele. El presidente instagramer ha intervenido el Congreso cuando quiere, cerrado las altas cortes o cooptado el poder de todas las maneras posibles. Es el vivo ejemplo del caudillismo en la era de la 4ta revolución industrial, donde un apoyo absoluto del pueblo se corresponde con un manejo de redes sociales sofisticado y directo.

En Nicaragua, Daniel Ortega y Rosario Murillo andan de cacería y mandando a la cárcel a cualquiera que se oponga a su régimen. Ortega, ha pasado de luchar contra Somoza, a reemplazarlo.

Llegando a nuestra Polombia, nos encontramos en medio de protestas, asesinatos a lideres de derechos humanos, un carro bomba en un batallón del ejército, un atentado al presidente, desempleo altísimo, informalidad altísima, jóvenes mamadísimos, y un panorama electoral que se debate entre la rabia, acusaciones y superioridades morales, de cada bando.

Cruzando el Orinoco, encontramos a Venezuela, con un presidente de izquierda, que gobierna con los mismos métodos de quien tanto critica, la derecha. Venezuela lleva tocando fondo más de 20 años, y no sabemos a donde irá a parar. No se puede agregar más.

Nuestro vecino del sur, Ecuador, acaba de votar en contra del correísmo, no a favor de Lasso, lo que en teoría marca los próximos años de gobierno para el empresariado, el sector privado y recuperar esas maltrechas relaciones con la élite económica del país. Sin embargo, como bien sabemos, los grupos sociales en Ecuador son absolutamente poderosos, y pueden poner al gobierno en jaque, en el momento que estos falten a su palabra, y no cumplan las promesas hechas. Mas que un presidente, Lasso deberá ser un malabarista.

Si cruzamos a Zarumilla (Perú), encontramos que la tierra de Teófilo Cubillas y Pataclaún (sí, soy de esa generación que creció con perubolica), se encuentra en un dilema entre decidir el malo y el peor. Pedro Castillo, el profesor, se perfila como un presidente que busca nacionalizar varios sectores de la economía, pero en contra del aborto o de la comunidad LGBTQ+. Por el otro lado, Keiko Fujimori vuelve a tener una investigación por corrupción, sin ni siquiera tener los resultados electorales. Del Imperio Inca o personajes poderosos como Susana Baca, no queda sino el recuerdo.

Ya en Arica, Chile, y bajando por ese delgado pero inmenso país, se siente el aroma a cambio con la asamblea constituyente que recién se votó. La clase política tradicional ha sido borrada, y se asoman nuevos y heterogéneos liderazgos. Esto, en medio del fracaso del modelo chileno, el cual era el molde que el resto de nuestra América debía seguir. El recetario se ha roto, y ahora hay que cambiar hasta el chef.

Argentina y su adicción a los rescates económicos internacionales, posteriores negociaciones para saldar sus deudas, y a su elección de gobiernos llenos de promesas y avisos grandilocuentes malvinescos o maradonianos, hacen de ese gigante, un zombi en el presente, que mira con orgullo y tristeza, sus logros del pasado. Admira tanto su pasado, que el presidente Fernández afirma que ellos llegaron en barco de Europa, según el no hubo mestizaje. Una más, de las tantas falacias de los porteños, que desconocen el país del interior.

Para terminar, nos vamos al grande de grandes en el futbol, al jogo bonito, pero que en su vida nacional es jogo feio. Siempre hemos esperado ese gran salto brasileño, ese momento en que deje de ser un platanal tropical, y se convierta en una potencia mundial. Estuvimos muy cerca de ver ese momento cuando en la primera década de los 2000, se asomaron los BRICS. Nos regocijábamos de esperanza, y Brasil se convertía en un destino de estudios, cultura, deporte y empresa.

Sin embargo, en el 2021 la historia es muy distinta. Bolsonaro llegó con un discurso absolutamente dictatorial, los escándalos de corrupción de su bancada y su familia lo han consumido, no para de insultar un periodista por semana, la crisis económica, el alto desempleo, la inseguridad rampante y como AMLO, su negacionismo de la pandemia, creyendo que es una gripezinha, han mostrado que Brasil sigue con nuestro continente bien incrustado en su realidad.

En todas estas crisis, se encuentran tendencias, y más en un continente donde nos une la lengua (en un caso el portunhol), los pésimos liderazgos, la realidad del día a día, la corrupción, la religión (en su mayoría), la pobreza, las inequidades y este realismo mágico que es latinoamericano.

No hemos completado nuestra identificación como naciones. El arribismo, la indiferencia, la normalización de la violencia, la amistad disfrazada de rumba pero que no trasciende, y el pesimismo constante, hacen de nuestros países una mezcla amorfa entre orgullo, desespero, desesperanza, corrupción y folklore.

¿Cuál es la solución para nuestra región? ¿Cambiar Estados Unidos por China, como ya está pasando? ¿Más Bolsonaros, AMLOs, Maduros o espécimen similar? No tengo la respuesta.

Pero creo firmemente que nuestra identidad como latinoamericanos no puede caer en el cinismo y mucho menos en cuidar nuestros intereses como individuos, dejando que los problemas se solucionen solos, de puertas para afuera. Tenemos que apropiarnos de quienes somos y aceptarnos. Con eso como base, comenzar a mejorar nuestra cuadra, colonia, barrio, villa, o favela.