En Brasil, dónde hace poco más de un mes las calles olían a carnaval y sonaban a salsa, ahora presentan una estampa muy diferente. Sus habitantes han cambiado las plumas de colores por mascarillas (los que pueden permitírselas). El coronavirus ha llegado al país propagándose con una rapidez que asusta. La cifra de infectados ya ha superado el umbral de los 14,000 positivos y más de 688 fallecidos (el pasado miércoles registró 100 en un solo día), lo que hace que sea el país latinoamericano más afectado por el virus
En la propagación de la pandemia mucho tiene que ver el negacionismo que hasta ahora ha mostrado su presidente Jair Bolsonaro, quien catalogaba al coronvairus como una “simple gripecita”. Se podría decir que lo máximo que ha hecho el presidente brasileño en contra del coronavirus ha sido rezar. Jair Bolsonaro celebró el pasado domingo un día de ayuno nacional y oración para “liberar a Brasil del mal”.
El jefe del Ejecutivo ha cuestionado en varias ocasiones el confinamiento, y ha atacado públicamente a los gobernadores de los estados más afectados que sí han tomado estas medidas de distanciamiento social para frenar el contagio. “Ya conocen mi posición. Provocará un desempleo masivo” avisaba Bolsonaro, cargando así contra los cierres estatales y municipales, respuestas que según él son “económicamente desastrosas frente a un riesgo exagerado” e incluso llegó a llamar a estos gobernadores “asesinos de empleos”.
Hasta su ministro de Salud le ha dado la espalda y se posiciona del lado de estos gobernantes. Luiz Henrique Mandetta insta a los brasileños a quedarse en casa y a adoptar las medidas que se están tomando en el resto del mundo. Bolsonaro atacaba a su ministro asegurando que “carece de humildad” y que “quiere hacer su voluntad”, a lo que Mandetta respondía: “Los que tienen un mandato hablan y los que no, como yo, trabajan”.
Pero Bolsonaro cada vez parece quedarse más solo. Su vicepresidente, Hamilton Mourão, se ha posicionado también a favor del aislamiento social para luchar contra el coronavirus. La semana pasada, el vicemandatario aseguró que Brasil aún se encuentra en una fase “previa al pico” de contagios. A favor de estas medidas se ha mostrado también el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, quién confía en la decisión de Mandetta: “Fue elegido por sus cualidades técnicas”, y asegura que Bolsonaro no tiene el coraje suficiente para echarlo. Asimismo, uno de los diputados de la cámara, Reginaldo Lopes, presentó una denuncia ante la fiscalía en la que se acusaba a Jair Bolsonaro de cometer delitos contra la Salud pública por negar los efectos del coronavirus. Sin embargo, la Fiscalía se ha pronunciado alegando que el presidente no puede ser acusado de tal delito y que la constitución solo contempla el procesamiento de un mandatario en ejercicio en caso de delitos comunes.
Bolsonaro no solo estaría perdiendo el apoyo dentro de sus filas sino también en la calle. La última encuesta realizada por Datafolha entre el 1 y el 3 de abril afirma que el 39% de la población cree que la gestión de Bolsonaro durante la crisis del coronavirus fue “mala” o “terrible” frente al 33% recogido durante la última semana de marzo.
Los resultados de una pandemia de tal magnitud pueden ser desmesurados en un país que cuenta con escasas infraestructuras, servicios médicos y en el cual el acceso a la sanidad es casi un privilegio. Según el último informe del Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas, el 6.5% de la población vive en el umbral de pobreza extrema, lo que supone tener ingresos menores a 1,9 dólares por día. El coronavirus se ha extendido como la pólvora por el país, llegando a los lugares más marginales donde sus efectos pueden ser incalculables: las favelas.
Recorte de previsiones
Brasil no será una excepción y no se librará del impacto económico que está generando la pandemia en todo el mundo. Según S&P Global Ratings, la economía brasileña recortará este año “de forma severa” su crecimiento por el impacto del COVID-19, rebaja así las previsiones desde un crecimiento de su Producto Interior Bruto (PIB) del 1% hasta una contracción del 0.7%.
Sin embargo, en comparación con otros mercados emergentes, S&P destacada en su último informe sobre el país que las respuestas que el Ejecutivo brasileño ha llevado a cabo durante la crisis han sido significativas, puesto que Brasil ha destinado en torno a un 3.5% de su PIB para hacer frente a la enfermedad, mientras que Rusia, México, India o Argentina han aportado un 0.3%, 0.7%, 0.1% y un 1%, respectivamente.
El Instituto Nacional de Seguridad Social de Brasil (INSS) ha puesto en marcha un anticipo de ayuda médica mensual, equivalente al ingreso mínimo del país de 1,045 reales brasileños (183 euros), para trabajadores que estén de baja y que no puedan realizar su examen médico para certificarla debido al colapso sanitario.
El secretario del Tesoro Nacional de Brasil, Mansuelto Almeida, ha afirmado que el Ejecutivo brasileño gastará “lo que sea necesario” para garantizar la atención de la población en materia de salud y económica para hacer frente a la pandemia del coronavirus. El secretario señala que el déficit público de este año rondará los 500,000 millones de reales brasileños (87,000 millones de euros), que supone más del 5% del Producto Interior Bruto (PIB) del país y es el mayor déficit en la serie histórica del organismo.
La agencia de calificación Moody’s es más pesimista con el país latinoamericano, y prevé que el Producto Interior Bruto de Brasil anote un déficit récord de 4.5%. Pero según su estimación, la brecha generada por la crisis del coronavirus no pondrá en peligro el panorama “estable” de la nación sudamericana, la agencia espera que la actividad económica se reanude durante el segundo semestre del año.
Por: LETIZIA ARAGÜÉS CORTÉS – Publicado por nuestro aliado ElEconomistaAmerica.com