El Partido Demócrata de Estados Unidos ha aferrado a Joe Biden para tratar de romper la costumbre y dejar al actual presidente, Donald Trump, como líder de un solo mandato. Y lo ha conseguido. Biden llega a la cumbre de su carrera política más tarde de lo que le habría gustado y con una dilatada experiencia política que se ha convertido en rémora y aval al mismo tiempo.
Biden nació el 20 de noviembre de 1942 en Pensilvania –si llega a la Casa Blanca sería el presidente de mayor edad, con 78 años–, aunque es en Delaware, adonde se mudó con diez años, donde ha desarrollado el grueso de su carrera política. Desde que tenía 29 años, y durante los 36 posteriores, fue senador por este estado.
Su carrera en el Senado arrancó con una tragedia, ya que poco después de salir elegido por primera vez, en 1972, su familia sufrió un accidente de tráfico en el que perdieron la vida su mujer y su hija de un año y que, según cuenta él mismo en sus memorias, le llevó a pensar en quitarse la vida. Sus otros dos hijos, Beau y Hunter, resultaron heridos y fue en el hospital donde estaban ingresados donde juró el cargo.
Cinco años más tarde, contrajo matrimonio con su actual mujer, Jill, con quien tuvo otra hija. Su hijo Beau, que llegó a ser fiscal general de Delaware, falleció de cáncer en 2015, en pleno debate sobre la posibilidad de una tercera candidatura de Biden a las primarias del Partido Demócrata para ser candidato en las elecciones de 2016, para las que sonaba como uno de los favoritos.
Biden figuraba entonces como una de las principales bazas demócratas para mantener la Casa Blanca, después de haber estado ocho años a la sombra de Barack Obama como un fiel vicepresidente sin apenas escándalos. Cuatro años después, y tras un pulso con el senador Bernie Sanders en las primarias, sí se ha convertido en el candidato llamado a desbancar a Trump.
Si sale elegido, será el segundo católico que llega a la Presidencia; el anterior fue John F. Kennedy en 1960. Será también el decimoquinto vicepresidente que logra ascender al principal cargo del país norteamericano, un hito inédito desde la victoria del republicano George H. W. Bush en 1989, después de ocho años de la mano de Ronald Reagan.
¿Estabilidad frente al caos?
Biden proyecta una imagen de estabilidad que se acrecienta por el rival que tiene en frente, que ha roto moldes a nivel discursivo y político durante su primer mandato en la Casa Blanca. A nivel ideológico está considerado un demócrata moderado, algo criticado por figuras como Sanders, que reclamaban un giro más a la izquierda para batir a Trump.
En términos generales, Biden no es un político que arrastre a las masas, lejos en cualquier caso de la ola de movilización que despertó en su día la candidatura de Obama. Sin embargo, el Partido Demócrata, escarmentado del fracaso de 2016, ha unido filas haciendo un frente común frente a Trump, recordando a todas horas que están en juego cuatro años más de Trump en la Casa Blanca, y a nivel de recaudación su campaña ha superado a la del magnate neoyorquino.
Biden tampoco representa una ruptura con la tradicional imagen del ‘establishment’ estadounidense –hombre, blanco, mayor–, algo que su campaña ha querido contrarrestar designando como compañera de fórmula a la senadora Kamala Harris, hija de inmigrantes y aspirante a ser la primera mujer en ocupar la Vicepresidencia de Estados Unidos.
Harris, de hecho, figura ya en ciertos círculos como un potencial relevo en caso de que Biden llegue al Despacho Oval, habida cuenta de que arrancaría su hipotético segundo mandato con 82 años. Trump no ha escatimado ocasión de poner en duda la capacidad mental de su rival, a pesar de que tiene solo tres años menos, y ha identificado su mal papel en los debates como un gesto de debilidad.
Los debates, de hecho, no han sido el punto fuerte de un Biden sin la misma capacidad oratoria que otros aspirantes y que, en ocasiones, se ha mostrado dubitativo en cuanto se ha salido del guión establecido. Sin embargo, ha aguantado el tipo en los dos ‘cara a cara’ frente a Trump, si bien en el primero de ellos, más bronco, cayó incluso en el insulto al presidente.
Gran parte del enfrentamiento público entre los dos aspirantes en este tramo final previo a las elecciones ha girado en torno a la pandemia de coronavirus, frente a la que Biden se ha mostrado considerablemente más cauto que un Trump que cayó enfermo a principios de octubre.
Biden ha cuestionado la gestión de la pandemia del actual Gobierno y ha renunciado a los grandes actos y a la campaña puerta por puerta para evitar riesgos. También ha sido un firme defensor de la mascarilla, frente a un Trump que no ha dudado en quitársela incluso estando contagiado.
Biden, un hombre que no ha sido ajeno a los escándalos
El presidente electo de Estados Unidos no ha sido ajeno a los escándalos, y durante su carrera política se ha visto inmerso en diferentes situaciones cuestionables y polémicas personales que se convirtieron en armas usadas por Trump durante la campaña.
De acuerdo con reportes de prensa en Estados Unidos, uno de los escándalos más sonados en la vida política de Biden es el que involucra a Tara Reade, una mujer que trabajó con él hace 30 años y quien lo acusó en marzo de haber abusado sexualmente de ella en 1993.
Por si fuera poco, más de una decena de mujeres también lo han denunciado por acoso, pero el aspirante a la presidencia negó los hechos al declarar que “no son ciertas, esto no sucedió”.
Según Tara Reade, el abuso ocurrió estaban solos en un edificio de oficinas de la Cámara de Senadores, dónde la acorraló contra una pared.
El ex vicepresidente de Estados Unidos también negó haber besado a una ex legisladora que señaló haber sido “mortificada” cuando Joe Biden le plantó un “gran, lento beso” atrás de la cabeza cuando iba a participar en un mitin en Nevada en 2014.
“Ni una sola vez, nunca, pensé en haber actuado de manera inapropiada”, se defendió el demócrata cuando el escándalo salió a la luz.
También, se vio involucrado en el plagio de un discurso de campaña y un texto académico mientras estudiaba la universidad.