La caída del régimen de Bashar al Assad a causa de la ofensiva relámpago lanzada el 27 de noviembre por grupos yihadistas y rebeldes encabezados por Hayat Tahrir al Sham (HTS) abre la puerta a una transición tras más de 50 años de dinastía de los Al Assad y trece años de guerra civil, si bien el escenario está marcado por la incertidumbre, el nuevo conflicto entre rebeldes apoyados por Turquía y las fuerzas kurdas y las posibles luchas por el poder ante este nuevo escenario.
El fin de la dinastía Al Assad, que empezó en 1971 con la llegada al poder de Hafez al Assad –en el cargo hasta su muerte en el año 2000–, redibuja la situación sobre el terreno, donde HTS y su líder, Abú Mohamed al Golani, emergen como la principal fuerza tras años de un conflicto desatado por la brutal represión de las protestas prodemocráticas de 2011.
El propio Al Golani escenificó el domingo su papel preponderante con un discurso desde la mezquita de los Omeyas de Damasco, en el que recalcó que la caída del régimen de Al Assad supone “una victoria para la nación islámica” y trasladó a las minorías que “Siria es para todos”, ante el temor de que se desate una campaña de persecución contra estos grupos.
Hayat Tahrir Al Sham
HTS (Organización para la Liberación del Levante) ha sido durante años el grupo insurgente más relevante en Siria, consolidando su control de la provincia de Idlib (noroeste) y trazando diversas alianzas con otros rebeldes y con lazos con Turquía antes de lanzar el 27 de noviembre una ofensiva a gran escala que acabó por forzar la huida de Al Assad.
Su líder, cuyo nombre real es Ahmed Husein al Shara, combatió en Irak contra las tropas estadounidenses en las filas de Al Qaeda en Irak (AQI) tras la invasión del país y en 2006 fue detenido y encarcelado en varias prisiones del país, entre ellas Abú Ghraib y el campamento Bucca.
A su salida de prisión, Al Golani regresó a Siria con el mandato de crear una filial de Al Qaeda en el país, el Frente al Nusra, y mantuvo una alianza con Estado Islámico en Irak (ISI) y su entonces líder, Abú Bakr al Baghdadi, quien en 2014 anunció la creación de un ‘califato’ en áreas de Siria e Irak tras una ofensiva relámpago en la zona.
Sin embargo, las diferencias con Al Baghdadi sobre la dependencia del Frente al Nusra a Estado Islámico le llevaron a distanciarse de él y estrechar sus lazos con el líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, al tiempo que sus fuerzas lanzaban ataques contra las tropas gubernamentales en el marco de la guerra civil.
Posteriormente, anunció en 2017 la creación de HTS tras asegurar que cortaría las relaciones con entidades extranjeras, en aparente referencia a Al Qaeda. Así, lanzó operaciones contra las filiales en el país de Estado Islámico y Al Qaeda para consolidar su poder y suavizar su imagen pública, en un lavado de imagen que ha dejado dudas entre la comunidad internacional.
De hecho, HTS ha sido declarada como una organización terrorista por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y Estados Unidos, que puso una recompensa de diez millones de dólares (unos 9,45 millones de euros) sobre su cabeza que sigue en pie, a pesar del éxito de la ofensiva ‘Disuasión de la Agresión’.
El Ejército Nacional Sirio
El Ejército Nacional Sirio (ENS), anteriormente conocido como Ejército Libre Sirio (ELS), es una coalición de grupos rebeldes –entre los que destaca el Frente Nacional de Liberación– que se alzaron contra Al Assad tras el estallido de la guerra civil y que ha sufrido diversas remodelaciones desde 2011 hasta su conformación final en 2017 con apoyo de Turquía.
El ENS surgió del desmantelamiento del ELS, afectado por la respuesta del Ejército sirio y sus aliados –principalmente Rusia e Irán– y las disputas internas entre los grupos que lo componían debido a sus diferencias de intereses y estrategias, así como los ataques por parte de facciones islamistas.
Así, Ankara inició en 2016 un esfuerzo para crear una nueva coalición para respaldar sus ofensivas contra los grupos kurdos que instauraron una autoridad autónoma en el norte y el noreste del país y evitar lo que considera como una amenaza debido a los lazos de algunas de estas formaciones con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
Desde entonces, ha participado en las tres operaciones a gran escala lanzadas por Turquía contra las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) –‘Escudo del Éufrates’, en 2016; ‘Rama de Olivo’, en 2018; y ‘Manantial de Libertad’, en 2019–, antes de sumarse a la encabezada por HTS contra las tropas sirias con la operación ‘Amanecer de Libertad’, centrada ahora en hacer frente a las tropas kurdas.
Las FDS
Las FDS son una coalición de milicias kurdas, árabes y de otras minorías –incluidos asirios, armenios y turcomanos, entre otros– surgida en 2015 como rama militar de la Administración Autóma del Norte y el Este de Siria (AANES), una región autónoma ‘de facto’ desde 2012, cuando estas fuerzas lograron consolidar su control en estas áreas ante el repliegue gubernamental para combatir a los rebeldes.
Estas fuerzas, encabezadas por las kurdas Unidades de Protección Popular (YPG) y respaldadas por la coalición internacional contra Estado Islámico liderada por Estados Unidos, fueron la punta de lanza en la ofensiva contra los yihadistas y materializaron en 2019 el fin del ‘califato’ territorial creado cinco años antes por Al Baghdadi tras expulsar al grupo de su último bastión, Baghuz.
Desde entonces y ya anteriormente, su principal rival han sido los grupos rebeldes apoyados por Ankara y el propio Ejército turco, ante las exigencias de las autoridades turcas para crear una ‘zona tapón’ en la frontera que aleje a las YPG de la zona por sus lazos con el PKK, considerado como un grupo terrorista por Turquía.
Presencia militar de otros países
Además de Turquía, que mantiene militares desplegados en el norte de Siria en el marco de su apoyo a los grupos rebeldes que combaten contra las FDS, Rusia, Irán, Estados Unidos e Israel mantienen presencia militar en el país, en el marco de una guerra civil que rápidamente se internacionalizó con el apoyo de diversos países a los bandos enfrentados.
Así, Rusia respaldó a las tropas de Al Assad con el envío de militares y mercenarios del Grupo Wagner –ahora Africa Corps– y con el lanzamiento de bombardeos contra los grupos insurgentes, usando la base naval en Tartús y la base aérea en Latakia como principales puntos logísticos para sus operaciones.
Irán, otro aliado de Al Assad, envió fuerzas y asesores de la Guardia Revolucionaria para apuntalar los esfuerzos de las fuerzas de seguridad, apoyadas también sobre el terreno por el partido-milicia chií libanés Hezbolá, una de las principales fuerzas de choque ante el avance yihadista en 2014.
De hecho, Siria fue un elemento clave del conocido como ‘eje de la resistencia’ y su territorio fue usado para el tránsito de armamento y suministros enviados por Irán a Hezbolá, hecho que derivó en cientos de bombardeos israelíes –intensificados en septiembre– y que debilitó también la posición del Ejército y el grupo ante la última ofensiva.
Por su parte, Estados Unidos mantiene desplegados unos mil militares en Siria, principalmente en zonas bajo control kurdo y áreas petroleras en el noreste, así como en la base de Al Tanf, situada cerca de la frontera con Jordania, un hecho denunciado por Damasco y sus aliados por no contar con autorización del régimen de Al Assad.
A ello se suma el papel de Israel, que, además de sus bombardeos, lleva décadas ocupando los Altos del Golán y que el domingo anunció el envío de tropas más allá de esta zona para crear una “zona de amortiguación” ante el avance de los rebeldes desde el sur, grupos apoyados por Jordania y Estados Unidos, y con el argumento de actuar en defensa propia ante los posibles riesgos de seguridad que emanen de la nueva situación.