En Estados Unidos, al contrario de lo que ocurre en la inmensa mayoría de las democracias del mundo, no son sus ciudadanos quienes eligen al presidente sino que lo que estos deciden este 3 de noviembre es a la persona que votará en su nombre al inquilino de la Casa Blanca en virtud de un sistema ideado por los ‘padres fundadores’ del país y recogido por la Constitución.
En concreto, lo que eligen son los 538 compromisarios que integran el Colegio Electoral. Este número se corresponde con los 435 miembros de la Cámara de Representantes, los 100 miembros del Senado y los tres delegados del Distrito de Columbia.
El total se reparte entre los 50 estados y el Distrito de Columbia en base a su población, según el censo. Cada estado cuenta con su propio sistema para elegir a los miembros del Colegio Electoral, si bien en general suelen ser miembros del comité estatal de cada partido ganador. En ningún caso pueden ser altos funcionarios de la administración pública o miembros del Congreso o el Gobierno.
Cada uno de los compromisarios emite un voto electoral que debe ser para el candidato más votado en el estado, salvo en el caso de Nebraska y Maine, donde el voto electoral se distribuye en función del porcentaje de votos obtenidos por los candidatos.
Tras la votación, el presidente de cada estado debe emitir un certificado en el que se declara el candidato vencedor y se incluyen los nombres de los compromisarios que le representarán en el Colegio Electoral, y remitirlo al Congreso y a los Archivos de la Nación para que quede en el registro oficial.
La reunión del Colegio Electoral se celebra el primer lunes después del segundo miércoles de diciembre, es decir, en esta ocasión será el 14 de diciembre. En realidad, los compromisarios no se reúnen físicamente en un mismo lugar sino que lo hacen en sus respectivos estados y depositan sus votos por separado para el presidente y el vicepresidente.
Estos votos son remitidos de forma inmediata, en distintas copias, al presidente del Senado –y vicepresidente del país–, siendo este documento el que se procederá a contar posteriormente, así como a los Archivos Nacionales y a un juez de distrito, entre otros, con el fin de que si alguno de los votos se pierde puede haber una copia.
Finalmente, los votos electorales son contados en una sesión conjunta del Congreso el 6 de enero y presidida por el vicepresidente del país. Será este, en esta ocasión Mike Pence, el encargado de anunciar quién ha sido elegido presidente y vicepresidente de Estados Unidos. El elegido prestará juramento de su cargo el 20 de enero.
¿Quiénes son los compromisarios?
La Constitución no especifica ningún procedimiento para su elección, pero en general suelen ser personas designadas por la convención del partido a nivel estatal o por su comité estatal. Normalmente, son personas consideradas leales al partido, incluidos sus dirigentes y cargos electos. De hecho, en algunos estados su nombre aparece en las papeletas junto a los del candidato a presidente y vicepresidente.
Se sobreentiende que dichos compromisarios deben votar por el candidato de su partido, pero esto no siempre ha sido así. En varias ocasiones ha habido un elector desleal, como fue el caso en 1948, 1956, 1960, 1968, 1972, 1976 y 1988, mientras que en 2000 hubo un voto en blanco. En 2016, hubo siete compromisarios que se desmarcaron en la votación por el presidente y seis que lo hicieron en la del vicepresidente.
En el caso de los primeros, se trató de cinco demócratas y dos republicanos. Tres compromisarios demócratas de Washington votaron por el republicano Colin Powell, en lugar de por Hillary Clinton, otro de este mismo estado lo hizo por una mujer miembro de los yankton sioux, y otro de Haiwai se decantó por Bernie Sanders. Del lado republicano, un representante de Texas votó por John Kasich y otro lo hizo por el libertario Ron Paul, en lugar de por Donald Trump.
La cifra mágica de los 270 compromisarios
Para ser elegido presidente son necesarios al menos los votos favorables de 270 compromisarios. Cabe la posibilidad de que ninguno de los dos candidatos consiga la mayoría de los votos, por lo que debería ser el Congreso el que elegiría al presidente y el vicepresidente.
La Cámara de Representantes elegiría al presidente de entre los tres candidatos más votados en una votación en la que cada delegación estatal tiene derecho a un voto, mientras que el Senado elegiría al vicepresidente.
Esta situación se ha producido hasta ahora en solo dos ocasiones y ambas fueron en los primeros años de la historia del país. En 1801 Thomas Jefferson y Aaron Burr recibieron el mismo número de votos electorales –aunque Burr concurría como vicepresidente de acuerdo al sistema de la época– y fueron necesarias 36 votaciones hasta que el Congreso eligió al primero.
En 1825 John Quincy Adams y Andrew Jackson tampoco consiguieron la mayoría de los votos electorales. Finalmente, la Cámara de Representantes eligió a Adams presidente pese a que Jackson había recibido más votos populares.
Voto popular vs. Compromisarios
Precisamente esa es una de las paradojas de las elecciones estadounidenses. Un candidato puede recibir más votos de los ciudadanos pero no ser elegido presidente por tener menos electores. Esta circunstancia se ha producido en otras cuatro ocasiones, además de en 1825.
En 1876 Rutherford B. Hayes obtuvo el apoyo casi unánime de los estados pequeños y resultó elegido presidente a pesar de que Samuel J. Tilden obtuvo 264.000 votos más que él. En 1888 Benjamin Harrison se impuso frente a su rival Grover Cleveland, que tuvo más votos.
Ya en 2000, el candidato republicano George W. Bush fue elegido con 271 votos electorales después de se le adjudicaran los compromisarios de Florida –por solo 573 votos– tras la impugnación del resultado y un nuevo recuento pese a que Al Gore había logrado casi 450.000 votos populares más en todo el país.
El caso más reciente ha sido el del propio Donald Trump, quien en 2016 obtuvo menos votos que su rival demócrata, Hillary Clinton, pero acabó beneficiándose de este sistema de elección indirecto. El republicano se alzó con el 46,15% de los votos frente al 48,17% de la antigua secretaria de Estado.
¿Como se podría reformar el sistema?
Para poder reformar este sistema de elección, sería necesaria una enmienda constitucional, algo difícil de lograr puesto que haría falta una ‘supermayoría’ de estados dispuestos a cambiar las normas y que perderían su poder si el sistema se fundamentara solo en los votos populares.
Según explica Jeremy Mayer, profesor asociado de Escuela Schar de Política y Gobierno de la Universidad George Mason, el sistema se ideó de este modo para “evitar que hubiera un presidente regional, por ejemplo del sur, lo que podría provocar una nueva guerra”.
Dado que beneficia a los estados más pequeños, parece poco probable que estos accedieran a respaldarlo, subraya el experto. Para poder enmendar la Constitución hace falta el respaldo de dos terceras partes del Congreso así como tres cuartas partes de los 50 estados. La última vez que esto ocurrió fue en 1992, cuando se introdujo la 27 Enmienda.
No obstante, es un debate recurrente en Estados Unidos. Una de las soluciones que se ha buscado es el Voto Nacional Popular (NPV), una idea que permitiría obviar el Colegio Electoral sin enmendar la Constitución. Lo que plantea es que el estado conceda todos sus compromisarios al candidato que más votos ha tenido en todo el país, aunque a nivel estatal haya ganado su rival. Para que la propuesta saliera adelante harían falta que la respaldaran suficientes estados como para sumar al menos los 270 compromisarios necesarios.