Como ocurrió hace un año con el gran apagón en Venezuela, la crisis del coronavirus pone de manifiesto la diferencia entre el poder real de Maduro y el poder simbólico de Guaidó.
Pese a ser reconocido como presidente por más de 50 países, el opositor ve muy limitada su capacidad de actuación en una crisis como esta.
Al final es Maduro quien decreta la cuarentena en un tercio del país y es el que puede hacer cumplir con las medidas.
Y pese a reconocer a Guaidó, el gobierno de Duque deberá coordinar medidas y acciones con Maduro, aunque sea a través de un tercero como la OPS.
Esta crisis recuerda que a pesar del amplio apoyo internacional de Guaidó, pasó más de un año desde su proclamación como presidente interino y el poder territorial sigue en manos de Maduro.
Y es su gobierno quien emite pasaportes válidos, el que recauda impuestos, el que exporta petróleo
Venezuela reclama a Colombia colaboración porque sabe que eso, más allá del coronavirus, le puede dar rédito político.
Maduro vería como un triunfo trabajar de forma coordinada con Duque, porque eso supondría el reconocimiento implícito de Bogotá y restaría poder a Guaidó, que la pasada semana trató de reenergizar su campaña con una multitudinaria marcha, pero ahora cancelaron las acciones de calle.
El conflicto político en Venezuela pasa a un segundo plano a la espera de ver qué ocurre con la crisis en un país con graves problemas en el sistema de salud.
La oposición culpa de esa situación a Maduro, que a su vez utiliza la emergencia para repetir su llamado a Estados Unidos de que levante las sanciones.
Es el momento del coronavirus. Pero también de la política.
Análisis de Daniel García Marco, enviado especial de la BBC a Venezuela, publicado por nuestro aliado ElEconomistaAmerica.com