Hace tres años que Jesús García dejó Venezuela para encontrar un nuevo rumbo en Colombia. Lo hizo con la ayuda de una amiga que lo ayudó económicamente, y la poesía –que nunca lo abandonó- lo encontró en Bogotá para ayudarlo a subsistir y en cierta medida demarcarle un nuevo rumbo que los haría inseparables. Ahora él hace parte del paisaje de artistas que narran El Centro con una maleta que lleva un letrero que dice ‘Poemas por limosnas’.
El hoy poeta se crio en un caserío Sucre, Venezuela, en la casa de sus abuelos, quienes le presentaron este género literario. “Mi abuelo escribía prosa y una forma de coplas que se llama galerón, que se compone con décimas. Desde pequeño me enseñó a rimar palabras y me quedó gustando”, señala.
Debido al entorno que lo alejó de otros niños por la lejanía de su vivienda con el caserío del pueblo, cultivó su infancia jugando solo y escuchando las historias de su abuelo mientras germinaba su creatividad. Entre los 10 y 12 años comenzó a interesarse de lleno en la poesía, a descubrir a Pablo Neruda y a Mario Benedetti.
-“Descubrí, más que un poeta, un poema que me marcó muchísimo y me quedó gustando para siempre… Poetas como Neruda y Benedetti pasaron, pero mi gusto a ese poema se mantuvo y es ‘Los Heraldos negros’ de César Vallejo. El poema comienza: ‘Hay golpes en la vida tan fuertes…’ y yo de adolescente leyendo ese poema (risas)”.
Aquel poema según él es la referencia de lo que es la poesía.
En su llegada a Bogotá, Jesús García comenzó trabajando en talleres de pintura y latonería, vendiendo fresas con chocolate y gelatinas en el Centro durante más de un año. Él dice que su encuentro con la poesía en Bogotá se dio en un momento de apuros económicos.
-“Había pagado parte del arriendo, pero debía un poquito y dejé la otra parte para invertir en la gelatina y dije: ‘Bueno trabajo lo de la gelatina mañana, recupero y hago ganancias’. Resulta que ese día hizo un sol terrible en Bogotá como casi nunca y se me derritieron las gelatinas antes de llegar al Centro. Se me volvieron un desastre y perdí todo. Necesitaba dinero y primero me puse a impulsar jalando personas para comprar, pero te pagan por comisión, si no compra nadie no te pagan. La cosa es que como a las 7 de la noche cuando todo estaba cerrado pensé que si hay gente que se sube a Transmilenio a rapear, puedo subirme a recitar poemas. Así lo hice recitando el único poema que me sabía que era ‘Los Heraldos Negros’. Y me dediqué un tiempo a eso. Después fue cuando comencé con la máquina”.
De pequeño, Jesús tenía una máquina de escribir, pero con el tiempo se le refundió. Estando en Bogotá consiguió fácil una por medio de chatarreros que las ofrecen a un muy buen precio, y comenzó a trabajar escribiendo poemas en la Calle 11 con Séptima en pleno corazón del Centro de Bogotá. Ahora cuenta con dos máquinas.
-“Me encantaría decir que la idea fue mía, pero no. Este trabajo lo hacemos unos tres. Un muchacho que se llama Santiago Vargas lleva 4 años trabajando en esto y se le ocurrió un día usar la máquina para escribir poemas. Yo lo conocí por la poesía y me convenció de hacerlo. Me daba miedo porque improvisar un poema es bastante complicado, pero las cosas fluyen solas. El concepto (de la máquina) se fue armando solo. Más que pensar en una idea de por qué, se dio solo y es más poético por eso. Llegó para él en un momento de necesidad, tenía una máquina de escribir y lo intentó”.
Ya Jesús lleva más de un año con su máquina de escribir ofreciéndole poemas a los capitalinos. El artista señala que la acogida de los bogotanos por su trabajo ha sido muy buena. Según él ni notan que es venezolano o a veces le preguntan por curiosidad de dónde es, pero la gente siempre se ha tomado muy en serio lo que hace porque, incluso, muchos le han contado sus vidas para que él pueda plasmarlas de la mejor manera en un poema.
–“Una vez una señora me pidió un poema sobre una mujer que creció huérfana, que nunca tuvo a nadie, que la han rechazado y lo único que desea es llegar a la vejez y descansar. Eso me parece más poético que cualquier cosa que yo pueda escribirle”.
Aunque nunca imaginó que pudiera llegar a subsistir gracias a la poesía, hoy en día no podría vivir sin ella.
–“Esto sonará frío o no tan poético, pero cuando uno tiene esto como trabajo, lo que me va a dar lo de la comida y lo del arriendo, cuando me llega un poema pienso que tengo que hacerlo bien porque tengo que comer… La poesía en mi vida, aunque siempre estuvo, no estuvo como algo a lo qué dedicarme. Ahora se convirtió en todo: en mi trabajo, lo que hago en los ratos libres y lo que pienso constantemente, porque uno empieza a pensar todas las cosas de forma metafórica y el cerebro queda automático con las metáforas”.
Ahora mismo, Jesús García –que acepta haber mejorado de manera abismal con respecto a los poemas que hacía hace unos años con los de hoy- está próximo a sacar su poemario de manera independiente. Aún le falta el prólogo, que estará a cargo de un poeta peruano. De momento continúa con su apariencia bohemia y su máquina de escribir esparciendo arte con sus letras en el Centro de Bogotá.
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