Como si de un serial televisivo se tratara, medio mundo sigue atónito el desenlace de la política doméstica peruana con la reciente dimisión del Presidente Kuczynski.
Lo que está pasando en Perú refleja el estado de ánimo en la mayoría de los países de América Latina, cansados ya de esta ola de corrupción y desgobierno, que está llevando a los países a una desaceleración alarmante en sus desarrollos económicos y sociales.
Pedro Pablo Kuczynski, llegó a la Presidencia para impulsar económicamente Perú. Llegó para reformar el Estado y darle más dinamismo a la administración pública. Llegó para reducir de una vez por todas las grandes diferencias sociales y rebajar las cifras de peruanos viviendo bajo el umbral de la pobreza.
Llegó para formar un gobierno capaz de impulsar la economía y devolver a los empresarios la ilusión perdida. Llegó para reducir las tasas de desempleo y parece que la informalidad volvió al sistema laboral.
Llegó para abrir ventanas en el Congreso, restaurar la normalidad y promover el abandono del rencor en la política del país. Llegó para que las viejas rencillas entre los partidos, terminaran para que estos fueran clave en el desarrollo de las nuevas necesidades ciudadanas.
Todo eso dijo él. Ese era su programa de gobierno.
Desgraciadamente nada de esto ha ocurrido. PPK ha sido rehén de su propio pasado político y sus veleidades profesionales. Ha sido arrastrado por los escándalos financieros de la constructora brasileña que tanto daño está haciendo a nuestra región. Ha sido incapaz de poner orden en la creciente corrupción del Estado. Ha pactado con el diablo en diferentes ocasiones para salvar el pellejo en el parlamento y lógicamente algo de todo esto siempre queda “grabado” para la posteridad.
Perú enfrenta grandes retos económicos. Impulsar su economía mas allá de ese tímido 2.5% de crecimiento. Devolver al país a la senda de la inversiones publicas, gran motor del desarrollo y la creación de empleo. Tratar de aprovechar el momento internacional para que sus exportaciones generen los ingresos necesarios para balancear las cuentas internas.
El reto que asumirá el nuevo Presidente Vizcarra no será menor. Devolver la credibilidad a la clase política, administrar un sinfín de procesos judiciales producto de la oleada de corrección de la última década y organizar dignamente una cumbre de las Américas quizás ya muerta antes de empezar.
Esperemos de todo corazón, que la “fuerza” le acompañe.