La justicia especial de paz (JEP) sacó su primer macro caso para juzgar crímenes de lesa humanidad cometidos por las FARC en los años de la guerra, los cuales aluden a secuestro y delitos conexos. Quedan pendientes otros macro casos, como los falsos positivos producto de una directiva inspirada en Uribe el presidente de entonces; la actuación de terceros que son particulares que financiaron paramilitares y ordenaron asesinatos para enfrentar a la guerrilla y de paso robar tierras a indefensos campesinos; y la responsabilidad de políticos en el surgimiento de grupos paramilitares, que señala a Uribe y a miembros de los partidos de la “unidad nacional” de Duque.
Si no se aplica justicia alternativa a todos los determinadores de la barbarie, será una trampa a la paz, las heridas quedarán abiertas porque no habrá verdad y justicia para todos, y continuará aumentando la desigualdad y degradándose la violencia.
Lo que sigue se deriva de la lectura del libro de Judith Butler: La fuerza de la no violencia.
¿Puede en Colombia parar la violencia?
Periodos de furia tan cruda, sistemática y desalmada, sin fundamento distinto a la estupidez y a una anomalía biológica (no hay otra explicación) enquistada en el ADN individual y colectivo, conforma una cultura y una dirigencia fallidas por sus ideas, ideología, visión del mundo, enfoque del desarrollo, derivando en una desigualdad que ha ocasionado una falla estructural general, única en el planeta.
Una violencia pendiente de mucho más trabajo desde la educación y la investigación para lograr explicaciones que permitan entender y dar respuestas adicionales a las que hasta ahora han dado las ciencias sociales, y desde la política encontrar nuevos caminos para este país.
La manera de enfrenar la violencia es con una fuerza colectiva efectiva que la pueda superar. El SI al acuerdo de paz no logró superar a la fuerza violenta de NO al acuerdo, que apeló a la consigna de “la paz sí, pero otra paz”, donde se escondía el propósito de continuar con la violencia la cual ha rebrotado en estos años de un mal y violento gobierno. Fue una posición anunciada por el uribismo en la campaña presidencial del 2018, no obstante, la gente votó a su favor, denotando una inconciencia o demencia colectiva.
La fuerza de no a la violencia debe enfrentar un poder político que la culpa de generar violencia, para aumentar el poder estatal, desacreditar los objetivos de la oposición, y adoptar decisiones extremas como la inhabilitación, el encarcelamiento, la tortura, la desaparición, el desplazamiento, el feminicidio, las falsas imputaciones, restringir la protesta civil, motivar el asesinato individual y las masacres colectivas.
La fuerza de la violencia le atribuye a la oposición comportamientos y acciones que resultan falsas, como los vándalos prefabricados por fuerzas del estado para infiltrar y controlar la justa protesta ciudadana, atentados inventados para justificar más violencia como la bomba en un baño del centro comercial Andino en Bogotá, o negar sistematicidad en la ola de asesinatos de líderes sociales.
La fuerza de la violencia cierra espacios que impide renovar la democracia, hace inviable la reconciliación y el espacio político para todos los colombianos, como sucedió con las 16 curules a las que tenían derecho las comunidades de los territorios de la guerra y que son parte del acuerdo de paz, cuya aprobación fue bloqueada por la unidad de congresistas liderada por Uribe y por Duque. De esa manera, restringe el ejercicio político de la democracia y neutraliza a la oposición con la falacia del castro chavismo, del comunismo y del terrorismo, cuando es la fuerza de la violencia la que siembra terror y cosecha asesinos.
Se debe seguir desenmascarando esas formas de violencia ejercidas desde el poder del estado.[1] Una violencia contra todos, por tanto, la fuerza de la no violencia es un derecho contra aquellos que la iniciaron y la dirigen contra la mayoría y contra el derecho a existir. Esto ocurre en Colombia desde 1944, con variaciones en el discurso, justificación, tipo de actores y formas de ejecución. El propósito de la oposición es cambiar de dirección cuando no aparece una salida.
Ejercer la no violencia significa hacer una crítica de la realidad, tomarle distancia para no quedar neutralizada. Por eso es estéril la pelea entre el centro y la izquierda, porque las elecciones están lejos, pero es el juego de la violencia para impedir periodos de sosiego que le dé tiempo a la oposición para pensar, construir discurso y comunicarse con la ciudadanía. El centro y la izquierda divididos por la ultraderecha, es la no violencia sometida, controlada y sojuzgada por la violencia.
La desigualdad el discurso de los violentos
La oposición debe tomar distancia de la realidad constituida para abrir posibilidades de construir un nuevo imaginario político, que incluye una crítica al individualismo para establecer lazos sociales de no más violencia, y que tenga como centro la desigualdad, núcleo de la violencia en Colombia. De esa manera, un discurso contra la desigualdad edificaría una nueva propuesta política para un nuevo país.
Las desigualdades, y su opositor, las igualdades, donde los recursos materiales, alimentos para todos, vivienda, empleo, infraestructura, educación, son algunas condiciones de la igualdad, por lo tanto, de construcción de ciudadanía y de oportunidades duraderas y superiores para la gente.
Las desigualdades tienen que ver con poblaciones que se desestiman: negros, indígenas, campesinos, pobres, precariamente educados, mujeres, y otras que se valoran: blancos, trimillonarios, poderosos, educados. Unas que se abandonan por condición racial y de pobreza, y otras que se protegen por su condición de poder y riqueza, determinan un valor desigual de las vidas al establecer una capacidad desigual de ser lloradas, como los millones de víctimas que no son lloradas, al igual que los desaparecidos por el paramilitarismo.
Por el otro lado ciudadanos considerados con condiciones para ser llorados, caso de algunos secuestrados de las FARC que copan los medios, y que los de la “otra paz” saben amplificar para justificar su ilimitada violencia. Es decir, unos son merecedores de ser llorados, otros no, generando un valor desigual a la muerte. Por eso, millones que no son merecedores de llanto y de duelo quedan expuestos a las fuerzas de la destrucción, como ocurrió en los gobiernos de Uribe y ahora en el de Duque.
Se asesinan jóvenes, mujeres, líderes sociales, líderes de derechos humanos y ambientales, negros, indígenas, mujeres y niños, solo los lloran los que los rodean; mueren poderosos, a ellos hay que llorarlos, por eso la reacción contra la cúpula de la exguerrilla, por eso el olvido de los no llorables: campesinos desaparecidos, degollados o descuartizados, mujeres violadas y asesinadas, niños huérfanos. En otras palabras, unos con derecho a ser duelables, los demás con derecho a nada.
También están los terceros que justificados por la guerra se creen con permiso para ejercer violencia con el fin de robar tierras y capturar rentas.
Los demás no son sujetos de derecho a duelo y llanto, como las víctimas de los falsos positivos, genocidio cometido para aumentar los resultados de las operaciones contra las FARC y satisfacer a un tirano habido de violencia. Son personas que mueren en el silencio de un entierro que va por el borde del millón doscientos mil y más kilómetros cuadrados de este país. Colombia es un cementerio de gente que una bala les quitó la vida sin saber por qué.
La desigualdad se relaciona también con los pocos colegios buenos para unos y los muchos malos para la mayoría, los pocos que se educan en universidades de calidad y la mayoría que se educa en instituciones de bajo nivel, una minoría que gana demasiado y una mayoría que gana poco, una minoría que vive con el confort del primer mundo y una mayoría que vive con las precariedades del cuarto mundo, una minoría que niega la protesta democrática y una mayoría que muere en la protesta por reivindicar sus derechos, una justicia para que la minoría escape de atroces delitos y una mayoría que muere sin justicia para ellos. En las desigualdades está la razón de la violencia y del atraso de Colombia.
Por eso Butler dice: “que la no violencia debe estar vinculada a un compromiso con una igualdad radical porque la violencia opera como una intensificación de la desigualdad social, por eso la crítica de la violencia debe ser una crítica radical de la desigualdad”.
[1] corrupción, paramilitarismo, narcotráfico, disidencias, feminicidio.