Crecí y me eduqué en la España de los 80’s, una década posiblemente más idealizada en nuestros recuerdos de lo que realmente fue. Posiblemente, pero casi todos los de mi generación coincidirán que fueron años de una inocente felicidad. Eran tiempos en los que la vida era más pausada, las personas más sociables, menos estresadas, la polarización extrema no estaba en la calle… más libres. Comparo mi infancia con las de mis hijas y no la cambiaría ni por media hora de fama mundial en TikTok. A pesar de que ahora los niños tienen más abundancia en cosas materiales, se irritan y frustran con una facilidad que abochorna al sentido común.
En aquella época, y en las décadas siguientes, se decía una frase que siempre me gustó de pequeño, aunque solo vine a entender de adulto: ‘rendirse no es una opción’. Esa frase encierra un estilo de vida de una generación, la de los que vivieron los convulsos 40’s, 50’s y 60`s. Nuestros padres y abuelos, esos héroes que reconstruyeron un nuevo mundo de paz y prosperidad después de la II Guerra Mundial. ‘Rendirse no es una opción’ es la consecución del esfuerzo, del amor por la familia, el afán por mejorar, de darle a los hijos lo que probablemente esos padres no tuvieron. Nuestros padres y abuelos eran mucho más generosos y bondadosos que nosotros y la generación que viene. La sociedad acomodada en la que vivimos es una fábrica de seres egoístas, individualistas, mezquinos e ignorantes.
Los jóvenes actuales no quieren compromisos, ni responsabilidades. Le rehúyen al esfuerzo y por supuesto al proyecto de vida de construcción familiar. Eso les suena a chino mandarín, a chino tiktokero.
De profesión influencer
Los niños y adolescentes de hoy en día adolecen de ciertas cosas que lamentablemente les conducirán a muchos de ellos a una profunda infelicidad: son ansiosos, les consume la inmediatez, están llenos de inseguridades, sufren de insomnio, de individualismo, y tienen un sentimiento eterno de inconformismo. Siempre quieren más de lo que tienen, porque las redes sociales son un pozo sin fondo de exhibicionismo. Y no se comparan con el vecino de enfrente, lo hacen con cualquier ‘influencer’ de Nueva York, Tokio o Londres. Realidades irreales. Mundos de fantasía detrás de una pantalla del celular.
Cualquier joven de hoy en día, sea de una gran ciudad o de una zona rural, no tiene como referente a la persona exitosa de su entorno más cercano. Prefiere parecerse a su ídolo en la red social, seguramente alguien que vive a miles de kilómetros y con realidades y contextos sociales muy distintos a los que tiene que enfrentar ese joven. Primer pasito a la frustración.
Las redes sociales también contribuyen a la involución del pensamiento. En su continua transformación hacia la búsqueda de lo trivial, véase el camino de Facebook a Instagram, y de Instagram a la nueva reina de los jóvenes: TikTok. En las redes, cada vez más triunfa lo banal, lo simple, lo burdamente básico. Si el mundo sobrevive al vacío intelectual que arrastra la red social china es que definitivamente el ser humano es indestructible.
TikTok es un fiel reflejo de los anhelos de los jóvenes: “muestra tu mejor fachada en el celular, hazlo más o menos rápido y no pienses mucho”. ¿Para que vamos a pensar? ¿Y eso para que sirve? Decía un popular tiktokero en un video con más 500.000 reproducciones que me dejó atónito.
Pensar está sobrevalorado acabarán diciendo. Lo que se busca es hacer un video llamativo con cualquier bobada vacía de contenido que capte la atención de otros millones de embobados. Y los políticos contribuyen a ello con planes de educación mediocres. El contrapeso a esa estupidez que debería ser el Estado no hace sino fomentar esa mediocridad intelectual generalizada. Adiós a la cultura del esfuerzo, el talento y la meritocracia. Entre todos construyen un mundo de idiotas, que así es más fácil manipularles sin que se den cuenta.
El resultado más dramático ya se empieza a sentir. El índice de suicidios entre jóvenes de entre 19 y 30 años se haya disparado en la última década. Más del doble que 2000 y 2010, y coincidiendo con el establecimiento de las redes sociales. 20 de cada 100.000 jóvenes se suicidan en el mundo cada año, siendo la segunda causa de muerte en este segmento de la población. En mentes no maduras, las redes pueden ser un cóctel peligroso de presión social, ansiedad y frustración.
¿Con esto digo que las Redes Sociales son malas? Evidentemente tienen una doble cara como una moneda. Lo bueno ya lo sabemos. Mayor conexión con el que está lejos, universalidad y rapidez del mensaje, nuevos negocios, abaratan los costes publicitarios… perfecto, y ¿lo malo? ¿Quién y cuándo nos ha contado los efectos perversos? ¿Por qué nos hurtaron esa clase del manual de instrucciones?
El problema es cuando no entendemos esa parte y solo vemos lo positivo, lo social, la parte más ‘light’ que secuestra nuestras vidas. Esa doble cara tiene unos peligros muy serios que no nos dicen, de los que no nos alertan y que, desde el colegio, hasta en los medios de comunicación o en las familias, todos deberíamos tener muy claro para afrontar las consecuencias que tienen en nuestros hijos. Aún es pronto para saber hacia dónde evolucionaremos, pero auguro que no será positivo.
Debilidades en la mentalidad
Rendirse nunca fue una opción para varias generaciones. Un ideal que ni se lo plantea la generación Z y la subsiguiente. Han tenido por lo general todo más fácil, más rápido y con menos esfuerzo. Su mundo y sus habilidades son más tecnológicos, pero también son más débiles ante las adversidades de la vida. Y la vida no solo está en un celular.
Esta misma generación va a tener que enfrentarse a un gran reto que es el nuevo mundo raro que se avecina post-Covid. Un mundo plagado de incertidumbre, de miedos, de reajustes al mercado laboral y productivo con una crisis global inédita. Polarización política y social en las calles y desinformación, mucha desinformación. No aspiro a que los que nos gobiernen me igualen mis idealizados años 80’s en décadas venideras. Lo único que pido es que, al menos, no caigamos en los 40’s. No soy muy optimista, la verdad.