Parece mentira, pero cada vez está más cerca el final del dinero físico, después de casi 3.000 años. Este será, de verdad, un cambio de paradigma social. Y cuando eso suceda, será un drama que aún no alcanzamos a dimensionar.
El Banco Central Europeo (BCE) lleva meses preparando el camino para su ‘bomba atómica’. El euro digital está en el horno y se espera que para 2025 sea una realidad. En teoría, para adaptar la economía a los nuevos tiempos digitales y, de paso, competirle a las criptomonedas. La realidad es que lo anterior es la coartada perfecta para reemplazar el efectivo. ¿Por qué? más control social.
La UE siempre en las fiestas
No sé qué le pasa últimamente a la Unión Europea (UE), pero está en vanguardia de la mayoría de las ideas peregrinas, cuando no locas en el mundo. Iniciativas que no demanda nadie en la calle. Ideas que agradan a muy pocos, pero que, con toda seguridad, van en detrimento de las libertades de los ciudadanos. Decisiones, no olvidemos, tomadas por burócratas como Christine Lagarde, presidenta del BCE, a la que no ha elegido nadie en las urnas. Burócratas que se sienten los dueños de las vidas de todos. Juegan a ser dioses sin pararse a pensar en las consecuencias ruinosas para mucha gente gracias a sus ocurrencias. O quizás sí lo saben, y buscan precisamente ese propósito.
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Privacidad en peligro
Las criptomonedas tienen como atractivo su carácter descentralizado y la capacidad de poder pasar bajo el ‘radar’ de la fiscalidad. Por eso, lógicamente, no les gustan a los políticos, que su único fin es meternos la mano al bolsillo, para luego ellos ver como se lo reparten (lícita e ilícitamente, por supuesto). Ante la imposibilidad de los gobiernos de acabar con las criptos, quieren competir con sus mismas armas: sacando su moneda digital propia, ‘controlada’ obviamente por ellos mismos.
Y ante esta disyuntiva hay que centrar el debate en la privacidad y en la libertad individual. Desde el BCE insisten que, con el euro digital, el Ejecutivo no tiene interés en recolectar datos de pagos de usuarios individuales. Ni tampoco quieren monitorizar el comportamiento de los gastos o compartir esos datos con agencias de gobierno u otras instituciones públicas. ¿Pero quién les cree después de tantas mentiras y escándalos de corrupción como el Qatargate? Y aunque así fuera, y sus fines fueran buenos, ¿quien garantiza la seguridad ante un ataque informático o de un hacker que te pueda limpiar todo tu dinero con un click?
Monitoreo de las transacciones
Como es lógico, en toda transacción online, lo primero que hay que hacer es registrarse. Si sólo usamos la moneda digital, le estamos dando un poder excesivo de control sobre nuestras finanzas al Estado. O al ente regulatorio que sea, en este caso da lo mismo el quién.
Dicen que todo será secreto, pero abren la puerta a obtener las identidades de las personas en operaciones sospechosas de actividad delictiva. Vamos, que cualquiera. Podrán investigarte bajo cualquier excusa de seguridad nacional.
La propia Lagarde afirma que el euro digital “acabará con el anonimato” y tiene como objetivo evitar fraudes y terrorismo, y además será positivo para “contravenir otros objetivos de política pública, como evitar el blanqueo de capitales y luchar contra la financiación del terrorismo internacional”.
Esto me irrita mucho. Ya basta de que todas las medidas coercitivas las impongan por nuestra ‘seguridad’. Dicen que todo es por nuestro bien. Siempre es lo mismo. Lástima que nunca nos pregunten lo que consideramos ‘nuestro bien’. Nos lo imponen y asumimos. Dejen un poquito de aire a la ciudadanía y no nos traten como si fuéramos preadolescentes. O mejor, no nos tomen por idiotas.
Seis consecuencias
Seis ideas rápidas que explican por qué toda desaparición del dinero físico será un drama.
La primera: alguien, llámalo Estado, llámalo Google o llámalo Gran Hermano, sabrá plenamente en que nos gastamos el 100% de nuestro dinero. No será público, pero mucha gente tendrá acceso a esa información. Tendrán el pleno conocimientos sobre nuestros hábitos lo que, unido a la inteligencia artificial, hará mucho más fácil su control sobre nuestras vidas.
Segundo. Nuevamente, la privacidad. Si yo quiero gastarme el dinero en chicles, cervezas o en coches de juguete, ¿por qué el Gran Hermano debe saberlo? ¿Qué le interesa? ¿Y si me lo gasto en juguetes sexuales talla XXL o en apuestas deportivas online? ¿Por qué tengo que dar cuentas de eso? ¿Dónde está la línea roja de la intimidad y el pudor? Siempre queda rastro digital, y en malas manos es muy peligroso.
Control ideológico
Tercero. ¿Y si compro libros o consumo información sobre autores neoliberales? ¿o comunistas? Con ello, unido al rastro que dejamos en las redes sociales, sabrán perfectamente cual es tu perfil ideológico, a qué partido o personaje político eres más afín, y podrán premiarte o castigarte de una manera mucho más fácil. Se llenarán de argumentos para bloquear nuestras cuentas y dejarnos, literalmente, en ceros, cuando les dé la gana.
Cuarto. Una vuelta de tuerca más en el medio plazo. Este control y clasificación social le dará más herramientas al ‘Gran Hermano’ para censurarnos. En función de mis hábitos de consumo podrán clasificarnos como buenos o malos ciudadano. Si comemos carne roja, nos movemos en coche de gasolina, fumamos cigarrillos, tomamos whisky o vemos porno… ya nos podemos dar por muertos, directamente. Y aunque suene a broma, ya se alzan voces en contra del consumo libre en occidente. Quieren imponer cuotas en el número de prendas de ropa que podemos comprar al año, los kw de consumo energético en las casas, o la carne de vaca que podríamos consumir mensualmente.
Es tétrico todo lo que algunos iluminados están sugiriendo implantar en nombre del cambio climático.
Sobrecostes financieros
Quinto: control fiscal. Quien hace la ley, hace la trampa. Sobre todo si el que legisla, te paga y cobra directamente. Las agencias tributarias o haciendas públicas de los estados se relamen sólo de pensarlo. Ya directamente no habrá ni que presentar declaraciones de renta porque un supercomputador sabrá lo que ingresas, lo que gastas y como consumes, y te lo quitarán de tu cuenta sin preguntar y sin que puedas hacer nada.
Y sexto, y no menos anecdótico, gastos financieros e inflación, ¿Acaso los bancos comerciales donde guardamos nuestros ahorros lo harán gratis? Se multiplicarán las operaciones y con ello los gastos y comisiones financieras. Obviamente los comercios incrementarán el precio de los productos. En el contexto de incertidumbre actual, no estamos precisamente para tomarnos a broma la hiperinflación, que ya ahoga las economías familiares, sin que les importe mucho a los políticos.
El brote verde de optimismo de todo esto es que el sistema se irá implementando gradualmente en forma, y en territorios. Es cuestión de tiempo, pero también sabremos reaccionar. Y siempre podremos huir a países que no lo tengan tan claro como sí lo tienen los sociópatas de Bruselas. No tengan dudas, si en su país ve venir la moneda digital, salga corriendo, cuanto más rápido y más lejos, mucho mejor.