Me resulta muy difícil pensar que, en medio de este mundo tan convulsionado, volveremos a tener gobernantes a los que les sea fácil dirigir. Tenemos tantos canales y tantas voces criticando a diestra y siniestra, que se derriban, de manera constante, los argumentos de cualquier color, orientación, ideología o pensamiento. Este será el panorama que les tocará saber capotear a cuanto político y aspirante a cargo público que nos crucemos por la calle. Siendo así, existen unos mínimos que deberían tener en cuenta para plantear sus discursos y prever las acciones que tomarán a futuro.
Lo primero es hablar de lo que saben. El peor error que puede cometer un dirigente es comenzar a parlotear de todo lo que cree saber, perdiendo enfoque. Cae en el juego de querer ser un pequeño Twitter en sí mismo, en donde, de acuerdo con el tema que esté sonando ese día en la radio o las noticias, sale a opinar sin ninguna profundidad o claridad. ¡Craso error! De todo no hay que salir a echar un discurso, pero en todo discurso si hay que dejar un mensaje claro y específico. Es mejor tener una idea que sea sobre la cual va a girar toda su estrategia y el resto dejarlo pasar. En Colombia, por ejemplo, creíamos que íbamos a tener unos buenos años de economía naranja, pero no duró el impulso ni unos meses. La gente se confundió y el “líder” perdió la oportunidad de posicionarse como dueño de un tema, que antes no existía.
En segundo lugar, tienen que aprender a saber cuándo y cómo generar compromisos. No sé puede ir por ahí prometiendo cosas que, a los pocos días van a ser objetivo de críticas y saboteos por su incumplimiento. Nada de andar prometiendo reconstrucciones en 100 días, como se hizo con San Andrés después del paso del huracán Iota, esto deja un mal sabor en la boca y la sensación de que aún no se conoce bien cómo funciona el Estado. Más aún cuando existe la idea de ese político “tipo”, mundialmente reconocido, por andar empeñando la palabra y luego haciéndose el loco con lo que dijo.
Lo tercero es que se requiere una buena sintonía con los nuevos ritmos de comunicación. Hay que borrar los larguísimos discursos, ensalzados con palabras rimbombantes que la mitad del auditorio no entendemos. Vivimos en la era de las historias, y eso es lo que todos queremos escuchar. Pueden ser temas exquisitamente complejos o tremendamente sencillos, pero todos esperamos mensajes cortos, al punto y con lenguaje afable. Que el aplauso llegue como muestra de agradecimiento y no como un llamado para disolver la reunión lo antes posible.
Finalmente, es importante que estos aspirantes separen el espacio para entrenarse. Nunca, pero nunca, es suficiente entrenamiento para realmente aprender a contar una buena historia. Los voceros naturales son tan poco frecuentes como los tréboles de cuatro hojas. Es por ello por lo que practicar y medir lo ensayado es fundamental. Nuestras ideas pueden ser espectaculares, las propuestas pueden ser las más estudiadas y verificadas, pero si el vocero es un desastre, no habrá mucho futuro.
Gobernar en tiempos como los que atravesamos requerirá de disciplina y mucha autocrítica. A la basura los comités de aplausos y bienvenidos los seguidores desafiantes y con opinión. Es el momento de historias poderosas, concretas, claras y sencillas.
@AlfonsoCastrCid
Managing Partner
KREAB Colombia