Hubiera sido mejor equivocarnos. Pero lamentablemente, tuvimos razón quienes hace un año advertimos que Colombia iba a estar entre los países a los que les iba a ir peor con una pandemia que provocaría grandes cifras de enfermos y muertos, al igual que graves daños económicos y sociales, en cada país y en el mundo, incluso superiores a los de la crisis iniciada en 1929. Y se confirmó que Iván Duque y la clase política que lo respalda no acertarían en las medidas que debían tomarse.
A la vista quedaron las notorias fallas del sistema de salud en la atención a los pacientes, las políticas oficiales contra las IPS públicas y privadas y el escandaloso maltrato a los trabajadores de la salud, quienes, con ejemplar patriotismo y espíritu de sacrificio, han hecho inmensos esfuerzos para suplir las muchas deficiencias de una organización diseñada para priorizar las ganancias de las EPS sobre las salud de los colombianos, al manejar los recursos públicos de la UPC –46,6 billones de pesos anuales– como si fueran de su propiedad. Además, el duquismo tramita la Ley 010, que empeorará el sistema de salud, como lo han denunciado diferentes agremiaciones del sector.
La vida ratificó asimismo los efectos negativos de tratar las vacunas como otro negocio más. Porque en el mundo aumentan quienes se enferman y mueren no por falta de conocimientos científicos, sino porque las potencias económicas, al servicio de la extrema codicia de las Big Pharma, se han negado a utilizar las cláusulas de la propia Organización Mundial del Comercio que permiten darles el trato de bienes públicos, para poder producirlas en cantidades suficientes y a costos menores.
Tan leonino es lo impuesto en vacunas por las trasnacionales que, temerosos de dar la cara y con la complicidad de los duques de todas partes, ocultaron los textos leoninos de los contratos. Y Colombia fue de los países que empezó a vacunar más tarde, pero es probable que sí quede entre los primeros en hacerlo con la mayor lentitud, incapacidad que no me alegra porque la evidencia demuestra que esa es un arma poderosa contra el coronavirus.
Mas lo peor, porque está en la base de todo lo que tan mal funciona en el mundo y en Colombia, fue que se confirmó que no era cierto que el neoliberalismo había muerto, que sus promotores renunciarían a sus concepciones, a pesar de que las tantas lacras sociales destapadas por la crisis demuestran una globalización de países ganadores y perdedores, con Colombia entre estos últimos, víctimas de un modelo económico tan regresivo que ni siquiera les permite darles empleo productivo a sus naciones, condenándonos al desempleo y a una economía de mercado subdesarrollada y pobre, exceptuando a pequeñas porciones de sus territorios y actividades, en las que nos movemos una parte muy menor de sus habitantes.
Si Colombia fuera Alemania u otro de los países capitalistas desarrollados, Duque y Carrasquilla propondrían más cambios en la orientación económica y social del país. Pero no. Insisten en lo mismo que ha fracasado, porque a ellos –a la alta burocracia estatal, a la clase política y al puñado que favorecen– sí les va muy bien, en medio del océano de desempleados y pobres y de clases medias y empresarios que no progresan como podrían progresar. Cada día se confirma la aguda frase del ingeniero australiano que dijo: “Colombia progresa en las noches; cuando los gobiernos duermen”.
La reforma tributaria confirma el mal gobierno. Porque al sacarles 27,3 billones de pesos a los pobres y a las clases medias no solo los maltratan aún más. También debilita la economía al reducir la capacidad de compra y de venta del país. Al agro lo golpea por partida doble: al encarecerle sus productos y promover mayores importaciones de alimentos. Tras la falacia de presentarlo como “verde”, un alto impuesto al carbón térmico le encarece sus productos a la industria, lo que facilita importar y contrabandear.
Coletilla: entre los demócratas cayó muy bien que el Consejo Nacional Electoral, con estricto apego a la Ley 1475 (Art.14), le reconociera personería jurídica a DIGNIDAD, partido que defiende los intereses de los sectores populares, clases medias y empresarios que promueven el progreso del país. DIGNIDAD respalda además el gran proyecto unitario de la Coalición por la Esperanza 2022 que promovemos con Humberto de la Calle, Sergio Fajardo, Juan Manuel Galán, Ángela Robledo, Juan Fernando Cristo y la Alianza Verde. Bienvenidos los colombianos y colombianas que desean el auténtico progreso del país.