Es la serie de moda en la plataforma de Netflix; esa de la que todos hablan porque tiene actuaciones magníficas, porque está rodada así, a lo bruto, tal y como te deja el alma.
Cuenta la historia de una familia de clase media, normal, que un día ve cómo su vida se pone patas arriba por el asesinato cometido por su hijo, de 13 años. No les estropeo la serie si les digo que la investigación es clara. Los hechos son indiscutibles y las cámaras lo tienen todo registrado.
¿Qué tiene esta serie? Tiene una dosis justa de complicidad y culpabilidad que te deja como padre tocado, hundido y necesitas un par de días para recuperar de nuevo el aliento, las ganas y la esperanza.
Técnicamente puede resultar aburrida, porque son planos secuencia. Esto es, todo está rodado en una sola toma, sin cortes ni repeticiones, así que el viaje a la comisaría se hace en coche y el espectador va con ellos, sentado, queriendo consolar al chico.
Los actores son magníficos y te crees todos y cada uno de los personajes.
Cada capítulo narra un punto de la investigación o de la vida de los personajes y en los cuatro capítulos de una hora se narra un año entero.
Hay quien quiere ver en ella una serie basada en algún caso real, pero lo cierto es que sus productores, entre ellos Stephen Graham (que actúa como padre del joven) o Brad Pitt, han dicho cientos de veces que no es un caso real, pero sí es un caso posible; posible por el aumento de la delincuencia, en esta franja de edad, en este tipo de familias, en este tipo de sociedades desarrolladas donde los hijos tienen materialmente de todo y lo padres vivimos tranquilos con hijos a salvo de las bandas y las calles.
¿Y cómo te deja?
Roto. Encogido. Lleno de dudas y preguntas.
Te deja con mil temas abiertos que se te estaban pasando; lo difícil que es escapar de la tentación de la aprobación de los demás, cuando uno vive en una adolescencia digital, así como el efecto de esto en jóvenes inseguros.
Marca el gran salto generacional de padres e hijos que toda esta revolución digital parece haber agrandado aún más.
Señala al sistema educativo, al fracaso de haber eliminado la autoridad de las aulas, de quitar límites.
Apunta el tema de las relaciones entre chicos y chicas a esta edad adolescente, insegura, temerosa, ansiosa por gustar y agradar y encontrar su sitio…
Dibuja a la perfección la falta de empatía ante el dolor ajeno, el juicio constante. Y marca un temazo, el que para mí es tal vez el quid de la existencia como padre o madre: amar al hijo a pesar del mal uso de su libertad.
Y de reconocerse culpable de algo, tan en desuso hoy.
Amar por encima de todo
He de reconocerles que después de verla y llorarla hablé con mi marido; yo no sé si podría seguir amando y apoyando a un hijo en ese caso y él me dio una gran lección: Si nos pasara a nosotros tendríamos que apoyarle, estar ahí, incondicionalmente, porque él puede redimirse. Y pese a que en la serie la sociedad que se dibuja está vacía, carente de trascendencia, te conduce a mirarla así, al menos a mí, pues esa es la clave del amor más perfecto de todos; el que tiene Dios por cada uno de nosotros.
A nosotros, simples humanos nos toca amar al hijo en la mayor de sus aberraciones, sabiendo que uno hace hasta donde puede, como buenamente sabe y que la libertad del hijo sólo es responsabilidad suya, la nuestra es seguir amándole.
Tal vez lo que más me guste es que te enfrenta a ti mismo como padre y ese golpe en el corazón, que te deja K.O un par de días, es precisamente lo que te ayuda a levantarte y encontrar en toda esta situación esperanza.

Almudena González Barreda
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