Aguantar, verbo presente

Jota Domínguez G.

Tratando de superar la clasificación de los tiempos verbales que permanentemente dicta la academia española de la lengua, me aventuro a decir que el verbo “aguantar” ha estado al lado de nosotros desde el mes de marzo de este año 2020, aunque nadie lo haya pedido como compañero.

Recluidos o confinados como estamos la mayoría de los habitantes de este país, acatando disposiciones de los mandamases de la salud para preservar la vida nuestra y no exponerla a contagios de muerte, sufrimos desde que se inició la segunda quincena de marzo de este año la obligatoria necesidad de ocultar nuestra cara – más que todo – para no recibir de los demás el contagio por el coronavirus y tratar de evitar que los demás sean víctimas de nosotros recibiendo un contagio gratuito de ese tal bicho, desconocido que llegó a nuestras ciudades y vidas sin pedir permiso, actuando contra las personas y contra los grupos sociales.

Este verbo – aguantar- le dio un giro radical a nuestra actividad social.

Nos enseñaron toda la vida que a las personas debemos dirigirnos mirándolas de frente y a la cara. Ahora nos dicen que aguantemos, que no les mostremos la cara, que la escondamos con una careta.

Toda la vida nos enseñaron a saludar respetuosamente a los interlocutores; ahora nos dicen que aguantemos, que no demos la mano y más bien saludemos con puños y codazos.

Toda la vida nos dijeron que visitáramos a los enfermos dándole vida a las obras de caridad y ahora nos dicen que aguantemos, que está totalmente prohibido visitar a los enfermos.

Toda la vida dijimos “salud” (no sé por qué) al que estornudaba, y hoy ante los estornudos nos aguantamos y queremos más bien que ese paciente se interne pronto en un hospital, precisamente cuando es ahora el momento de decirle “salud” al que estornuda.

Toda la vida abrazamos y besamos a nuestros parientes más próximos y a nuestros mejores amigos; los invitábamos a visitarnos o nos hacíamos invitar y nos alentaban a llamarlos y buscarlos y ahora nos dicen que aguantemos, que no es prudente, que no es oportuno, que es mejor que sigan siendo amigos, pero bien distanciados.

Ese verbo aguantar nos cambió la vida y seguramente que las costumbres también.

Colombia se aguantó la feria de las flores de Medellín, las fiestas de san Pedro y san Juan en el Tolima Grande se las aguantó ese maravilloso pueblo, las fiestas nacionales del Café también se las aguantaron en Calarcá y el Quindío, se aguantó haberle ganado a Venezuela y haber empatado con Chile, habrá que aguantarse en casa el halloween, y vienen las festividades de Cartagena y la feria de Cali, aguantarse las novenas de navidad y los carnavales en Pasto y Barranquilla. Este pueblo colombiano de quien dicen es uno de los más felices del mundo, de pronto siente que la tristeza corre por cuenta del verbo aguantar.

Nadie había imaginado que sin necesidad de una orden judicial podría encerrarse mucho tiempo y que ese encierro además debería darnos tranquilidad. Es probable que nos produzca tranquilidad, pero felicidad no, pues la libertad es uno de los derechos más sagrados del hombre.

El ser humano es un ser eminentemente sociable, cariñoso, afectuoso, participativo, comunicativo, expresivo, y de un día para otro – porque así fue – nos dicen que hagamos todo lo contrario, es decir, aguante, y no haga lo que un ser sociable debería hacer.

Y aunque somos conscientes de la necesidad de comunicarnos y también de encerrarnos, nos cuesta mucho trabajo entender que para vivir bien hoy debemos separarnos.

Hoy no podemos dar una mano o nos niegan la posibilidad de expresar cariñosamente la felicidad que produce saludar. Todo el tiempo previenen y ordenan aguantar, verbo que muchas veces se ha tenido que conjugar con lágrimas en los ojos y mucho más sufrido en el corazón.

Hoy la gente se aguanta de visitar pueblos hermosos como Jericó y Jardín en Antioquia; Filandia, Salento y Calarcá en el Quindío; Buga y Calima – Darién en el Valle del Cauca; Tocaima y Melgar en el Tolima; a Boyacá y sus campos y mil más en el país.

Hay temor de que el verbo “aguantar” aprenda a vivir dentro de los colombianos, temor de acostumbrarnos a sus caprichos y se nos niegue el cariño y afecto de los amigos, el abrazo y los besos de la familia y el encuentro amable y alentador con los amigos de pandilla.

Si como dice la ciencia que no hay vacuna cercana y demorada está contra el coronavirus, pues más vivirá dentro de nosotros ese aguante.

No queremos que eso pase; eso sería cambiarle al ser humano su esencia, su razón de vivir en comunidad, su manera de asociarse, su fundamento esencial de la cercanía con el otro, su apego a sus caricias, comentarios, charlas, chistes, chanzas, en fin, su amable comunicación con el otro, ya sea un familiar o amigo.

En esta pandemia ha intervenido todo lo que existe en la sociedad; la salud, la economía, el trabajo, la familia, los amigos, la ciencia, la política, la seguridad, la autoridad, la legislación y hasta el idioma que como en este caso, nos tiene conjugando verbos que hasta hace muy poco tiempo eran insoportables e indeseables. Todo esto se hace un poco más soportable pues desde el encierro y en el confinamiento por fortuna se tiene agua, luz, teléfono, videollamadas, televisión, internet, aire acondicionado, instagram, videos y televideos y en fin, esos aditamentos han hecho posible que “aguantar” se conjugue más suavemente sin tanto dolor.

Ojalá la sociedad no cambie después de este obligado cambio de la civilidad.

No sabemos con certeza la fecha en que por fin podremos liberarnos de esta pandemia, la que no da tregua y al contrario, ha venido avisando su regreso y sus rebrotes.

Esa obligación de tener al lado al verbo “aguantar” por unos meses más nos mortifica y esa es la pelea del ser humano, tener que pelear contra sí mismo, porque si no se aguanta sus deseos, expectativas y caprichos, su vida tampoco aguantará y sucumbirá igualmente por obligación.

Como todo lo que en la vida tenemos que aguantar y consideramos que es mejor convivir con ella, pues aceptemos que en la vida no siempre podemos disponer al capricho nuestro; la naturaleza también nos da órdenes que aunque no las entendamos, si estamos obligados a aplicarlas. Y hoy nos tocó aguantar.

Punto y aparte: “Los caminos físicos recorridos dejan recuerdos. Los caminos interiores que abordamos, dan lecciones”.

@JotaDomnguez3