Antipersonaje del año

La opinión de Andrea Nieto


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Andrea Nieto

Sin lugar a dudas es la corrupción. Esa que comenten miles de colombianos sin que les tiemblen las rodillas. Por efectos de los robos que sufre el presupuesto nacional, se pierden cerca de cincuenta billones de pesos anuales. En la manera como funciona la corrupción, hay una trilogía que consiste primero en quien origina el acto, segundo el que ayuda para que suceda y un tercer elemento que está relacionado con quien permite (persona o entidad) que continúe sucediendo.

Me explico. Un político o un empresario, buscando por ejemplo el acceso a un contrato, origina la acción de cometer un acto de corrupción. Para que esta suceda se necesita un funcionario involucrado que facilite la asignación del contrato. Hasta ahí, es la operación “normal” de la corrupción y funciona en ambos sentidos de lo privado a lo público y viceversa. Pero el tercer elemento en el que me quiero concentrar, es el relacionado con la persona o entidad que permite que se continúe el círculo venenoso de la corrupción y ese, es el rol que juegan los organismos de control.

En Colombia, la Procuraduría, la Contraloría y la Fiscalía General de la Nación tienen una responsabilidad enorme en ponerle el palo a la robadera de los recursos del estado. Pero si su operatividad es demorada o ineficiente, el incentivo para cometer actos de corrupción permanece inalterable.

Si un funcionario comete un delito y la Procuraduría no lo castiga de manera ejemplar, se privilegia al delincuente. Si un juez de la república no acata las pruebas generadas por la Fiscalía para condenar, los bandidos continúan burlándose de la justicia. Si ante evidencias de detrimentos patrimoniales la Contraloría no tiene dientes para sancionar, los funcionarios públicos no encuentran motivos para ejecutar con eficiencia los recursos del estado. La operatividad y eficiencia en los organismos de control de una parte y de los jueces por otra, es en extremo determinante para acabar con este mal.

Porque si hay algo que vale la pena en este país atacar y vencer es la corrupción. Esa que duele cuando prometen hacer una carretera y no la construyen, un edificio que se convierte en un elefante blanco o un almuerzo para un niño que no cumple con los requisitos mínimos de aporte calórico, porque un empresario se embolsilla el resto de la plata (o calorías).

Y aunque es evidente hacia dónde señalar para encontrar culpables, vale la pena también que los ciudadanos de a pie revisen sus propios comportamientos. Esos que atentan contra el bienestar de la comunidad en la que se desenvuelven, como por ejemplo, colarse en el sistema de transporte público de la ciudad, no pagar impuestos y por el contrario promover “mordidas” a funcionarios para lograr beneficios individuales, dañar los equipamentos urbanos de manera directa o promover que un tercero lo haga, y así, un largo etcétera de acciones.

La corrupción es un cáncer que se devora lo positivo que tiene Colombia y por más polarización que haya entre los espectros políticos, esa es una batalla que deberíamos dar en conjunto si de verdad a todos nos importa que este país salga adelante.

@MAndreaNieto