Arquitectura única y excelencia

Al finalizar 2023, la Academia Caldense de Historia publicó Caldas en los albores del siglo XX, libro en el que hay un artículo de mi autoría sobre un fenómeno arquitectónico que es, a mi juicio, único en el mundo por sus notables particularidades y calidades tecnológicas y formales, dentro de la llamada “arquitectura sin arquitectos” o arquitectura popular.

Se trata de la evolución de la arquitectura de bahareque, la construida con muros de madera y cañas –en este caso guaduas– y revocada con morteros de tierra y cagajón. En Manizales y en la región evolucionó hasta construir los mismos muros, pero dejándoles a la vista tablas –bahareque de tabla–, láminas metálicas –bahareque metálico– y morteros de cemento y arena –bahareque encementado. Para poderse lucirse con las formas de la arquitectura republicana de moda, nombre que se le dio en Colombia a lo que se hacía en Europa y Estados Unidos –neogótico, neoclásico y demás neos, que eran lo moderno–, cuando en el país y en el mundo lo mejor se edificaba con piedra, ladrillos, hierro y cemento.

¿Por qué en el hoy llamado Eje Cafetero abandonaron los muros de piedra –que siempre fueron escasos–, los de ladrillos y los de tapias pisadas, que eran los corrientes en el resto de Colombia y se deseaban aquí? Esta es la historia.

Los colonos antioqueños que fundaron a Manizales, en 1849, fueron gentes de escasos recursos que llegaron por unos caminos de herradura tan difíciles que más que mulas emplearon bueyes, a vencer una topografía llena de crestas y hondonadas de muy difícil urbanización. Una región que se conectaba con Europa y Estados Unidos con los arrieros pasando por el lado del volcán nevado del Ruiz y navegando por el río Magdalena, a pesar de que “en invierno no eran transitables los caminos y en verano se secaba el Magdalena”.

Y llegaron a construir ranchos de rústicos bahareques y techos de cáscara de cedro. Hasta que, en 1856-1857, don Marcelino Palacio, el más adinerado de los colonizadores, en una esquina de la Plaza de Bolívar, levantó su casa de tapias y tejas de barro, como la mejor herencia de Antioquia. Fue tal el acontecimiento indicando el futuro soñado, que, cuando falleció, las formaletas de esas tapias se incluyeron en su tumba.

Hasta que, en 1885, otro temblor averió la iglesia y muchas casas de Manizales, amenazándole su futuro, que se salvó porque se descubrió que las casas de tapias el primer piso y de “maderas” el segundo no se dañaron, con lo que nació el “estilo temblorero”, considerado “inmune” a los terremotos.

Lo que siguió fue cómo erigir arquitectura republicana sin aleros, si la lluvia destruía las maderas, las guaduas y los morteros de tierra y cagajón. Y la solución fue protegerlos con tablas, láminas metálicas y morteros de arena y cemento, especializando los bahareques.

Las catedrales de Manizales, Pereira y Armenia y numerosas iglesias fueron de bahareque metálico, y hace poco a la de Pereira le dejaron a la vista su hermosa estructura de madera. También fueron metálicas la gobernación de Caldas y otras edificaciones. Y muchas más se erigieron en bahareque encementado, incluido casi todo el centro de Manizales –declarado patrimonio–, una vez se reconstruyó tras los grandes de incendios de 1925 y 1926.

La región ofrece numerosos y bellos bahareques tradicionales, que llenan de vida el Paisaje Cultural Cafetero –que pertenece a la Lista de Patrimonio Mundial de la Unesco–, arquitectura que hay que ofrecerle a Colombia y al mundo como un valor de talla universal que vale la pena conocer, proteger y promover.

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